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Quién canta victoria

EL RECUENTO de votos en el referéndum ha dado una clara victoria al sí. Con ello podría pensarse que termina uno de los episodios más controvertidos y esquizoides de la nueva democracia española. Para nada es eso. Más bien comienza ahora una tarea de reconstrucción del marco político y del escenario en el que nos movemos. Este referéndum ha arrojado algunos datos novedosos y serios sobre la situación española. El primero -el menos sorprendente, pero el más satisfactorio- es la sensatez de un pueblo dispuesto a ir a las urnas y dar muestras permanentes de su capacidad democrática, pronunciándose libre y pacíficamente. El segundo es el oportunismo y la sinrazón de la gran parte de la clase política, del Gobierno a la oposición, que ha culminado en un espectáculo de contradicciones, confusión y hastío que sería injusto que no pagaran sus responsables. El Gobierno puede sentir la tentación de apuntarse este resultado como una victoria en su haber. No cabe duda de que los sondeos le anunciaban perdedor en la consulta, y de que el esfuerzo desarrollado por Felipe González y su equipo ha sido meritorio. Pero no cabe duda tampoco de que las manipulaciones, presiones, nerviosismo y estupor que los socialistas han desparramado a su alrededor no les permiten presentarse hoy con la cabeza alta, y sí pidiendo perdón, a un país al que han hecho pasar lo que no se merecía. La apreciable diferencia respecto a los votos negativos no habría sido, seguramente, posible sin el esfuerzo de reflexión que se ha exigido a una parte del electorado, que con gran probabilidad ha cambiado el significado de su voto en los últimos días e incluso en las últimas horas.

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