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MÚSICA

Al rescate de Charley Patton

Robert Johnson firmó un pacto con el diablo. Lo explican sus múltiples biógrafos y resulta creíble. De lo contrario es casi imposible explicar cómo treinta años después de su muerte su espíritu y alguna de sus canciones se introdujeran sigilosamente en los ambientes más distinguidos del rock. Personalidades de indiscutible talante diabólico le han rendido pleitesía. Eric Clapton le reivindicó como una experiencia religiosa antes de convertir su Crossroads en éxito multitudinario, y Keith Richards, siempre más terrenal, no se cortó al afirmar: "¡Este tío tiene tres cerebros!", mientras entonaba con Mick Jagger su Love in Vain.

Gracias a sus tratos con la parte oscura del más allá, Robert Johnson ha quedado para la historia no sólo como uno de los primeros y más grandes bluesmen del delta del Misisipí, sino como prácticamente el único, el iniciador. A pesar de ello su resplandeciente e influyente obra (29 temas en total) le debe mucho a otros creadores discretamente anteriores.

Por su parte, Charley Patton no firmó ningún pacto con el maligno, más bien al contrario: siempre se mantuvo en la cara piadosa de la vida. Lógicamente casi nadie ha cantado sus canciones o le ha reivindicado públicamente (el pasado año, Dylan se acordó de él en una sucinta dedicatoria). Si en vida su popularidad fue enorme, tras su muerte su nombre se hundió en el olvido. Pese a que, por ejemplo, una de las primeras versiones discográficas existentes de un himno generacional de tanto empaque como I shall not be moved (No nos moverán) salió de sus labios en el ya lejano 1929 (al parecer existe documentada otra versión grabada por un tal Reverendo E. W. Clayborn unos meses antes).

Hippies y reivindicadores sociales dejaron de vender hace tiempo, Clapton y Stones siguen en la cresta de la ola: Robert Johnson sigue siendo un ejemplo y uno de sus principales mentores, Charley Patton, un desconocido. Una situación que debería comenzar a cambiar gracias a la reciente reedición de la obra completa de Patton. Revenant ha reunido todas las canciones grabadas por Charley Patton (incluso las que grabó anónimamente como The Masked Marvel) en una lujosa caja distribuida por Discmedi, Screamin' and Hollerin' the Blues, que simula con acierto un antiguo álbum de polvorientas placas de pizarra (matrícula de honor para el diseño). En su interior, cinco compactos recogen toda la obra de este singular bluesman con el añadido de algunas grabaciones de otros músicos de su entorno y un sexto plástico dedicado a versiones de sus composiciones (todas de los años treinta y cuarenta, sólo Howlin' Wolf y los Staple Singers, en los cincuenta).

Charley Patton fue una de las primeras voces del blues del delta del Misisipí, como mínimo una de las primeras de las que han quedado trazos discográficos (otros nombres históricos como Ike Zinnerman, probablemente el precursor, nunca llegaron a grabar). Patton nació en abril de 1891 en la población de Bolton cercana al Misisipí, es decir, un mes antes y a pocos kilómetros de distancia de Robert Johnson. A pesar de esa cercanía, la carrera de Patton se desarrolló con mayor celeridad que la de Johnson, que grabaría su primer disco dos años después de que Patton falleciera (murió de un ataque al corazón en 1934).

El mítico Paul Oliver describía a Charley Patton como "el arquetipo de cantante de blues de Misisipí, de piel relativamente clara y pelo largo y ondulado como el de un europeo", características que se insinúan en la única fotografía que se conserva de este cantante con mezcla de raza blanca, negra e india. Patton entró por primera vez en un estudio de grabación (eufemismo para calificar un cuartucho con un micrófono, un cable y una grabadora de acetatos de cera o similar) en junio de 1929 y siguió grabando (tanto típicos blues de tema mundano como cánticos religiosos, siempre acompañándose a la guitarra) hasta poco antes de su muerte convirtiéndose en el cantante/compositor más popular del Delta. Popularidad que llegó, según cuentan las gacetas de la época, hasta públicos de raza blanca. Ahora esta cuidada reedición de su obra podría devolver a Charley Patton algo de ese esplendor perdido posiblemente por no haber invocado nunca el nombre de Lucifer.

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