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Tribuna
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Carbón

Terminaron las Navidades y los Reyes nos trajeron carbón. Ya lo intuíamos, ya sabíamos que el futuro se nos estaba poniendo bastante negro, pero ¡tanto! ¿Que de qué estoy hablando? De una noticia de este periódico con la que nos desayunábamos nada más pasar el puente festivo: el descenso de las inversiones de la Consejería de Educación y Ciencia en casi un 15% desde 1995. Como somos, según pretenden, la comunidad puntera de este país, bueno será reflexionar sobre el significado de dicho dato. ¡Pues vaya noticia!, dirán ustedes. O sea que lo del Prestige sigue sin arreglarse, o sea que estamos en vísperas de una guerra a la que nos han apuntado contra la opinión mayoritaria de los españoles (lo que es más notable, también del propio Papa de Roma), y usted va y nos habla de inversiones en educación pública y en infraestructuras científicas. Pues sí, es precisamente de lo que quiero hablar y no a humo de pajas. Esa noticia, que no parece haber provocado ningún cataclismo en la opinión pública valenciana, se me antoja, sin embargo, catastrófica.

Vivimos un momento muy raro de la vida política española y tal vez por ello hayamos perdido todos el oremus. En vísperas de una confrontación electoral a cara de perro, que recuerda a las generales de 1995, parece que unos y otros no tienen mejor cosa que hacer que insultarse y contarnos mentiras o, en el mejor de los casos, medias verdades. Pero a los ciudadanos lo que nos interesa no es quiénes van a ocupar los sillones, sino lo que se va a hacer desde los despachos. Para eso los votamos. Y lo cierto es que si lo que van a hacer debe juzgarse a tenor de lo que han hecho, más vale estar confesados. Resulta que el principal partido de la oposición sacó adelante dos leyes, la LOGSE y la LRU, de cuya aplicación se siguieron algunas ventajas evidentes -como la extensión de la enseñanza a toda la población y la posibilidad de que los estudios universitarios estuvieran abiertos a las clases trabajadoras- y algunas disfunciones igualmente obvias -como la caída espectacular del nivel de la enseñanza media y el más descarado de los ombliguismos, unido a una palpable pobreza intelectual, en la universitaria-. Ítem más, resulta que el cambio de partido en el gobierno nos hizo suponer a todos, a los que lo votaron y los que no, que desharían los dislates de los anteriores conservando sus aciertos. Mas hete aquí que, ante nuestra sorpresa, ha sucedido todo lo contrario: se mantienen los aspectos negativos, pero se están cargando los positivos. Y ya se sabe que la suma de dos números negativos no sólo es también negativa, sino de mayor valor absoluto además.

Parecía lógico que el desinterés generalizado de los estudiantes fuese combatido arbitrando medidas para que el esfuerzo personal en formación tuviera un reflejo directo en sus expectativas laborales. No ha sido así: muy al contrario se ha potenciado un modelo de contratación basura en la que la posesión de un título, y no digamos la de un buen expediente, es un lujo innecesario. También parecía lógico arbitrar medidas para que la calidad docente e investigadora de los profesores repercutiese en su trayectoria profesional y en su consideración social. Como en el caso anterior, no se ha hecho nada, y afanarse por ser un buen profesor o un investigador meritorio ha terminado por resultar un empeño ridículo. De acuerdo, entre todos han destrozado a una generación de docentes y a otra de discentes. ¿Y ahora qué?

Ésta es la gran pregunta. Cuando gobernaba el partido socialista, allá por los fastos del 92, se nos quiso convencer de que somos un gran país. Ahora que gobierna el Partido Popular, en plena vorágine del llamado patriotismo constitucional, también nos repiten machaconamente que somos un gran país. Se ve que los voceros de esta excelencia patriótica han estudiado con el sistema educativo de sus propias leyes y así les va. Porque el problema, desgraciadamente, es que no somos un gran país; estamos muy, pero que muy lejos de serlo. ¿Es que no saben leer? ¿Es que no se han molestado en mirar la posición que ocupamos en los indicadores de bienestar y de poder adquisitivo dentro de la UE? España es un país con escasos recursos naturales y con un tejido industrial excesivamente dependiente de las multinacionales. Ahora que la UE se amplía por el Este, veremos un goteo de instalaciones que se van trasladando a Oriente y una masa de parados que inevitablemente crecerá de año en año. También veremos cómo la madre de todas las soluciones, el turismo, no lo es en un mundo cada vez más peligroso y empobrecido. La única alternativa a este panorama deprimente se llama I+D. Un país con gente formada es un país que tiene algo que ofrecer a las empresas, algo que otros países competidores no pueden brindar a su vez. Un país en el que se generan patentes es un país en el que las fábricas están obligadas a radicarse. Todo esto es cultura, algo que teníamos y que a causa de la deriva irresponsable del país estamos perdiendo. Da pena comparar las ofertas de empleo de las páginas económicas de los diarios españoles con las de sus equivalentes franceses, alemanes, ingleses o italianos.

Aquí sólo se fomentan el botellón y la televisión basura. Panem et circenses. Luego que nadie se queje. Decididamente hemos entrado con mal pie en el año nuevo: no creo que el carbón de los Reyes nos vaya a saber a dulce, tiene el mismo olor pestilente del chapapote.

Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia.

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