El Ferguson del 'calcio'
Array
Primero, una extraordinaria reputación como jugador durante 20 años repletos de triunfos. Después, el entrenador joven con más proyección en el calcio. Y ahora, el primer técnico en la historia del fútbol italiano que compagina la dirección del equipo con un puesto de directivo en el consejo de administración del club, el Lazio. Nunca dejó de hacer ruido y su figura jamás deja indiferente.
Roberto Mancini (Jesi, Ancona, 1964) siempre ha sido impaciente. En su día, fue el debutante más joven en la Primera División: se estrenó con el Bolonia a los 16 años en el inicio de una magnífica trayectoria. Enseguida le fichó el Sampdoria, en el que sus 132 goles en 15 temporadas apenas son un detalle insignificante comparado con su maestría y creatividad. Todavía se discute si fue él o Roberto Baggio el mejor 10 de los últimos 30 años.
Ha blindado el vestuario ante la crisis económica y mantenido al equipo en las alturas
Rebelde, díscolo y polémico, se ganó el respeto casi reverencial de sus compañeros. Lo que decía Mancini iba a misa. Si alguien le llevaba la contraria, la discusión se zanjaba con una fulminante mirada del capo. Esa personalidad la conserva intacta. Internacional 36 veces, pocas para lo bien que jugaba, regó con lágrimas de amargura el césped de Wembley tras perder la final de la Copa de Europa de 1992 frente al Barça. Pero se hartó de levantar trofeos: una Liga, cuatro Copas y una Recopa.
Mancini se fue al Lazio con 32 años, pero aún con muchas balas en la recámara: mientras meditaba qué habría más allá de unas botas colgadas, le dio tiempo a ganar otra Liga, dos Copas más y otra Recopa defendiendo la camiseta celeste. Por fin, se retiró a los 36, en junio de 2000, con la merecida condición de ídolo y sabiendo que el mismísimo banquillo del Lazio le esperaba. Había aprendido mucho de Boskov y Eriksson le ofreció ser su ayudante. Se dice que sus palabras ante sus ex compañeros valían más que una instrucción del sueco. Cuando Eriksson fue destituido, Mancini albergaba el deseo de hacerse con el cargo, pero el presidente, Cragnotti, eligió a Zoff. Entonces volvió a vestirse de corto, dos meses, aceptando una oferta del Leicester.
Pero se marchó rápidamente de Inglaterra porque aún no tenía el título de entrenador y necesitaba hacer el curso en la escuela de Coverciano, lo que no le impidió dirigir al Fiorentina, ganando una Copa, durante casi dos cursos ante las críticas de los otros técnicos, que le veían como un intruso arrogante.
Esta temporada, ya con el título en el bolsillo, Cragnotti le ofreció entrenar a un Lazio que acababa de traspasar a sus dos estrellas, Nesta y Crespo, y que afrontaba una gravísima crisis económica. Los jugadores no cobraban y el club estaba en venta, pero Mancini blindó el vestuario y mantuvo al equipo con buen fútbol en los puestos altos. Ahora Cragnotti se ha ido y dirige el club interinamente un abogado, Longo, antiguo fiscal contra el dopaje, hasta que los bancos que se ha hecho con el control accionarial del club designe el nuevo consejo de administración, en el que Mancini estará presente. Pero no como un mero vocal. Nunca le gustó la segunda fila. Así que probablemente se convierta en un manager que toma decisiones de gestión deportiva en el despacho, pero también se sienta en el banquillo, al estilo de Ferguson en el Manchester.
De momento, su primer éxito, según los ejecutivos, es haber revalorizado una plantilla que, además, acaba de cobrar parte de los atrasos en los sueldos y que persevera con optimismo y unidad en la pelea por la Liga y la Copa de la UEFA. Hace menos de un mes los jugadores celebraban un gol sentándose en fila en él céped simulando que remaban. Mientras tanto, su timonel sonreía en el banquillo y toda Italia se asombraba de lo que es capaz de hacer un hombre que, seguro, hará notar su personalidad en los lujosos despachos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.