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Crítica:MÚSICA CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Reloj, no marques las horas

Un recital de canto y piano es, en una primera aproximación, una manifestación artística, pero por encima de todo es un peculiar acto de comunicación de dimensiones musicales, poéticas y hasta afectivas. El grado de correspondencia entre los artistas y el público depende, en gran medida, de la calidad interpretativa, pero a ella se suman otros factores como la capacidad de sugerencia de lo programado o el particular encanto de los protagonistas.

Si se junta todo esto en sentido positivo y, además, la receptividad de los espectadores es abierta, las condiciones son idóneas para una experiencia vivamente estimulante. Es lo que ocurrió anteayer en el teatro de La Zarzuela con la soprano Felicity Lott y el pianista Graham Johnson.

Felicity Lott (soprano)

Con Graham Johnson (piano). Noche y día, canciones de amor junto al reloj, de autores como Ravel, Satie, Mahler, Schumann, Berlioz, Debussy, Fauré y Wolf, entre otros. IX Ciclo de Lied. Teatro de La Zarzuela, 2 de diciembre.

Lott y Johnson ofrecieron un recital que partía del paso del tiempo como excusa, para una selección de 24 canciones de amor junto al reloj, en una larga jornada de 24 horas. El tiempo es uno de los temas esenciales de la música, al igual que el amor lo es de la literatura. Del tiempo y el amor se derivan multitud de temas fundamentales de la existencia. La idea de establecer cierto tipo de relación musical entre ellos es, como mínimo, sugerente.

Felicity Lott ajusta la selección de lo que canta a sus facultades vocales actuales. Es un signo de inteligencia. No tiene a estas alturas de su carrera nada que demostrar. Ha estado en lo más alto a la hora de desentrañar el lirismo straussiano, la sutileza operística francesa o el estilo de canto sustancialmente inglés. Es una gran señora. De mucha clase. Sabe además que tiene al lado a un pianista excepcional: el también inglés Graham Johnson. Con estas premisas, únicamente era necesario desplegar las dotes de fascinación.

Y de qué manera las desplegó anteayer la larga y adorable soprano de Chentelham. Pasó de la serenata a la opereta o al cabaré con la misma naturalidad con que alternó una dicción y un fraseo impecables en alemán, francés y, por supuesto, en su idioma natal inglés. En ningún momento perdió la compostura y mucho menos el estilo. Felicity Lott es una actriz admirable. Le basta un mínimo gesto y un mínimo acento para describir -o sugerir- un mundo. Tiene también un don especial para la melodía, y lo mismo envuelve con los silencios visibles de Dante Gabriel Rossetti y Ralph Vaughan Williams, que encandila con la picardía de Oscar Strauss, asombra hasta la brillantez con temas archiconocidos de Cole Poter y Camille Saint-Saëns (nada menos que la Danza macabra), o emociona en registros más inesperados, bien con la exquisitez de Reynaldo Hahn o la luminosa nocturnidad de Samuel Barber. Qué gama de recursos tiene esta señora. La seducción viene de lo que dice, pero sobre todo de cómo lo dice. Con intención, a golpe de susurros, con un extraño equilibrio entre lo popular y lo culto, entre lo misterioso y lo accesible. Lo que falta para el encantamiento definitivo lo pone Graham Johnson desde el piano. La introducción y la atmósfera que creó, por ejemplo, en Morgen, de Richard Strauss, ofrecida como tercera propina, es una muestra evidente de lo que es la identificación a nivel de igualdad entre un pianista y una cantante. Desde el piano se acompaña, qué duda cabe, pero también se canta, y, lo que es más importante, se crea un ambiente complementario de deseos e inquietudes compartidas.

Así, en un clima de intimidad (no era, evidentemente, un recital de fuerza, ni falta que hacía), aderezado por pequeños, y no tan pequeños, detalles de buen gusto musical iba transcurriendo una tarde de aromas confidenciales, en ese hipotético viaje imaginario por el día y la noche a través de las más diferentes modalidades y variantes del amor. Todo era tan entrañable que uno no podía resistir mirar de cuando en cuando el reloj para comprobar si seguía marcando las horas. Deseando que no lo hiciese, por supuesto, a riesgo de enloquecer. Ella se irá, esperemos que no para siempre, cuando amanezca otra vez. Y no es cuestión de que la vida se apague. Ni a ritmo de bolero ni mucho menos con esas canciones tan irresistiblemente atractivas que Felicity Lott y Graham Johnson regalaron a Madrid en una tarde-noche de tentaciones suaves.

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