_
_
_
_
Crónica:CICLISMO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un ciclista blanco en África

Diario de Pedro Horrillo, el corredor profesional del Mapei que fue a trabajar como auxiliar al Tour de Burkina Faso para ayudar a sus amigos del Baqué y a Hamado Pafadnam a lograr la victoria

Hamado Pafadnam no es Miguel Indurain; Son go, su amigo y consejero que lo ha acogido en su propia casa, tampoco.

Pero si hubiese que comparar a ambos con lo que significan en el ciclismo de Burkina Faso, el pobre y deprimido país del África subsahariana patria natal de ambos, quizá la comparación no sería tan desacertada. Ambos son verdaderos ídolos de masas. Son go ganó en el pasado cinco ediciones del Tour de Faso, con lo que ha quedado la leyenda del gran ídolo local que hizo triunfar al orgullo del pueblo burkinés ante el resto de países centroafricanos.

Hamado es, como proclaman con orgullo y no sin un cierto punto de exageración, el primer ciclista profesional burkinés. Y demostrando su nivel, ha conseguido terminar tercero en la clasificación general de ésta última edición del Tour de Faso, que terminó en el tradicional circuito de la avenida de la Revolución de Uagadugú -la capital del país-, el pasado 10 de Noviembre, siendo así el primero en conseguir esta hazaña desde que los corredores europeos comenzaron a competir en Burkina.

Dos horas más tarde pasarán los corredores. El grito será unánime: "¡Pafadnam, Pafadnam!"
Hamado consiguió ser un corredor del Café Baqué, el mejor equipo nacional 'amateur'
"Te lo has merecido", le digo a Hameero, y le regalo unos calcetines de mi equipo

Tampoco el Tour de Faso es el Tour de Francia. Pero si la Sociedad del Tour de Francia está orgullosa de organizar la mejor carrera ciclista del mundo, también lo está de hacer lo mismo con la mejor carrera del continente africano. Un Tour de Faso al que el gigante empresarial galo echó sus garras hace dos años y que cada vez tiene menos que envidiar a su hermano mayor europeo.

En Burkina Faso la televisión es una rareza a la que sólo unos pocos tienen acceso, sólo parte de los afortunados que ven llegar a su casa un cable eléctrico por un milagroso tendido que no se aleja demasiado de las pocas ciudades -es un decir- existentes. El resto de la población, es decir, la mayoría, se tienen que conformar con imaginarse la realidad a través de las palabras que envían los locutores de la radio. Por eso todos saben quién es Pafadnam, pero si lo ven, muy pocos lo reconocen.

El pelotón pasa por delante de un pequeño poblado mossi. Podrían ser las afueras de Uaga, o quizá estemos a más 300 kilómetros, no hay mucha diferencia. El paisaje es siempre el mismo, el árido sahel, tierras de tránsito entre el inmenso desierto del Sahara y la gran selva del África central. Kilómetros y kilómetros de llanura desértica en la que apenas crecen unos míseros arbustos que dan poco más que sombra, que no es poco pedir. De vez en cuando, una tímida laguna hace reverdecer a todo lo que se encuentra a su alrededor y consigue hacernos desviar la vista, pero poco después, todo sigue igual. Todo el poblado se dirige al borde del asfalto para ver el esperado espectáculo, el paso del Tour de Faso con toda la cantidad de personas y vehículos que en él participan. El tiempo es un concepto que tiene un significado bien diferente en África, pues los espectadores se dirigen al asfalto con el alba. Sabiendo que ese día pasa por allí la carrera, acertar con la hora es tan sencillo como esperar, deben ser su razonamiento, según mi lógica europea, pero cualquiera sabe, porque aquí la lógica parece seguir reglas bien diferentes. El caso es que vaya si aciertan, no hay uno que llegue tarde, y no hay detalle que se les escape.

Los niños son siempre mayoría, ya sea en los poblados o incluso en cualquier punto indeterminado de la ruta. Paras en un lugar desierto, donde nada parece haber en kilómetros a la redonda, y en cuestión de minutos tendrás a una decena de personas a tu lado, preferentemente niños que parecen salir de debajo de las piedras, mirándote con extrañeza de arriba a abajo, y los más atrevidos, tocándote con curiosidad para saber cómo es esa piel tan rara y clara.

Los primeros del convoy en pasar somos nosotros, la caravana de furgonetas de equipos que vamos precedidos por un policía motorizado que ha encontrado su vocación en hacer el mono sobre su moto con equilibrismos imposibles para gozo y alegría de todos los espectadores. Todos nos saludan y sonríen en un gesto espontáneo. Es la tradicional simpatía y hospitalidad del pueblo burkinés que da la bienvenida al hombre blanco, que debo de ser yo. Poco después pasará la caravana publicitaria. Pero serán pocos los afortunados que se lleven a casa el valorado regalo de un cubito de caldo para hacer sopa que es lo que reparten, pues bocas hay muchas, y cubitos pocos. Y poco después, es decir, quizá una o dos horas más tarde pasarán los corredores. Y entonces, el grito será unánime: ¡¡¡Pafadnam, Pafadnam, Pafadnam!!! ¿Pero quién es Pafadnam? Ni siquiera ellos lo saben, pues en la radio nunca han podido ver su cara. Así que por si acaso, animarán a todos los corredores de color con el mismo grito, sabedores de que así, seguro que van a acertar.

Burkina Faso no es sólo el nombre del país; es mucho más, es una declaración. Antiguamente el país se llamaba Alto Volta, hasta que el anterior presidente, un hombre revolucionario y con unos ideales comunistas ciertamente curiosos para tratarse de estas latitudes del planeta y que ha dejado un buen recuerdo entre sus conciudadanos, decidió rebautizar al país con una mezcla de dos palabras, una procedente del muré, la lengua de los mossi, y otra procedente del bámbara, la lengua de los diula. Conseguía así unir a las dos etnias más importantes de la región es un mismo ideal de país. La idea era unir a estos dos pueblos tan diferentes en un concepto: Burkina Faso, o lo que es lo mismo, la tierra de los hombres íntegros, que es lo que verdaderamente significa.

Hombres íntegros como Hameero, el primo de Hamado Pafadnam, ganador de dos etapas en el Tour de este año. El día previo a la carrera, mientras los corredores del Café Baqué, el equipo de Hamado, se preparaban para su entrenamiento, Hamado me lo presentó como un amigo suyo cualquiera. Quiere ir contigo en el coche para vernos entrenar. De acuerdo, hay sitio de sobra, le dije yo. En un momento dado, a uno de los corredores se le cayó el botellín de la bicicleta. El chofer frenó instintivamente para parar a recogerlo. No, tranquilo, le dije yo, déjalo, hay muchos más botellines en el hotel. Entonces, Hameero me miró sorprendido, y como buenamente pudo, me preguntó a ver si podía recogerlo él y quedárselo. De acuerdo, amigo, tuyo si lo quieres. Un buen rato después y con su botellín en la mano, casi sin darle importancia, me hizo saber que él también era corredor, que ya se había entrenado ese día, a las 6 de la mañana, temprano para poder ir con nosotros al entrenamiento, y que también él iba a participar en la carrera con la selección B de Burkina. Vaya, qué sorpresa, me dije. Esa misma tarde, en la presentación de los equipos, cuando subió al estrado la selección B de Burkina me dije: mira, ahí está mi amigo de hoy. Hameero Sawadogo, dijo el presentador, ganador del recién disputado Tour de Malí. Vaya, me sorprendo, además de corredor, está hecho todo un campeón. Días después, espero en meta la llegada de los corredores en la quinta etapa. Llegan dos corredores escapados, un francés y un burkinés; ataca con decisión el burkinés, y al levantar los brazos para ganar descubro a mi amigo, que no para de darme sorpresas. Ya esa tarde, en el campamento me acerco a felicitarle. Está contento por su victoria, pero sólo parece interesarle el Tour de Francia. Sabe que yo lo he corrido, así que llama a un amigo suyo para que traiga una revista de ciclismo europea con fotos del Tour de Francia, y me muestra una en la que salgo yo, y me pregunta, me interroga, intenta desvelar qué es lo que le cuento en cada una de las cuatro palabras que constituyen mi ínfimo vocabulario francés. Te lo has merecido, le digo, y le regalo unos calcetines de mi equipo. Se iluminan sus ojos, se los prueba y... sorpresa, están agujereados por debajo con una tijera. Vaya, si son los que utilizo para poner por encima de las zapatillas, me digo ruborizado, pero a él parece darle igual, su alegría sigue siendo la misma y dice que da igual, que por fuera eso no se ve. Consigo encontrar otro par sano, y reparo el incidente. Y me dice encantado: voy a correr con ellos todos los días, fíjate bien por si gano. Y no me hace falta fijarme mucho, porque lo consigue en la etapa siguiente. Y el último día, viene al hotel a despedirse de nosotros y a acompañarnos al aeropuerto. Y en un momento del típico intercambio de teléfonos y direcciones, desliza su mano al bolsillo, y saca de él unos collares y pulseras. Son para ti, de regalo. Este es el gri-gri, para la buena suerte, espero que te guste. Muchas gracias Hameero, le digo yo, entendido el porqué de aquello de "hombres íntegros".

Hamado Pafadnam es, además de ciclista, el protagonista principal de un documental. Mejor dicho, ya lo fue, y lo será de una segunda parte que ahora mismo está en producción. Una productora catalana se acercó hace unos años a hacer un documental sobre el Tour de Faso. Encontraron la historia humana de Hamado, el ídolo local que soñaba con ir algún día a Europa, y convertirse en un ciclista profesional. El sueño de toda una vida. El documental fue todo un éxito, se divulgó por diferentes canales, y cierto día, alguien sentado en el sofá viendo a los corredores africanos a través de la pantalla catódica, se dijo, ¿y por qué no puedo ser yo quien haga realidad ese sueño?. Y con esa pregunta arranca la segunda parte del documental. No seré yo quien desvele sus secretos, pero la historia tiene mucha, mucha miga. Hamado consiguió ser un corredor del Café Baqué, el mejor equipo nacional amateur y convivió durante siete meses con sus compañeros de equipo en la casa que éstos tienen en las rampas del mítico puerto de Urkiola. Curiosa coincidencia, pues en todo Burkina no existe ni un solo puerto de montaña, y pasó de no haber subido un puerto en bici en toda su vida, a tener que subir el gigante vasco en todos y cada uno de sus entrenamientos. Todas sus vicisitudes durante este tiempo, su choque cultural a la llegada, la adaptación al modo de vida, al clima, a los hábitos cotidianos, etc... constituyen la base de toda la historia. Y el broche final, y el cierre de la historia, es su vuelta a Burkina para disputar el Tour de Faso, ya hecho todo un corredor, y la consecución de su logro, ese podium en la general final. Y la conclusión general del documental parece ser que es: ten cuidado con lo que sueñas, porque tus sueños se pueden convertir en realidad. Parece interesante, ¿no?, pues permaneceremos a la espera. También a la espera permanecerá Hamado ahora mismo en su Burkina natal. Desde el suburbio de Uagadugú en el que vive con su familia pensará y esperará el momento en el que se cumpla su otro sueño, porque él sigue soñando. Y con más énfasis, si cabe, porque él sabe bien que a veces, los sueños se convierten en realidad. Y sus sueños dicen ahora que quiere volver. Pero no solo, sino con toda su familia. Ya no quiere ser ciclista, parece ser consciente de que sus posibilidades en el ciclismo profesional son nulas, pero eso no le importa demasiado. Aquí ha encontrado muchos amigos, mucha gente siempre dispuesta a ayudarle. Se ha acostumbrado a todas nuestras comodidades, se ha creado necesidades que antes no tenía y que ahora echa en falta. Es el precio que sin ser conscientes, nosotros obligamos a pagar a todo el que como él, acogemos entre nosotros. Nuestro peaje en cambio consistió en llevar las maletas llenas y traerlas vacías, o incluso, en algún caso, no traerlas.

Hameero (a la derecha), con los calcetines que le regaló Horrillo, y otros corredores antes de una etapa.
Hameero (a la derecha), con los calcetines que le regaló Horrillo, y otros corredores antes de una etapa.PEDRO HORRILLO
Los niños toman los árboles.
Los niños toman los árboles.PEDRO HORRILLO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_