En las profundidades cromáticas del negro
Jordi Teixidor (Valencia, 1941), es hoy ya una figura indiscutible en la historia del arte español de las últimas décadas. Formado a la sombra del Grupo de Cuenca -en especial, cercano a Gustavo Torner y Gerardo Rueda-, Teixidor fue también uno de los primeros artistas españoles que vivió en directo y a fondo la aventura norteamericana de Nueva York, madurando pronto un lenguaje pictórico abstracto, intenso y austero, que algunos han identificado con el minimalismo. Lo relevante, en todo caso, ha sido la coherencia y el extremado rigor de la trayectoria de Teixidor durante prácticamente los últimos 25 años, cuya agitación, la mayor parte de las veces alocada, no ha afectado ni su temple personal, ni, por supuesto, su pintura.
JORDI TEIXIDOR
Antonio Machón Conde de Xiquena, 8 Madrid Hasta el 22 de febrero
¿Cómo si no hubiera logrado hacer Teixidor lo que ahora hace? ¿Cómo si no habría arribado a la profundidad, la intensidad y la belleza de su obra actual? Los cuadros y dibujos que presenta ahora en Madrid, fechados en 2002, son un estremecedor ejemplo de síntesis compositiva desnuda, pero, sobre todo, nos llevan al corazón del color como un diálogo de la luz y la sombra, como una musical penetración en la misteriosa hondura del negro, esa saturada suma de todos los colores.
Con sutiles bandas de co
lor, que pueden ir del amarillo solar más restallante o el mismo carmín hasta apagados tonos sienas, grises o glaucos -bandas además que están entretejidas con la trama de una gestualidad bien perceptible, lo que reafirma lo que cada color tiene de construcción no sólo caligráfica, sino de decantación versicolor: color de colores-, Jordi Teixidor hiende la profunda masa del negro, la escinde, la recorta, la enmarca, dejando sobre su opaca superficie como una irisación por la que la oscuridad se define con una luz de tonalidad cambiante, donde reconocemos la marca cromática que, en cada caso, le da origen.
Cuando se penetra en la galeríamadrileña, esta secuencia de rectángulos horizontales y verticales, a veces de cuadrados, imponen un orden negro, en el que, paulatinamente, se percibe que está habitado por un drama luminoso, generándose así una curiosa dinámica de profundidad/superficie, de oscuridad/claridad, de orden/desorden, etcétera.
Al cabo de un rato, el efecto que siente sobre sí el visitante es como el de un amanecer, el de la progresiva animación del amanecer, que se recorta y se desarrolla precisamente a partir de la noche.
El gran colorista Renoir tuvo que visitar España y fijarse en la pintura española para comprender que estaba equivocado cuando decía que no se debía usar jamás el negro. Lo vuelve a demostrar un pintor español: Jordi Teixidor. Es cierto que su pintura no es más que pintura, pero nunca he tenido más claro que, en la pintura, cabe todo, pero no sólo el todo físico, sino el todo espiritual: la experiencia humana completa.
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