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LA VENTANA DE MILLÁS

Venga de donde venga

Mi esposa esperaba nerviosa, sujetando el carro lleno de la compra semanal, a que yo pagara en la caja. "Carlos, si no te das un poco de prisa, no podremos llegar a las ocho". Cuando la cajera, una mujer de cierta edad -más o menos como la mía- con unas gafas de cristales gruesos, de esas que ya no se ven, al devolverme la tarjeta cubrió mi mano con la suya y apretando me dijo: "Adiós, Juan", le contesté con un adiós precipitado, metí aquella mano en mi bolsillo y no la saqué hasta que tuve que sacar la llave de contacto para poner en marcha el coche.

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