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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Necesidad y virtud

Los ingleses llaman serendipity a la facultad de hacer fortuna o descubrimientos inesperados por casualidad, como buscar una nueva ruta hacia las Indias y acabar descubriendo América. El término, que en nuestro idioma suele traducirse como serendipia, lo acuñó Horace Walpole, autor del relato Las tres princesas de Serendip, cuyas protagonistas poseían tan peculiar don. La historia central de Todo está iluminado, primera novela de Jonathan Safran Foer (Washington DC, 1978), es la de una serendipia: un norteamericano (cuyo nombre, por cierto, coincide con el del autor) viaja a una remota región de Ucrania para hallar sus raíces familiares y lo que acaba saliendo a la luz es el oscuro pasado de una de las personas que le acompañan.

TODO ESTÁ ILUMINADO

Jonathan Safran Foer Traducción de Toni Hill Lumen. Barcelona, 2002 365 páginas. 19,90 euros

Pero hablar de historia central en un libro como éste resulta inadecuado porque Todo está iluminado se nos presenta desde el principio como una novela deliberadamente errática y dispersa y, por tanto, carente de cualquier cosa que pueda considerarse un centro único o foco principal de inspiración. Como esos modistos atrevidos que juegan a combinar las prendas más diversas, Safran Foer ha abierto el viejo armario familiar y ha vestido su novela con toda la ropa que ha encontrado: un poco de humor hiperbólico sobre una base de estructura mítica, otro poco de realismo mágico con una guarnición de vanguardismo formal, una pizca final de sentimiento trágico de la Historia.

Los momentos brillantes del libro, que no son pocos, quedan sin embargo deslucidos por su imposible integración en el conjunto. La novela no es como la paella, que lo acepta casi todo, y a Safran Foer se le va la mano en la selección de los ingredientes. Junto al relato del viaje ucraniano de Safran están los capítulos en los que éste recrea (o más bien inventa) el origen legendario de su estirpe y, para terminar de aderezarlo todo, se incluyen las cartas que el intérprete Alex Perchov escribe a Safran para hacerle observaciones sobre sus escritos e informarle de las consecuencias de su viaje en común...: materiales muy distintos que en ningún momento llegan a encajar. Que fuera o no ésa la intención del autor resulta en todo caso accesorio. Su indiscutible facundia y su habilidad para sorprender al lector no parecen sino socorridos procedimientos con los que enmascarar la endeblez esencial del proyecto, y uno tiene en todo momento la sensación de que el novelista se ha visto obligado a hacer de la necesidad virtud: si la construcción del mundo mítico de Trachimbrod no responde tanto a una necesidad narrativa como a una severa falta de documentación sobre la realidad ucraniana, algo parecido podría decirse del constante jugueteo formal, que sólo sirve para esconder la fragilidad última de la historia y la esquemática naturaleza de sus personajes.

A esto hay que sumar, además, el hecho de que gran parte de la novela se nos presenta como escrita por un ucraniano que hace con el idioma de Shakespeare lo que Hitler hizo con Polonia, y su humor, eminentemente verbal, resulta imposible de trasladar con eficacia a otra lengua, lo que no hace sino añadir nuevas barreras a las que ya se interponían entre el texto y el lector español. La conclusión final es que nos hallamos ante una serendipia doblemente frustrada, la de alguien que no sabe lo que busca y acaba no encontrando nada.

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