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Columna
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El dólar caído

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

La caída del dólar ha hecho saltar por los aires las últimas explicaciones sobre los tipos de cambio. Hace unos meses, cuando el euro llegó a valer sólo 0,85 dólares, se decía que el ascenso del dólar era una prueba de la superioridad de la estructura económica y política de Estados Unidos frente a la de Europa. Un dólar fuerte reflejaba la flexibilidad de la economía americana frente a la rigidez europea y el mayor potencial de crecimiento de Estados Unidos. El dólar era el refugio en momentos de incertidumbre debido al potencial militar americano y a la toma de decisiones unitarias en aquel país frente al caótico y fragmentado proceso decisorio de la Unión Europea. Algunos añadían a estas explicaciones la mayor capacidad y brillantez de Greenspan frente a la incompetencia y tosquedad de Duisemberg y la sabia y rápida reacción de las autoridades americanas aumentando el déficit público frente al conservadurismo fiscal europeo impuesto por el pacto de estabilidad y desarrollo.

Pero ahora es el dólar el que está cayendo y, por supuesto, nadie se atreve ni siquiera a sugerir que el ascenso del euro se debe al mayor potencial militar europeo o a que el proceso de toma de decisiones en Europa es mejor que el de Estados Unidos, a la flexibilidad de los mercados europeos frente a los americanos, a que las perspectivas de crecimiento en Europa son mejores que en Estados Unidos o a que Greenspan es bobo y Duisemberg es un gran sabio. Ahora se ha vuelto a las explicaciones tradicionales y se destaca que los tipos de interés son más bajos en Estados Unidos que en Europa o que el enorme déficit de la balanza corriente americana hace difícil su financiación. No obstante, para que nadie se quede tranquilo con estas nuevas/viejas explicaciones hay que recordar que no sirvieron para explicar el ascenso ininterrumpido del dólar durante los últimos ocho años.

Aunque se sea escéptico ante las explicaciones de los movimientos de los tipos de cambio, y aún más ante las predicciones sobre su evolución futura, se puede estar más seguro respecto a las consecuencias que estos movimientos pueden tener sobre la economía global. Incluso cabe imaginar cómo reaccionarán las autoridades económicas. Así, cabe esperar que el ascenso del euro y la caída del dólar produzcan una mayor inflación en Estados Unidos y una mayor deflación en Europa. En un momento de inflación baja, los aumentos de precios en Estados Unidos que traerá la devaluación del dólar no van a preocupar mucho a las autoridades americanas, al margen de las declaraciones que hagan para calmar a los mercados. Es más, son muchos los que piensan que una inflación excesivamente baja estaba deprimiendo los beneficios de las empresas americanas y que, por tanto, una mayor alegría en los precios podría mejorar las perspectivas empresariales en aquel país y estimular la inversión. En Europa, el endurecimiento del euro significará más deflación, y lo lógico es que el Banco Central Europeo reaccione bajando los tipos de interés. Si un 2,75% era el tipo de interés adecuado hace dos meses, hoy, con un euro más fuerte, el Banco Central Europeo tendría que reducir ese tipo.

Hay otro posible efecto de la devaluación del dólar, el que puede tener sobre la Bolsa americana, que es el más preocupante. No se puede olvidar el precedente de la caída de la Bolsa americana en 1987 después de una fuerte devaluación del dólar, pero hay que decir que todavía la devaluación no ha sido tan profunda, y que, dado que los mercados de capitales están mucho más integrados, la revaluación de las empresas europeas en la que participan las empresas americanas, mejorará la propia valoración de estas últimas. La caída del dólar no tiene, pues, por qué ser negativa para la economía global, incluso puede ayudar a terminar con algunos desequilibrios. Pero para la economía mundial ahora nada es importante ante la expectativa de guerra, la guerra misma y, sobre todo, lo que suceda después de la guerra.

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