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Columna
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Lágrimas

Ducharse o no ducharse, esta es la cuestión. Convertida en asunto moral, significa la solitaria decisión matutina de me ducho ahora o no me ducho. Mi madre me acostumbró a la ducha diaria, cosa que tiene mérito, porque la ciudad de Granada pertenece a una Andalucía arañada por los inviernos duros, los termómetros resfriados y las nieves montañeras. Ducharse en Granada, a primera hora del día, cuando no funciona bien la calefacción, es como para que nos den una limosna, aunque no seamos ciegos. Lo que yo desconocía era que mi madre, tan cristiana ella, y tan defensora de las celebraciones de la Toma de la ciudad por los Reyes Católicos, se comportó siempre como una heredera de la aseada disciplina islámica. Si lo llego a saber, hubiese tenido un argumento líquido, más que sólido, para convencerla de que una cristiana no puede empeñarse en mandar a sus hijos, con un catecismo en la cartera y una ducha en la conciencia, a las misas colegiales de las ocho y media de la mañana. Y no es que esté mal recordarle a algunos nacionalistas cavernícolas que todos somos históricos, y que donde menos se piensa puede saltar una momia milenaria, incluso un mono. Pero ocurre que en Granada hace mucho frío en invierno, y con la edad, las pulmonías y los sustos cardíacos de los amigos, yo estaba empezando a dudar sobre la conveniencia de los duchazos madrugadores. Ha sido un verdadero sobresalto enterarme de que mi orgullo patriótico depende de un gel dermopurificante y de un champú con mentol natural. ¿Será posible utilizar un champú anticaspa en el nuevo proyecto del patriotismo español? No sé, en cualquier caso, mi mujer, que nació en Madrid, parece más patriótica, y más islámica, y más granadina que yo, porque se define espiritualmente no sólo con gel y champú, sino con un bain de beauté parfumé, una espuma skin revitalising massage shower y una crema deep comfort, body moisture. (Los productos de limpieza, como los patriotas españoles, hablan ya más en inglés que en francés).

Suelo estar más sucio que mi mujer. Mantengo la perversión de viajar en tren desde Madrid a Granada. Tal vez los granadinos nos lavamos tanto por culpa de la desidia del Ministerio de Fomento a la hora de adecentar nuestras comunicaciones ferroviarias. Se huele mal después de seis horas de viaje en vagones prehistóricos. Y se seguirá oliendo mal con el tren de mentirijilla que nos proponen los hijos del Cid pasados por las fuentes purificadoras. Comprendo que el Gobierno haga poco caso a las peticiones ciudadanas. Ya se sabe que son conspiraciones marginales, muy poco patrióticas, nacidas en conexión con el terrorismo y la delincuencia internacional. Pero el ministro debiera pensar que algunos norteamericanos se empeñan todavía en visitar la Alhambra, y no es justo someterlos a una tortura ferroviaria, burda agresión a los valores de Occidente, tan amenazados por el Tercer Mundo y por la vieja Europa. Será mejor no remover el asunto, no sea que los granadinos, que pasamos con facilidad de las aguas cristalinas a las lágrimas, nos veamos sometidos a una ducha de bombas. Las Casa Blanca puede responder con malos modos ante las paradojas coyunturales del tren, el patriotismo, las fuentes y las raíces morunas. Aunque, por fortuna, aquí no hay petróleo.

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