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Reportaje:ARANTXA SÁNCHEZ VICARIO | DEPORTES

Adiós a la mejor tenista española de la historia

El 2 de noviembre fue una fecha importante en la carrera de Arantxa Sánchez Vicario. No fue un día de gloria. Al contrario. Aquella jornada ella estaba en Canarias disputando el último punto de la final de la Copa Federación [Copa Davis femenina] frente a la eslovaca Janette Husarova y las cosas no marchaban. El punto decidía el título. Pero Arantxa demostró estar fuera de su mejor forma y acusó el peso de una lesión muscular que estaba arrastrando. De golpe, un espectador, un ex militar que estaba en la grada, le lanzó su sentencia: "No estás ni para jugar a la canasta. Si estás lesionada deja tu sitio a la canaria ".

Aquello sonaba a ultimátum y realmente lo fue. A Arantxa, que no suele llorar en las pistas, se le escaparon las lágrimas. No pudo contenerse. Y el público le rindió, sin saberlo, su último homenaje: sonó un aplauso atronador. La barcelonesa perdió y el título voló hacia Eslovaquia. Pero aquello no fue lo importante. Lo que marcó aquella jornada fue que Arantxa decidió que aquél sería su último partido. Lo mantuvo en secreto aún algunos días dando paso a todo tipo de especulaciones, hasta que lo anunció definitivamente una semana más tarde.

Estuvo tan arropada que algunas veces pareció perdida cuando era ella sola la que debía afrontar situaciones de cierto compromiso fuera de la pista

"Creo que ya basta", sentenció, a sus 30 años. "Ahora me toca vivir mi vida". Y así, con un razonamiento tan simple, dejó atrás una carrera llena de éxitos, de incertidumbres, de penas y glorias que había durado 17 años y que la llevó a la cumbre del tenis mundial y la convirtió en la mejor jugadora de la historia del tenis español. En todo este tiempo, Arantxa atesoró un palmarés incomparable entre sus compatriotas: 4 títulos del Grand Slam (3 Roland Garros y 1 Open de Estados Unidos), 29 títulos del circuito, cinco Copa Federación y 12 semanas como número uno del mundo individual, que, en 1995, combinó con el liderato de la clasificación mundial de dobles.

Campeona de la regularidad

Sin embargo, lo que demuestra hasta qué punto estuvo implicada en la cúpula del tenis internacional la mayor parte de su carrera es que alcanzó 12 finales, 22 semifinales y 35 cuartos de final en los torneos del Grand Slam. Pocas jugadoras pueden alardear de tanta regularidad. "Ella siempre estaba ahí", recuerda Manuel Orantes, campeón del Open americano en 1975. "Su carrera es un homenaje a la constancia. Nunca se rendía, luchaba hasta el último punto. Y creo que es una de las jugadoras que más rendimiento ha sacado a su juego".

A los 13 años sobresalió ya cuando conquistó el título de campeona de España absoluta, superando a rivales 15 años mayores. "Yo he llegado hasta donde he podido", decía entonces su hermano mayor, Emilio Sánchez, el mejor jugador español de la década de los ochenta, "pero ella es la verdadera perla de la familia. De ella se hablará mucho más que de mí". Su explosión internacional llegó a los 17 cuando se convirtió en la campeona más joven del torneo de Roland Garros. Muy pocos creían en ella en 1989, cuando llegó a la final y se enfrentó a la alemana Steffi Graf. Con 5-3 abajo en la tercera manga, todo el mundo la dio por enterrada. Menos ella. Arantxa siguió luchando, levantando cada punto hasta acabar alzando los brazos y hundiendo por completo a la alemana.

Allí surgieron algunos de los rasgos de identificación que luega la perseguirían a lo largo de toda su carrera. Por primera vez pudo escucharse su grito de guerra, aquel "¡vamos, vamos!", presagio de algunas remontadas, otro rasgo definitorio, que han pasado a los anales del tenis femenino mundial. Sin embargo, lo que más se recuerda de ella es su garra inquebrantable, su espíritu de lucha, sus portentosas y veloces piernas, su capacidad de sufrimiento y una moral de hierro, capaz de valorar únicamente los aspectos positivos a cualquier situación por aberrante que fuera.

De ella, en cambio se olvidaron muchas cosas. Tenísticamente siempre se la comparó a Conchita Martínez -campeona en Wimbledon en 1994- y tuvo que escuchar muchas veces la frase: "Si tuviera su drive...". Era evidente que no lo tenía. Pero se distinguía por poseer uno de los mejores reveses del circuito. Y había acreditado sobradamente su volea y su smash con sus triunfos en los dobles de los torneos más grandes del mundo. A nivel de estrategia nadie la superaba: sabía perfectamente cómo combinar sus golpes para lograr el máximo rendimiento. Ahí no tenía rival.

Por otra parte, contrariamente a lo que ocurría con la aragonesa, Arantxa siempre mantuvo una estabilidad vital que le permitió olvidarse del entorno y dedicar toda su atención al tenis. En este aspecto, su familia, y especialmente su madre, Marisa, jugó un papel fundamental. Desde los 14 años hasta que se casó, a los 29, la siguió a todas partes y le aportó paz, tranquilidad y seguridad. Su aportación y la de su padre, Emilio Sánchez Benito, que en algunos momentos dirigió su carrera, fue crucial. Pero en ocasiones también excesiva, porque influyó demasiado y anuló una parte de su personalidad.

Tuvo un camino tan llano, se le facilitaron tanto las cosas, estuvo tan arropada que algunas veces pareció perdida cuando era ella sola la que debía afrontar situaciones de cierto compromiso fuera de la pista. Dentro de ella siempre sabía cuál era el camino. En la mayoría de sus conferencias de prensa sus respuestas eran estereotipadas. Podían imaginarse antes incluso de producirse. Y, a veces, cuestiones triviales se convertían para ella en secuencias irresolubles sin el consejo de sus más íntimos.

Pero al final fue acumulando experiencias personales y muchísimo dinero. Sólo en premios ganó 16,5 millones de euros, cifra muy corta en el total de sus ganancias. Y esos aspectos la ayudaron también a afirmar su propia personalidad hasta el punto de tomar decisiones importantes en momentos puntuales de su vida. Actuó por sí misma cuando en 1997, en su primera crisis de juego, fichó a su hermano Emilio como entrenador. Volvió a hacerlo en 2000 cuando se casó y montó una boda de altos vuelos. Pero cuando más demostró su carácter y su creciente personalidad fue un año más tarde cuando, en contra de la opinión de su familia, decidió romper su matrimonio y unirse sentimentalmente a su entrenador, Antonio Hernández.

Entonces, Arantxa tomó su propio camino. Una vía nueva para ella, porque suponía un alejamiento de las personas que siempre la habían guiado. Fue su reafirmación personal definitiva. Después llegó el día 2 de noviembre. Y el 12, aquel martes en que reunió a sus seres más queridos y a los medios de comunicación y volvió a llorar. Fue su forma de decir adiós.

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