Los humedales valencianos y el PHN
El territorio valenciano, desde hace más de un milenio, ha sido percibido como un corredor costero. "Un país de sept jornades de llarg..." a lo largo de la vía romana que de norte a sur articulaba nuestras tierras. Entre un interior bastante montañoso e inhóspito y los marjales costeros, una estrecha franja de llanuras aluviales concentra la actividad humana de los valencianos. Allí, se concentra el 80 por ciento de población, industria y servicios e incluso el regadío valenciano. Desde hace más de un milenio, las escasas aguas de los ríos valencianos han sido derivadas con acequias paralelas a la costa para regar las huertas y después los arrozales hasta las albuferas y humedales costeros. Por esta razón la cadena de humedales costeros, desde el marjal de Peñíscola hasta el Fondó d'Elx, está intrínsecamente vinculada con la historia y la estructura territoriales valencianas.
La relación de los valencianos con los marjales no ha sido siempre amistosa, pero la interacción siempre ha sido intensa. En contra de lo que muchos piensan, los marjales valencianos en su estado natural, tal y como los encuentran los árabes al llegar a nuestras tierras, no eran muy extensos, pero sí continuos a lo largo de la costa. Además eran todos más o menos salobres puesto que estaban naturalmente abiertos al mar. A su alrededor, se situaron los nuevos pobladores fundando alquerías a centenares que explotaban manantiales muchos de ellos artificiales. Éste es el origen de muchos de nuestros pueblos: Alfafar, Silla, Sueca... Hacia el siglo X la situación cambió radicalmente. Al crearse las acequias de riego que extraían el agua de los ríos y las aplicaban sobre las llanuras contiguas a los marjales, el aporte de agua dulce a los humedales se multiplicó. Los poblamientos más próximos a las albuferas, progresivamente se abandonaron. En Sueca, por ejemplo se cuentan 27 aldeas desaparecidas. En el siglo XIV la ciudad de Valencia tuvo que incentivar con exenciones de impuestos a los colonos de Ruzafa para sanear los "Francos y Marjales" ya que la proximidad de los pantanos a la ciudad generaba un riesgo sanitario. La disponibilidad de agua dulce abundante y un terreno llano que en su mayor parte era pastizal, facilitó la introducción del arroz. El cultivo del arroz era enormemente lucrativo, y progresivamente se fueron eliminando las porciones más altas de los humedales pero también amplias zonas contiguas que hasta entonces eran secanos. Entre Sollana y Sueca, hasta el siglo XVI crecían la vid y los olivos donde hoy existen arrozales. De esto ya se había percatado Cavanilles a finales del siglo XVIII. L'Albufera, deja de ser salobre en 1620. Todo este proceso de conversión al arrozal y de dulcificación de las lagunas y humedales costeros se prolonga hasta 1900. En su última fase, se comienza el aterramiento del único espacio libre: las propias lagunas. En ese momento, alcanza su máximo el aporte de agua dulce, que por ejemplo, a L'Albufera llega a los 1.000 millones de metros cúbicos, cuando la aportación natural no llegaba a 300.
A lo largo del siglo XX, el proceso está siendo justo el inverso. Por un lado hay que contar con el desarrollo espectacular del regadío con aguas subterráneas que explotan los acuíferos que naturalmente alimentaban a las zonas húmedas. Pero por otra parte el caudal que las acequias extraen en los ríos, de todos los ríos, Júcar o Turia, Mijares o Palancia, ha caído dramáticamente por las puesta en regadío tanto dentro como fuera de nuestra región. Los sistemas hidráulicos más débiles como el Palancia, La Plana de Vinaroz o el Mijares están ya sobreexplotados. La Albufera, ligada fundamentalmente a los destinos del Júcar ha vuelto a los aportes originales, y esperemos que no siga la reducción. La agricultura valenciana ha encarado con entusiasmo la mejora en la eficiencia de nuestros regadíos, pero ésta es un arma de doble filo. Los caudales que según algunos "despilfarraban" los regantes valencianos son precisamente los que alimentaban nuestros humedales. Si ahora transformamos al riego localizado la Acequia Real del Júcar, obras que ya están en marcha, por cierto, tendremos que compensar de algún modo a l'Albufera. El Plan Hidrológico Nacional le asigna 100 Hm3. Al delta del Ebro, se le asignan 3.000 y aún parece poco. Hay quien exige 9.000. Tan protegidos por la convención de Ramsar está un humedal como el otro. ¿Por qué nos extrañamos si el marjal del Moro o el de Almenara se secan, si los acuíferos que las alimentan están sobreexplotados, es decir sacamos más agua de la que entra?
La situación hídrica de la Comunidad Valenciana es muy grave, mucho más de lo que algunos creen, e incluso de lo que la opinión pública percibe.
Lo que este verano ha sucedido con el Fondó d'Elx, protegido también por la convención de Ramsar, es paradigmático. El Fondó se alimenta de las aguas sobrantes del Segura y de los retornos de riegos de la Vega Baja. Son aguas de quinta mano, cargadas de sal, tan cargadas que los regantes de Elx no se han atrevido a usarlas. Un verano al sol evaporando ha concentrado la sal hasta el punto de que ya empieza a peligrar la riquísima biodiversidad que allí se localiza. Téngase en cuenta que no hay otro humedal de agua dulce desde el cabo de la Nao hasta la costa africana. Un valor fundamental de los humedales valencianos está en que forman una cadena continua de espacios de agua dulce entre el Ebro y África. De nada sirve tener en perfectas condiciones el delta del Ebro, si la cadena se rompe allí.
Precisamente el tan denostado por algunos Plan Hidrológico Nacional propone la aportación de caudales a los sistemas sobreexplotados entre el Ebro y Almería. Recordemos que los humedales valencianos están todos en la cola de sus respectivos sistemas, de modo que sistemáticamente sufren todos los desajustes. La aportación a los sistemas sin incremento de la demanda permite liberar para los humedales los recursos que antes les llegaban y ahora son interceptados más arriba. Sin embargo, el aporte de agua no debe hacerse directamente a los marjales. El agua del Ebro es peor que la del Júcar, Turia o Mijares, siendo muy similar a la del Palancia y por supuesto mucho mejor que la del Segura o Vinalopó. Pero sobre todo es diferente. Por esta razón ha de aplicarse directamente al riego de preferencia a las zonas que hoy sobreexplotan los acuíferos. De esta manera se permitirá que los aportes naturales a las Albuferas y humedales se recuperen con sus características fisicoquímicas propias. Ésta es la sistemática que se ha propuesto sin ir más lejos para la rehidratación de Doñana. En pocas palabras y utilizando un símil médico, la inyección de agua externa ha de ser intramuscular y no intravenosa para causar el efecto deseado. La recuperación de los humedales valencianos ha de ser indirecta a través de la recuperación del equilibrio de los sistemas de recursos hidráulicos en los que se ubican. Si la aportación de aguas externas se hace así, el trasvase de aguas del Ebro contribuirá en forma positiva y decisiva a evitar la desecación de unos humedales que juegan un papel fundamental en el medio ambiente español.
Juan B. Marco Segura es Catedrático de Ingeniería Hidráulica y Director del Departamento de Ingeniería Hidráulica y Medio Ambiente de la Universidad Politécnica de Valencia.
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