"Todo el mundo debería poder bailar en su país y no tener que irse"
Cuando apenas tenía tres años, Lucía Lacarra (Zumaia, 1975) ya decía que quería ser bailarina. No fue un capricho infantil. Su vida ha sido la danza. "Si no hubiera podido bailar, no habría sido feliz", asegura la joven, quien cerró el año 2002 con la obtención del Premio Nijinsky, la máxima distinción coreográfica mundial, y el homenaje de su localidad natal.
Pregunta. ¿Existe una cultura de la danza en España?
Respuesta. La respuesta puede ser tanto sí como no. Hay una cultura de la danza, porque cada vez que vengo a bailar a España los teatros están llenos, la gente disfruta muchísimo y quiere más. El problema es la mentalidad a nivel ministerial. La danza queda como un arte minoritario, no la empujan como pueden empujar otro arte.
P. ¿Los bailarines españoles se ven obligados a irse al extranjero?
R. Yo no me he sentido obligada. Pienso que trabajar en diferentes países y compañías va en beneficio propio, pues aprendes muchísimo. Aprendes la riqueza de repertorio y estilos, y también a valerte por tí misma y estar segura en cualquier situación. Pero sí que hay muchos bailarines que se sienten exiliados. Eso es una pena, porque todo el mundo debería tener derecho a bailar en su propio país y no tener que irse por fuerza mayor.
P. ¿Aprecia diferencias entre la forma de trabajar en EEUU y en Europa?
R. Muchísimas. Los principios en San Francisco fueron duros, pero luego aprendí mucho. Llegas a un país donde lo primordial es la competición. Son compañías muy grandes y, si no haces tu trabajo, siempre habrá alguien que lo haga. Aprendes a valerte por tí misma. Es estresante, pero te das cuenta de lo que vale lo que haces y de cuánto tienes que luchar para ello.
P. ¿Qué le aporta Europa?
R. Estoy feliz de haber vuelto a Europa, porque es el alma artística. No es sólo competición. Es arte, interpretación, vivir lo que haces, y eso es lo que echaba en falta en San Francisco.
P. Cyril Pierre es su pareja de danza y sentimental. ¿Favorece o dificulta el trabajo?
R. Conozco muchas parejas sentimentales que son incapaces de bailar juntos, porque empiezan a pelearse y no paran. En nuestro caso, primero fuimos pareja de danza y, una vez que nos convertimos en pareja en la vida real, nunca nos hemos permitido perder el respeto que nos teníamos antes y que se tiene por un partenaire, al que no dices cosas que te puedes permitir con alguien a quien conoces bien.
P. ¿Bailarines y bailarinas pueden desarrollar por igual su labor?
R. Hoy en día sí, se ha equilibrado mucho. En la época de [Ana] Pavlova, el hombre era sólo una barra de equilibrio para la mujer: la llevaba, la hacía girar, saltar, pero él no era importante, era un poco el instrumento de la bailarina. Ahora, tanto las estrellas masculinas como femeninas tienen su propia importancia.
P. ¿Qué ballet le ha marcado más?
R. Me doy al cien por cien en cada cosa que hago y pienso que todos los ballets que he hecho me han marcado, cada uno de una forma diferente. Si me pongo a citar uno, tengo que citar cien, porque le doy tanta importancia a uno que me ha marcado personalmente como artística o técnicamente.
P. ¿Hasta cuándo se ve sobre los escenarios?
R. Hasta tener unos cincuenta años. Cuando tenga esa edad, espero tener una familia, un par de hijos, una vida personal plena, que me tiren a quedarme cada vez más en casa y darme las vacaciones que no he tenido. Aunque seguiré siempre trabajando en el mundo de la danza para ayudar a otros a que suban al escenario.
PERFIL
Lucía Lacarra inició sus clases de ballet a los nueve años en una academia de Zumaia. A los 14, ingresó en la escuela de Víctor Ullate, en Madrid. Un año más tarde ya formaba parte de la compañía del maestro, desde la que viajó al Ballet de Marsella de Roland Petit. En 1997, dio el salto a EE UU y entró en el Ballet de San Francisco, donde ha permanecido cinco años. En septiembre se incorporó a la compañía de la Ópera de Munich.
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