Ir al contenido
_
_
_
_
FERIA DEL LIBRO DE MONTERREY
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Cómo narrar el desastre?

Callar hoy el genocidio en Palestina es tan inmoral como callar el atroz Holocausto judío. La narrativa de nuestros tiempos debe proclamar el derecho universal a la vida

A nombre de Colombia, mi tierra, y también, cómo no, de la Colombia Nueva de los Cholombianos de Monterrey, les doy a esta gran Feria del Libro y a todos los presentes un estrecho abrazo. Va mi gratitud por la oportunidad que me han brindado de estar aquí con ustedes. Por los largos y felices años que aquí he vivido y he sido acogida, y por los lazos de amor y amistad que México me ha brindado, México también es mi país.

La Feria Internacional de Monterrey versa sobre libros y textos. Literatura en sus mil formas y milagros. Nos reúnen aquí letras y palabras en toda su potencia reveladora, sean escritas, leídas o escuchadas, murmuradas, declamadas o cantadas, en pleno proceso de creación o entrañablemente repasadas y recordadas.

Vale plantear aquí, entonces, la pregunta que, décadas atrás, se hizo el filósofo Maurice Blanchot ante el entonces brutal advenimiento de la Segunda Guerra Mundial: ¿Cómo narrar el Desastre?

Y ya en el presente, como reto y tarea para todos nosotros, ¿cómo ponerle palabras a esta era tremenda por la que atravesamos? Invito a conversar colectivamente sobre la urgencia de construir una nueva narrativa, o macro relato que hilvane palabras inéditas, esclarecedoras y liberadoras.

Empecemos por lo imprescindible: mencionar la doble cara de la crisis actual, genocidio y ecocidio.

Genocidio y ecocidio, desastres gemelos y concomitantes en su estela de destrucción. Quienes hoy habitamos el planeta, estamos marcados por su doble acontecer.

Afinemos el oído para descifrar las señales que envía la naturaleza ante el colapso climático. Y los anuncios que envía una nueva guerra mundial, que está pero no está, se asoma y se camufla, se aleja y se acerca. ¿Como nombrar estos advenimientos, por dolorosos y confusos que sean, en vez de ignorarlos o negarlos? Urge que busquemos el signo de nuestros días, para no quedar prisioneros en la inminencia del desastre, como en un eterno retorno de lo mismo.

Al genocidio está siendo sometido el hermano pueblo de Gaza, realidad tan infame e inhumana que parte en dos nuestra historia personal y social.

Ecocidio que avanza imparable, destruyendo el único hábitat que tenemos en el universo. Y sin embargo, no reaccionamos, no nos empeñamos en dar el timonazo indispensable para detener el colapso ambiental, como si aceptáramos el armagedón con tal de no asumir el cambio indispensable.

Si el desastre es lo ominoso e inefable, si no tiene nombre, ¿Cómo podremos entonces narrarlo, para enfrentarlo, retarlo, conjurarlo, con el arma que poseemos, que es la palabra? Habrá que empezar por romper el silencio. Quebrar encubrimientos y falsificaciones para romper el silencio.

Un graffiti que vi hace año y medio en un muro de Ciudad de México me erizó la piel y me conmovió y comprometió hasta el tuétano. Era simple y poderoso. Decía, GAZA, DIGO TU NOMBRE.

Gaza. La nueva narrativa debe decir su nombre. La sola mención de Gaza rompe cristales, rompe apatías, rompe hipocresías y rompe silencios. Callar hoy el genocidio en Palestina es tan imperdonable e inmoral como lo hubiese sido, hace unas décadas, callar el atroz Holocausto judío, si éste hubiera transcurrido ante nuestros ojos, como sucede hoy con el exterminio sistemático de la población de Gaza y el asesinato por hambre de sus niños y niñas.

Creo que la narrativa honesta y lúcida de nuestros tiempos debe empezar por proclamar la recuperación del derecho universal a la vida, y volver a levantar el NUNCA MÁS. Un NUNCA MÁS que sea válido para todos los pueblos de la tierra, sin distingos de raza, religión o geopolítica.

Alto ya al genocidio que hoy arde. Que no suceda nunca más, y que no olvidemos ni neguemos los genocidios que, en el pasado, a lo largo de la historia, han fulminado a las gentes del África, antes esclavas y hoy día alzadas contra el colonialismo y más libres que nunca. El genocidio contra los árabes de Algeria, contra la población de la India diezmada el por colonialismo británico. Y contra tantos, tantos otros pueblos sometidos. O ¿acaso no fue genocidio también el de los armenios y los camboyanos? ¿Acaso no fue Holocausto el de Hiroshima y Nagasaki? ¿Acaso el único genocidio ejecutado por Alemania fue el de los judíos, olvidando el que cometieron en el suroeste africano?

Empecemos por nombrar -para no permitir que sea minimizado o negado- el genocidio contra nuestros propios ancestros, los pueblos originarios de América, atrocidad que durante la Conquista y la Colonia perpetraron los imperios europeos, reduciendo nuestra población nativa, de unos 145 millones a menos de 15 millones, en masacres, violaciones masivas, hambrunas forzadas, explotación y esclavitud.

Aunque se haya perdido la gran mayoría de su riqueza en lenguas, creencias, artes, ciencias y cosmologías, su espíritu sigue vivo en la sangre que corre por nuestras venas y en los colores de nuestra piel.

Contra la limpieza étnica y el supremacismo blanco, la nueva narrativa armará con palabras, poemas, cuentos, cantos y bailes un carnaval libertario de hombres y mujeres moras, mulatas o mestizas, donde quepan los somalíes de piel y ojos color ámbar; y donde tengan lugar el tono aceitunado del pueblo romaní, y el broncíneo de las gentes de San Basilio de Palenque y de Costa Rica de Oaxaca; el reflejo dorado del atardecer que tiñe a los habitantes de San Miguel Allende; la piel café intenso de los dinkas de Sudán del Sur; el color nilótico de los habitantes de las orillas del Nilo, cuya piel refleja el color de su río. Y los ojos negros y la piel canela del bolero de Los Panchos... Y todas las razas y las gentes todas, las de piel cobriza, macchiata, amarilla. O cetrina, marfil, vainilla, olivácea. Y el cobalto eléctrico de los tuareg, hombres azules del Sahara. Y el rojo vibrante con que se cubre el altivo pueblo massai.

Porque toda raza es bendita y todo pueblo es elegido.

Construyamos un gran relato del mundo que tenga como protagonistas a los emigrantes, inmigrantes, caminantes y peregrinos. A los indocumentados, los que están presos en tierra extraña, los enfermos y hambrientos. Una narrativa que gire en torno a las niñas todas y todos los niños. Y los adolescentes que intentan hacerse adultos contra toda evidencia. Los discriminados o agredidos por reclamarse de un género o sexualidad divergentes; las gentes sin patria ni techo.

Narremos un regreso al hogar para Ulises, el griego de Homero, pero también para Ulises, el terko de Ya no estoy aquí, ese extraordinario film-odisea sobre los cholocolombianos. Que los y las jóvenes como el terko Ulises no tengan que huir de su tierra, y si deben hacerlo, que sean amparados donde quiera que lleguen, porque ellas y ellos son el futuro.

Rescatemos la palabra santuario. La palabra y el hecho. Santuario en su acepción original, que es lugar de refugio, donde el brazo y la ira de mi enemigo no puedan alcanzarme. Santuario para quienes en el mundo huyen de guerras y hambrunas. Que la América Latina no abandone ni expulse a sus gentes: que sea para ellas santuario. Que las venere, respete, cuide, proteja, las eduque y les dé trabajo con justo pago, techo que guarezca y comida para llevar a la mesa y alimentar a la prole.

Que Gaza sea santuario y no balneario.

La narrativa que nuestra era requiere, debe recuperar la moral, la dignidad y la decencia que han quedado ahogadas por las políticas de discriminación, expolio y odio. Que la sensación de desamparo y no futuro que conlleva el Desastre, se vea reparada por el afianzamiento de una toma de conciencia ética y política global, y una restitución del humanismo solidario. Por una lucidez universal que sea ambientalista, anticolonialista, anti racista y anti apartheid. Acompañemos a los pensadores y periodistas de muchas procedencias que hoy exponen el espectro aniquilador del Imperio, develándolo como amenaza global. Y junto con ellos, los músicos y cantantes, poetas, actrices, actores, activistas y ríos y ríos de millones y millones de manifestantes y gentes indignadas que inundan las ciudades del Planeta.

Naveguemos con la Flotilla Sumud en su propósito de dar de comer al hambriento y de beber al sediento, ancestrales máximas para todo ser humano que pueda preciarse de serlo.

Por una narrativa que se pregunte, ¿qué ha sido de la vida humana, de su carácter sagrado? ¿Qué ha sido del respeto por la vida, su afirmación sobre la tierra, su alegría? Alabaré la alegría, reza la frase quizá más bella de la Biblia. Patentemos una narrativa que, sin negar el dolor, alabe la alegría.

Nos han ido empujando hacia una era sin Dios ni ley, aboliendo todas las reglas de convivencia y eliminando las convenciones de paz, libertad y soberanía. Quieren reducirnos a una esquina donde no quepa el lenguaje del amor. Recuperemos el lenguaje del amor como columna vertebral de la narrativa nueva. Que todo el relato sea, en el fondo, una historia de amor. Revelación y rebeldía a través de las epifanías del amor.

México, Colombia y Brasil alzan la voz por la América Latina, exigiendo el cese inmediato de matanza, discriminación, trato inhumano y supremacismo de una raza sobre las demás.

¿Será posible encontrarle a la situación actual una narrativa simbólica y mítica? ¿Podremos hacer que nuestras vidas y nuestro relato den testimonio de lo brutal, y al mismo tiempo le canten a un renacer luminoso?

Si el sentido se ha agotado, vayamos más allá de los límites del sentido. No nos quedemos en un relato cómodo, que no moleste a nadie, que se contente con no desagradar. Aventurémonos en el lenguaje que sacude para despertar conciencias, confrontando y penetrando en capas peligrosas de la mente y la existencia.

Un relato que nos haga sentir vivos. Porque vivir ya no es suficiente: en medio de tanta muerte, hace falta sentirse vivo.

Un relato que se entregue al vértigo y se atreva a entrar allí donde la razón patina y falla el lenguaje. Recorramos el corte onírico, irracional y emocional, buceando en honduras inéditas y verdades no dichas.

Porque, (parafraseado a Goya), el sueño y la razón del poder han producido monstruos, necesitamos una narrativa en las antípodas del poder, sus acciones y razones.

Un relato que llame a entrar en acción, aunque no se tenga esperanza. Nec spe, nec metu, emblema latino que significa sin esperanza, pero sin temor. El que espera, desespera. A la pasividad de la espera, palabras que convoquen a la acción audaz y reparadora. “No se mira de frente al sol ni a la muerte”, dijo La Rochefoucault. Hagamos lo opuesto: miremos de frente al sol y a la muerte, sin permitir que nos cieguen. No se tratará de una narrativa truculenta, que se regodee en el horror, pero sí de una que no cierre los ojos ante lo truculento y el horror del desastre.

Escribir sin tabúes frente al sexo, la muerte o la violencia, sin falso pudor, sin concesiones a la censura o a lo políticamente correcto. Recurrir a la locura controlada como supervivencia ante una sociedad en pleno derrumbe de valores y aniquilación de lo humano.

El humor como recurso clave. Desafiar con el humor y la burla el poder absoluto de los déspotas contemporáneos, ya que su ego monumental los hace ridículos (Aquí, un guiño a Diego Luna).

Escribir en clave de parodia, porque la parodia representa los excesos de lo real. Recurrir a la oscura y jocosa brutalidad de la sátira para alumbrar mundos. A la tragedia, contraponerle la tragicomedia, que ofrece herramientas más aptas para tramitar la enormidad contradictoria de nuestra claroscura realidad actual.

Contra la desacralización impuesta por el dinero y el consumismo, recuperar lo sagrado, siendo lo sagrado aquello a lo que no podemos aproximarnos sin estremecernos, porque es más grande y profundo que nosotros mismos. Que vuelvan a ser sagradas las acciones, los seres y las cosas. Contra la desacralización del café sin cafeína; la cerveza sin alcohol; los alimentos sin calorías; la seguridad personal ejerciendo violencia sobre los demás; la guerra tecnológica y sin muertos propios; el sexo online, impersonal, deshumanizado y sin contacto; la utopía de la eterna juventud y la inmortalidad del individuo; las cirugías estéticas y el fitness llevados a extremo vicioso; el dinero como fuente fundamental de felicidad; la tecnología de punta al servicio de la muerte; la multimillonaria industria armamentista como rector de la economía.

Por una narrativa que encuentre y produzca signos y portentos. Que prevea milagros seculares. Que logre la magia visual. Que sea expresión radical y excesiva, ecléctica, incluyente e irreverente. Que goce de licencia para incorporar técnicas de serie televisiva; teatro del absurdo; crónica roja; comics; liturgia; sinfonía; magia negra. Que sea al mismo tiempo lirica y poética, y reportaje de guerra; novela gráfica; género policial; rock; música sacra; rap. (Y aquí, un guiño a Bad Bunny)

Una narrativa que rechace las aduanas que dejan pasar las mercancías mientras les cierran el paso a los trabajadores. Vía libre de ida y vuelta para los recolectores que provienen del Senegal y recogen fresa en Huelva. Y para los inmigrantes mexicanos que recogen lechuga en California. Para los que deben abandonar su casa en Afganistán o Burundi y trabajan por horas en la industria automotora de Detroit. Bienvenidas sean las Kellys, donde quieran que estén... Son maravillosas estas Kellys, acróstico de las - que - limpian, inmigrantes colombianas organizadas en gremio, que van por el mundo ejerciendo el oficio limpiarlo todo, casas, bebés, ancianos... lo que les pongan, ellas lo limpian, y además llevan a cabo una de las tareas más riesgosas y rechazadas por la gente local, la desinfección de hospitales y otros lugares donde el contagio suele cundir.

Frente al ecocidio, una narrativa basada en la voz de pequeñas comunidades indígenas como la de Manantialito, en la Guajira, Colombia, que anda en pie contra la poderosa Empresa Minera El Cerrejón, de la multinacional Suiza Glencore, una de las fuentes de carbón más grandes del mundo. La gente de Manantialito se niega a tener que desplazarse por falta de acceso al agua; el río que atraviesa su territorio ha perdido caudal debido a la extracción altamente contaminante del carbón. Y ahí no termina el ciclo. Al igual que el uroboro, criatura mítica que se muerde la cola, asi también ecocidio y genocidio se entrelazan en un mismo círculo criminal. Para romperlo, el gobierno colombiano ha bloqueado la exportación del carbón del Cerrejón a Israel.

A la par con las gentes humildes de Manantialito, los habitantes de esta gran urbe que es Monterrey, a la voz de “un río dentro del río”, o, un cerro en el cerro, sueñan y luchan contra el embate arrasador de aquellas las industrias que erosionan la poderosa cordillera que rodea y protege a la ciudad, y que son obstáculo para que su río, el Santa Catarina, vuelva a correr cantarino, y bendecido con un hermoso y generoso caudal de agua.

Necesitamos una nueva narrativa que dé testimonio. Así como la caída de Constantinopla marcó el fin de Bizancio, el genocidio de Gaza marca el fin de la impronta imperial y colonialista de la civilización occidental. Un Occidente que hoy fenece en las atrocidades que promueve y tolera, si logra renacer, será en su Revolución de los Claveles; su Black Life Matters; en su MeToo y revuelta femenina o gay; en su personal médico que, destruidos los hospitales, cura heridos entre las ruinas; en su Flotilla Sumud de la Libertad. Y en la energía y valor de las Kellys; de los comuneros de Manantialito; de los recogedores mexicanos de lechuga en California y de fresa en Huelva; de los afganos, sirios y birmanos que trabajan como obreros en Chicago y en Seattle.

Toda esta Historia se hará verbo, y del verbo saldrá nuestro relato.

Ya para terminar, mi voto para que aquí, en la Feria de Monterrey 2025, que hoy se inaugura, aportemos a una alegre y clara narrativa que sea cumbia. Cumbia cienaguera, cumbia rebajada y cumbia a todo trapo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_