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Columna
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Manifestación

La guerra convierte a cualquier ciudadano en un cronista de guerra. Resulta difícil cambiar de conversación, atender a otros temas, escribir sobre otros asuntos. Cuesta trabajo cerrar los ojos a la muerte provocada, a la violencia como horizonte. Las tragedias tienen piel de insistencia, de obsesión, de atmósfera cargada. Detrás de los silencios, de las palabras, de los objetos de la casa, de las ventanas, suenan ruidos de avión, palpitaciones de bala, gritos que conmueven el tejido de los sentimientos. No está mal, las reacciones en defensa de la vida, los buenos instintos, el rechazo de la prepotencia, la negación emocional de la muerte, afectan a la parte más digna del ser humano, esa figura movediza que va cambiando de traje y de alma sobre la superficie teatral de la historia. Pero no basta, porque los sentimientos y los instintos son también un camino consagrado a la muerte, al odio, al miedo transformado en agresividad. Las guerras viven en el espectáculo de los sentimientos. Por eso conviene abrir los ojos, superar los instintos, acompañar los buenos sentimientos con el frío de la reflexión. Conviene tener claro en defensa de qué nos vamos a manifestar hoy, porque no se trata sólo de un esfuerzo justo y solidario con los iraquíes amenazados de muerte. La prepotencia pornográfica de Bush, su falta de escrúpulos y de respeto a las normas internacionales, ha servido para poner encima de la mesa la verdadera dimensión política de nuestras discusiones. Volvemos a hablar de dinero y de leyes, de libertad y de servidumbre. Aznar se está comportando como uno de aquellos servilones absolutistas que rechazaban la convivencia constitucional en favor del orden interesado del más fuerte. La lucha entre constitucionales y absolutistas ha regresado a la política internacional a causa de los nuevos códigos de la globalización, no definida como un espacio de responsabilidades y derechos compartidos, sino por la jerarquía del dinero, la nueva nobleza.

Hoy vamos a manifestarnos contra la guerra, pero también en defensa de la democracia. La globalización representada por Bush significa las manos libres del poderoso, la condena al vasallaje de una parte muy numerosa de los habitantes del planeta, el final de la declaración de los derechos humanos, la liquidación internacional de la política representativa, el imperio feudal de las multinacionales. Asistimos a la coronación de una forma precisa de sociedad globalizada, para la que ya no son válidas las instituciones y los tratados internacionales que surgieron en el sueño democrático de Occidente. Si el capitalismo no dudó nunca en abandonar las realidades democráticas cuando le convenía, ahora está abandonando los sueños democráticos, el pudor de sus secretos de estado, la mitología de sus aspiraciones. Información controlada, ley militar, cancelación de la política. Ya no nos sirven nuestras mentiras verosímiles y debemos acatar el simulacro de una nueva superstición, justificada por la fe en nuevos reyes y en nuevos dioses. Los españoles salíamos a la calle hace apenas 30 años para provocar el nacimiento de la democracia. Hoy salimos para evitar su muerte. La verdad es que hemos disfrutado de ella poco tiempo.

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