Anita
El Partido Popular gobierna mal, pero se vende bien. Vean ustedes, si no, su trabajo de fino encaje para conseguir embadurnar al Partido Socialista con la negra mancha de fuel que sólo tendría que mancharlos a ellos. Ya sé, ya, que Caldera tiene una tendencia innata a meter los pies en la caldera y les facilita el trabajo, pero es cierto que el PP es un maestro en el arte de la confusión y como en política lo importante es parecer..., ellos consiguen parecer buenos, o parecer tan malos como los otros, cuando lo malo es imposible de camuflar. La táctica del calamar es el invento más notorio de la publicidad. En Galicia, cuyos peperos son aprendices aventajados, mírenlos convertidos en oposición de la oposición, y así liberados de la exigencia primera de todo gobernante: asumir responsabilidades. Lo del Prestige acumula tal cúmulo de despropósitos que él último, la pelea barriobajera con los barquitos de la Generalitat, ya empieza a ser de antología del disparate. ¡Qué mal, mal, mal gobiernan estos gobernantes de pacotilla! Y claro, cuánto peor gobiernan, más esfuerzos dedican a vender la moto al personal. La teoría del péndulo en versión ley de Murphy.
Como creo en lo que acabo de escribir, no creo que lo de Anita Botella sea una improvisación, porque el PP no improvisa nada, y mucho menos un gesto de tal naturaleza. Los mentideros de Madrid hace mil años que interpretaban la presencia pública de Ana Botella y su multiplicidad de declaraciones y actos como una pista de aterrizaje minuciosamente construida para el despegue político. Cada vez más presente y cada vez más ideológicamente presente, la primera dama iba perfilando un notorio perfil propio, finamente situado en el flanco derecho de su derechona eterna. Como buena ex postulante de María (se non é vero, merecería...), la mujer del presidente hablaba de lo social y de lo familiar, esa piedra angular del conservadurismo de toda la vida, machaconamente obsesionado por los valores del más católico de los tradicionalismos. Sonriente, guapina sin exceso, bien puesta señora de Serrano, moderadamente inteligente, Ana Botella representaba la señora de toda la vida del Madrid rancio de toda la vida, católico, apostólico, romano y por ende españolísimo. El bodorrio que le montó a la niña de sus ojos no hacía sino confirmar lo que ya sabíamos: que era la más digna sucesora de esas señoras bien del Cuentáme de nuestra memoria que el día del Domund postulaban por las calles con beatífica sonrisa y collar de perlas auténtico. La caridad cristiana bien entendida empieza en los mejores salones del reino.
Ana es ese Madrid, esa España, esa clase social, ese tipo de gente, y por ello su salto a la política es mucho más que un gesto publicitario, es un gesto ideológico, perfectamente pensado para trabar el pensamiento más carca de la sociedad. De ahí que su sí quiero a Albertito haya sido aplaudido por lo más notable de la intelectualidad: grupos antiabortistas, colectivos de familias numerosas, asociaciones de padres católicos... ¿Lo mejor de tan granado club? Lo mejor, lo dicho por Eduardo Hertfelder, intelectual preclaro de la plataforma para la promoción de la familia, que, respirando aliviado, espetó: "Ana contrapondrá su sensibilidad social y familiar a la actitud de su jefe político, Ruiz Gallardón, que considera familia a cualquier unión entre dos personas". Sí señor. La familia no tiene nada que ver con el amor entre dos, ni con tonterías de convivencia, respeto y otras patrañas. La familia es lo de antes, la que no hace el amor sino que procrea, la que no convive sino que se aguanta, la que se mantiene unida porque reza unida. Que todos los colectivos gays, feministas, progresistas, y hasta los que luchan contra la violencia doméstica se hayan horrorizado con la incorporación de Botella no tiene demasiada importancia. Para lo católico-apostólico, cabrear a lo progre es de precepto en el catecismo. De todas formas, no sobra recordar el apoyo de Ana Botella al alcalde pata negra de Ponferrada que acosó hasta el delirio a la pobre Nevenka Fernández, pero cuyo calvario no conmocionó a la presidenta. La caridad cristiana siempre se practica desde el poder.
Curiosa contradicción, pues, la que padecemos algunos y sobre todo algunas estos días: por una parte, encantados de que una mujer que había empezado siendo presidenta florero aterrice finalmente en su propio activo. Cuando en mi libro Mujer liberada, hombre cabreado titulé el capítulo de la mujer y el poder en estos términos: No queremos ser Ana Botella (No volem ser Marta Ferrussola, en la versión catalana), me refería precisamente a esto, a la superación del florero, protagonistas activas de nuestra propia historia. Ana Botella es, pues, algo más que la incorporación de una mujer en primera línea, es la superación de un rol tradicional para pasar a ejercer una nueva dimensión social. Con honestidad, creo que hay que considerarlo una buena noticia. Pero que esa superación del rol clásico se haga para intentar consolidar, desde el poder, los roles más tradicionalistas de la mujer y la familia es una molesta contradiccción. Podríamos decirlo en estos términos tan chocantes: una mujer entra en política para poder ir contra la mujer. Ganamos y perdemos en una sola jugada. ¡Uf!
Acabo con el optimismo que me expresaba ayer esa inteligencia gamberra, transgresora y caradura que es la de Coto Matamoros, y no pido perdón por citar a la bestia: "Los socialistas son tan tontos que no saben hacer campañas publicitarias. Para ganar al PP no hay que poner la foto de esa chica embutida en cuero. Que pongan la foto de Ana Botella por todo Madrid y te aseguro que arrasan". Hum..., no sé...
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