Josep Pernau, palabra justa
Barcelona homenajea hoy al periodista, galardonado con el Premio Josep Maria Lladó a la libertad de expresión
Después de casi 50 años de profesión, Josep Pernau (Lleida, 1930), periodista, las ha visto de todos los colores. Quizás por este motivo mantiene una mirada sosegada y firme ante los acontecimientos y la palabra justa de quien sabe administrar con precisión un espacio determinado. Esta firmeza y la perseverancia en sus convicciones democráticas, reconocida por sus compañeros de profesión, le han valido este 2002 la concesión del Premio a la Libertad de Expresión que concede el Grupo de Periodistas Progresistas Josep Maria Lladó. Esta noche recibirá un homenaje en las Drassanes de Barcelona en el transcurso de una cena cuyos tíquets, al precio de 36 euros, pueden adquirirse en el Colegio de Periodistas de Cataluña, la tienda de El Periódico de Cataluña y mediante un ingreso en la cuenta corriente de La Caixa 2100-3006-99-2200622316.
"Si no te sorprendes por lo que pasa, cerca o lejos, no puedes ser periodista"
"Con la precariedad laboral no se puede enarbolar la bandera de la independencia"
Aunque mantiene su presencia diaria en El Periódico de Cataluña en su columna Opus Mei, Pernau asegura, sin alardear, que ya tiene "los deberes hechos". Parte de estos deberes se recoge en el libro Josep Pernau. La democràcia com a norma en l'exercici del periodisme. Recull d'articles 1954-2002, editado por el Colegio de Periodistas y la Diputación de Barcelona coincidiendo con la entrega del galardón. En él se han reunido desde sus primeras colaboraciones en la sección de entrevistas vis-à-vis de El Correo Catalán hasta una de sus últimas columnas, pasando por su trabajo en Tele/exprés, el Diario de Barcelona y Destino.
"Si no te sorprendes por lo que pasa, cerca o lejos, no puedes ser periodista. Con el tiempo te miras las cosas de otro modo y quizás se pierde la implicación con los hechos. Pero la distancia es buena para poder analizar sin apasionarte. Yo me he sentido implicado con la democracia y las libertades, pero no con los hechos puntuales. Los periodistas no somos protagonistas, sino testimonios", dice Pernau, de quien se alaba su capacidad para patearse las calles, ya sea en Barcelona, Madrid, Israel o los países del Este de Europa sin que nunca se le hayan caído los anillos.
Se hizo periodista después de ejercer como maestro en las comarcas de Lleida. Y bromea con los motivos que le llevaron a la profesión: "Vi que podía hacer rentable mi curiosidad". Leyó un anuncio sobre la apertura en Barcelona de la Escuela Oficial de Periodismo, se presentó a las pruebas -"hace 50 años"- y entró. "Allí adquirí una idea clara de lo que era el periodismo y debí ir rápido, porque en el segundo curso me ofrecieron trabajar en El Correo Catalán".
Fue Andreu Roselló, profesor de Pernau y subdirector del rotativo, quien le propuso escribir una entrevista diaria en una sección que había llevado Manuel del Arco, "el primer periodista de Barcelona que tuvo coche". Allí entrevistó a gente como Antoni Tàpies, Xavier Cugat, el torero Chamaco y Vittorio de Sica. De este último, explica: "Llegué al hotel, el Avenida Palace, y estaba pagando en recepción. Me presenté, me dijo que no tenía tiempo, que me daba 10 minutos. Nos sentamos, saqué la pluma estilográfica y se me acabó la tinta. Él sacó la suya y escribí la entrevista con su pluma".
En ese tiempo, de política no se hablaba. La censura previa lo impedía. "Para la gente de mi época, y para los más jóvenes, la escuela política era la sección de Internacional. Por ejemplo, lo que decían las noticias cuando había elecciones en Francia lo podías trasladar a que algún día se podían hacer aquí". ¿Y en el periodismo local, se podían abrir las lecturas? "No. A los alcaldes te los dejaban criticar un poco, pero sólo acerca del estado de las aceras y las farolas". Y a pesar de ello, continuó ejerciendo: "Esperando a que hubiera libertad... ¿Por qué España tenía que ser un país diferente? No nos gustaba el país en que vivíamos, por eso en 1966 un grupo de compañeros creamos el Grupo Democrático de Periodistas".
De ese grupo, que mereció una mención honorífica en la concesión del Premio Josep Maria Lladó a Pernau, explica: "Visto ahora, parece que hacíamos cosas muy sencillas, ¡pero éramos los únicos que las hacíamos! Cerraba un periódico en Madrid y nosotros nos solidarizábamos y procurábamos que la Asociación de la Prensa de aquí hiciera un acto que nunca se autorizaba. Molestábamos un poco, vaya".
Después de la promulgación de la ley de prensa, en el mismo 1966, la censura fue delegada a los directores de los diarios, recuerda. "Había diarios, como El Correo Catalán y Tele/exprés, que aprovechaban los resquicios que dejaba la ley para jugársela y ganar lectores. Pero otros se cerraron más".
Pernau ha visto cómo se cerraban muchos periódicos y cómo aparecían nuevos medios de comunicación con la llegada y la consolidación de la democracia. Ahora quien impulsara en 1992 el código deontológico de los periodistas catalanes siendo degano del Colegio ve la botella del periodismo medio llena y medio vacía a un tiempo. Es optimista respecto a la "pervivencia del papel frente a los medios digitales" y, sobre todo, respecto al seguimiento de las normas éticas: "Hay más conciencia de lo que está mal hecho".
Esto no impide que vea problemas, sobre todo acerca de la independencia: "¿Crees que con precariedad laboral se puede enarbolar la bandera de la independencia?", pregunta: "No. Te sientes vulnerable por todas partes", se responde. También piensa que los avances tecnológicos y la aparición de los gabinetes de comunicación han dado como resultado "cierto acomodo" entre los periodistas. Y que determinados periódicos han dejado que la "información pura y dura" haya aparcado otros géneros, como el reportaje y la crónica, lo que ha dado como resultado "un empobrecimiento del lenguaje".
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