Fashion Borís
El primer desfile de la Barcelona Fashion Week (vaya nombrecito), en el que se lucieron modelos de Toni Miró, repitió algunas de las señas de identidad del diseñador: sobriedad y elegancia sombrías, alguna cara conocida (Manel Fuentes) y cuidada ambientación musical. En un momento dado, sonó la canción Le déserteur, de Borís Vian. Más tarde, en declaraciones a TV-3, Miró relacionó la elección de este tema con el furor antibelicista que se ha contagiado de actores y directores de cine a creadores de moda. La letra de la canción es, en efecto, un alegato antimilitarista en forma de carta que un joven llamado a filas dirige al presidente diciéndole, con parcas pero aplastantes palabras, que no quiere ir a la guerra y que está dispuesto a morir antes de que le obliguen a matar. Ha sido traducida a decenas de idiomas (incluso al catalán) y, todavía hoy, en tiempos de rap y fusión mestiza, anima los cancioneros de los excursionistas que, los fines de semana, invaden los trenes franceses. No sé qué habría pensado Vian del desfile de modas y de la Week de marras, pero no descarto que le fascinara el espectáculo y que, ajeno al uso que puedan hacer de su canción (que tan explotada fue durante la guerra del Vietnam y Mayo del 68), se dedicara a buscar las siete diferencias entre las estructuras anatómicas de las modelos.
De hecho, la moda es uno de los pocos ámbitos de la creatividad al que Vian no se dedicó en su frenética y breve biografía. Murió a los 39 años, pero tuvo tiempo para hacer más cosas que 10 personas que hubieran vivido 1.000 años. Las enumeraré de carrerilla para no dejarme ninguna: poesía, novelas, cuentos, guiones, argumentos para ballets, traducciones, obras de teatro, críticas de música, artículos de opinión y letras para un total de 478 canciones. A eso hay que sumarle el uso y abuso de la trompeta en varios grupos de aficionados al jazz, una desenfrenada vida noctámbula (con su ruta de Saint-Germain-des-Prés: Le Mephisto, La Rhumerie, Le Tabou, La Rose Rouge, Le Catalan), gamberradas mil, dos matrimonios, paternidad más o menos responsable, estudios de ingeniería, organización de actividades del Hot Club de Francia, amistad con Raymond Queneau, Juliette Greco, Henri Salvador y Jean-Paul Sartre (de quien escribió: "Escritor, dramaturgo y filósofo cuya actividad no tiene rigurosamente ninguna relación con las camisas a cuadros, las cavas o el pelo largo, y que bien se merecería que lo dejaran un poco en paz, porque es un buen tío") y tiempo para discutir con los desagradables camareros de restaurantes como el Balzar: "Un camarero calvo me despreció porque cometí la imprudencia de pedirle... una coca-cola. Creo que su desprecio aumentó todavía más cuando, ante su negativa, exigí un zumo de frutas".
Puede que ni siquiera la muerte le pillara por sorpresa. Desde que, siendo un niño, le detectaron una insuficiencia cardiaca que limitaba su esperanza de vida, intuyó que no tenía tiempo que perder. Nacido en el seno de una culta y buena familia venida a menos, Vian enfocó su omnívora curiosidad hacia las artes. Fue buen estudiante, se libró del ejército por sus problemas físicos y, en los tiempos más tristes de la II Guerra Mundial, no renunció a participar en las pocas fiestas que se organizaban. Agudo, inquieto, moderno, amante de probarlo todo sin preocuparse demasiado de la perfección, protagonizó algunos follones notorios. Escribió las novelas policiacas de un supuesto Vernon Sullivan, autor de, entre otras, Escupiré sobre vuestras tumbas, pero tuvo la mala (o buena) suerte de provocar un escándalo de tres pares de testículos que, tras la intervención de la justicia, le obligó a descubrir el pastel y a confesar que Sullivan y Vian eran la misma persona. Ni la muerte de su padre, asesinado en extrañas circunstancias en la cocina de su casa, consiguió resquebrajar su asombrosa vitalidad. Como letrista, disfrutó del éxito que tenían sus canciones interpretadas por otros, y, quizá por eso, se atrevió a vencer su miedo escénico para cantarse a sí mismo. Incluso compuso una canción titulada Barcelone que no pasará a la historia ni por su letra ni por su música, pero que, para nosotros, conserva el encanto de lo anecdótico. Mezcla explosiva de rabia, ternura y humor, sus letras, al igual que sus libros, siguen siendo fuente de inspiración para muchos cantantes y escritores. El 23 de junio de 1959, durante una proyección privada de la adaptación al cine de Escupiré sobre vuestras tumbas, se le rompió el corazón y falleció allí mismo, en una butaca del cine Petit-Mabeuf. Que Le déserteur haya acabado sirviendo para que desfilen unos bípedos de hermosa y pacífica anatomía quizá le habría gustado. Los desfiles que se hacen en paños menores suelen ser los mejores.
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