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Reportaje:Liga ACB | BALONCESTO

Los gigantes vuelan en 'el mosquito'

Varios clubes, con jugadores de más de dos metros, usan un avión de 1,50 de alto por 1,57 de ancho

Juan Morenilla

Ropa a medida, coches a medida, camas a medida..., pero no aviones a medida. No a la medida de los gigantes del baloncesto. Varios equipos de la Liga ACB viajan en un turbohélice que se queda pequeño para las dimensiones de sus inmensos jugadores. El avión, conocido entre los deportistas como el mosquito o el pajarillo, es un innovador modelo importado de Estados Unidos con capacidad para 19 pasajeros, una longitud total de 18 metros, que puede volar dos horas y media sin repostar durante 1.200 kilómetros y que posee una altura en su interior de... ¡un metro y medio! Sí, 1,50 metros de altura y 1,57 de anchura.

En esas dimensiones han de entrar los baloncestistas, tipos corpulentos que rozan o superan los dos metros y que antes de pisar el aeroplano han de pasar por la báscula y el metro. Los equipos envían a la empresa que organiza estos vuelos una lista con los jugadores convocados, sus medidas y su peso exacto para que los pilotos les distribuyan sin alterar el centro de gravedad del avión, cercano a las alas. Según esto, los pívots son los primeros en entrar y se sientan en las primeras filas, de las que han sido eliminados dos asientos para que tengan más espacio para estirar las piernas; luego es el turno de los aleros, después el de los bases y finalmente el de los entrenadores, que ocupan la última fila. Cada pasajero tiene su asiento asignado según lo que mide y lo que pesa y es clasificado por los pilotos como persona "de configuración especial", los pívots y aleros altos; "configuración media", los aleros bajos y bases, y "configuración estándar", los técnicos.

Entrar en el avión es lo más complicado. "Desde fuera parece de papel", cuenta Eduardo Hernández-Sonseca, del Madrid (2,12 metros y 111 kilos). "Realmente, yo iba muy doblado al entrar", cuenta Roberto Dueñas (2,21 y 141). No se puede entrar de pie, claro. "¿De pie? De rodillas. Tengo que ponerme casi en cuclillas", dice Fran Vázquez, pívot del Unicaja ( 2,09 y 104).

Evidentemente, durante el viaje nadie se pone de pie. El avión no está homologado legalmente para que viaje en él una azafata, por lo que los pasajeros hacen una cadena humana cuando alguien quiere algo de comer o una revista. El peso de los jugadores y sus medidas desaconsejan cualquier movimiento brusco dentro del aparato, que puede desestabilizarse, sobre todo en casos de tormenta, cuando es más inestable. "No es un avión para bailar dentro, parece de miniatura", afirma un empleado de un equipo. "Casi nos tenemos que encoger. Yo voy algo doblado, saco las piernas al pasillo", dice Vázquez. "Yo las pongo sobre un armarito que hay al lado", cuenta Hernández-Sonseca. Los movimientos durante el viaje son los justos. "Nadie se mueve. Hablamos con el compañero de al lado o el de enfrente. Con los de atrás, no, por si acaso", añade Vázquez. Y es que, según algunos, el piloto da "muchos volantazos".

Algunos modelos cuentan con un baño químico, "para urgencias". Otros lo han suprimido para instalar un asiento más. "¿Baño? Será un agujero. Todos vamos al servicio antes de salir, nadie en el avión", dice Asier García, del Pamesa Valencia (2,06 metros y 110 kilos). "Yo prefiero quedarme sentado todo el tiempo", afirma Dueñas. Quien de verdad lo pasó fatal durante un viaje fue Germán Gabriel (2,07 y 111), del Estudiantes, por no poder hacer sus necesidades físicas: "Para el control antidopaje me bebí tres litros de agua, cuatro cervezas y un batido. Luego, en el avión, quería mear y no pude. Lo pasé fatal. Pero, eso sí, aguanté una hora como un campeón".

Y, finalmente, hay que bajar. "Si los pívots salimos los primeros, todo el peso se queda en la parte trasera y el avión se puede tumbar hacia atrás", cuenta Gabriel. O sea, que primero salen los técnicos, luego los bases, luego los aleros y por último los pívots. Los empleados, además, colocan una barra de apoyo entre el suelo y la cola del avión para que el morro no se empine.

Las ventajas de este transporte son, pese a todo, numerosas: los jugadores tienen el avión "en la puerta"; no facturan maletas; no sufren retrasos ni cambios de horarios; viajan sin escalas... "Escoges la hora que quieras y no has de esperar", afirma Joan Tallada, delegado del Barcelona. El club catalán fletó la temporada pasada dos mosquitos a la vez para viajar a Italia en la Euroliga. Los aviones aterrizaron con dos o tres minutos de diferencia. Otro ejemplo: el Portland San Antonio de balonmano completó en nueve horas un viaje a Ucrania que en un vuelo regular le habría costado tres días entre ida y vuelta.

El avión es utilizado en España por el Madrid, el Tau, el Unicaja, el Estudiantes y el Pamesa y también ha sido empleado la temporada pasada por el Barcelona -ahora usa un modelo más grande, de 30 plazas- y en ocasiones por el Caja San Fernando y el Fórum Valladolid. También el fútbol se ha subido a este invento: el Hércules de Alicante y el año pasado dos equipos franceses, el Ajaccio de Córcega y el Marsella. Hay lista de espera para volar en el pajarillo.

Hopkins, Asier García, Oberto, Tomasevic y sus compañeros del Pamesa, a bordo del avión.
Hopkins, Asier García, Oberto, Tomasevic y sus compañeros del Pamesa, a bordo del avión.

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Sobre la firma

Juan Morenilla
Es redactor en la sección de Deportes. Estudió Comunicación Audiovisual. Trabajó en la delegación de EL PAÍS en Valencia entre 2000 y 2007. Desde entonces, en Madrid. Además de Deportes, también ha trabajado en la edición de América de EL PAÍS.

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