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DON DE GENTES
Columna
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Pajaritos por aquí, pajaritos por allá

Elvira Lindo

MI SANTO SE HA IDO a París. Lo cual me trastorna. De trabajo, dice que se ha ido. Que si para promocionar una cosa que escribió en su día. Y a eso le llama trabajar, como si no supiera una en qué consiste: comiditas por aquí, comiditas por allá. Un poco siguiendo el mensaje de Los pajaritos, aquella mítica canción de María Jesús y su Acordeón. Y no quiero entrar en ese verso que decía: "La colita has de mover, pipipipí", porque ya me pondría un poco a la altura de Manolito Rollo, cómico que, por cierto, está teniendo un renacer (a mi juicio, merecido) en ese programa que magistralmente dirige José Luis Moreno (me lo veo todo). A veces me he preguntado qué habrá sido de María Jesús y de dicho acordeón. Me preocupa este país cruel en el que se olvida tan pronto a los artistas, aunque me tranquiliza el hecho de que mis suegros me comunicaran que en los viajes del Inserso hay una noche en la que los abuelos de España se jartan a bailar Los pajaritos, canción que no sólo entretiene, sino que supone un ejercicio psicomotriz saludable para mis amigos de la tercera edad. Pero no perdamos el hilo, volvamos al temita: mi santo se ha ido a París a bailar Los pajaritos. Sinceramente, tal y como están de desesperadas las mujeres (y más las francesas), yo estaría más tranquila si le pudiera instalar a mi santo uno de esos chip que les colocan a los perros debajo de la piel, pero mi veterinario dice que no tiene autorización para trabajar con personas humanas. ¡Autorización, autorización! La gente es de un legalista que da asco. Luego hablé con un colega de Moratalaz que se metió a funcionario de prisiones para ver si me podrían prestar un busca de esos que les están poniendo a algunos presos, pero me soltó lo mismo, lo de la autorización. Maldita sea, qué país de funcionarios. He acabado comprándole un móvil a mi santo, pero yo del móvil, qué quieres, no me fío. El muy falso lo tiene siempre con el buzón de voz. Luego dice, ay, perdona, me estaban haciendo una entrevista para Le Monde. ¡Una entrevista, una entrevista! Total, que ayer me encuentro con Bicoca en el gimnasio, en el sector pesas, porque me ha dicho mi entrenadora que tengo que endurecer la zona (a mí eso de endurecer la zona me suena a sauna de Chueca), y Bicoca viéndome tan cardiaca me dice: "Hija, si te preocupa tanto ese hombre, cosa que no me entra (Bicoca le tiene manía), haberte ido a París". Pero, Bicoca, le digo, no me puedo ir a París, tengo que escribir, me debo a mi público. Y ella me dice: "Búscate un negro". Y añade: "Detrás de todo gran escritor hay un negro, a las pruebas me remito". No sé a qué se refería. Y en eso ando, buscando un negro. Pero hoy día los negros se han subido a la parra. Me piden unas cantidades unos niñatos de periodismo que, desde aquí lo digo, no estoy dispuesta. Además tengo la ventaja de que cuando yo me voy de viaje, mi santo me hace de negro y como tenemos sociedad de gananciales todo queda en casa. La semana pasada, que me fui a Cádiz a promocionar mi última gran obra ("comiditas por aquí, comiditas por allá"), me escribió él la cosa. No le quedó mal. Para mi gusto, pelín culto: Teresa Berganza, Flotats, Lázaro Carreter. Se delata. Me llamó Flotats para decirme que se había reído, y mi amigo Ángel Carrascosa, del Teatro Real, para decirme que la gente de la ópera se alegró de que criticara al público operístico madrileño, que es tan antipático que está consiguiendo que a los cantantes no les guste venir. Tanta felicitación me dolió, porque a una no le gusta que la feliciten justo el día que escribe el negro, qué caramba. Eso sí, mientras mi negro escribía estaba yo en Cádiz poniéndome como una cerda a tortillas de camarones y descubriendo un garito que desde aquí recomiendo: La gorda te da de comer. La gorda no es una tía, es un gay. Que te da de comer. Como diría Camilo Sesto, que al igual que Manolito Rollo está disfrutando un renacer, "mola mazo". Y el lunes, que me fui a Santander, mi santo me escribió también la columnilla que hago los miércoles en plan serio (que te cagas). Muchos de ustedes me dicen que se nota a la legua que ésas me las escribe mi santo. Son ustedes de traca, de verdad: le rebajan a una la autoestima. Menos mal que las madres de mis lectores me miman porque soy huerfanita, como Machín. He tenido una gran semana de madres: la madre de Mantilla, en Santander, que me acompañó a comprarme ropa y, como una madre, me dijo cuando me probé un jersey de Donna Karan, torciendo el gesto: "La verdad, bonita, se te ve tetona"; la madre de María San Gil, que es divina, se acercó en el acto de Bilbao de Basta Ya, y me dio recuerdos para Bicoca; la madre de Albaladejo, que me trajo desde Alicante hasta el portal naranjas maravillosas de sus propios árboles; la madre de Omar, que me ha comprado en la pequeña Malabo (así llaman a Móstoles) un traje africano a cambio de que la lleve al estreno de Mortadelo y Filemón, el tebeo que leía de pequeña en Guinea; la madre de mi santo, que en Roquetas, entre baile y baile de Los pajaritos, me borda unas toallas porque sabe que nunca tuve ajuar. Y yo, que también soy madre. Aunque cuando mi hijo era pequeño lo presentaba como mi sobrino. Por coquetería. Y ahora va el tío y me suelta que eso le afectó. Qué daño nos ha hecho Freud.

Camilo Sesto, en su casa.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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