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Con pluma de medio filo

El ex alcalde de Valencia, Ricard Pérez Casado, acaso el mejor de los ediles que ha gobernado el municipio desde la postguerra, publicó el domingo pasado en estas páginas un artículo cuyo antetítulo sugería que iba a terciar sobre el llamado solar de los jesuitas y el largo contencioso cívico y jurídico que ha envuelto este espacio. Su opinión era tanto más oportuna por la sentencia del TSJ de la CV que acaba de dar luz verde a la debatida licencia de obras y, además, porque podía ilustrarnos de cómo una mente lúcida y progresista como la suya ha podido alentar criterios comunes a los del actual concejal de urbanismo de esta ciudad, tan ceporro y proclive al urbanicidio que va a perpetrarse.

Pero no es así. El solar sólo era en este caso el pretexto tangencial para que el ex regidor y hoy diputado del PSPV ensayase, por lo que parece, un ajuste de cuentas a la "piara" y "jauría" que trabó su gestión consistorial, desentendiéndose de los problemas urbanos y financieros del municipio, al tiempo que pretendió desacreditarle imputándole trapacerías especulativas sin el menor indicio verosímil. Las consecuencias políticas de aquel acoso descabellado, efectuado desde las instancias dirigentes de su propio partido, con el concurso mediático de alguien tan obseso como arbitrario, todavía las está padeciendo el partido socialista de la ciudad, abrumado por la hegemonía electoral de la derecha, a la que le allanaron el camino.

Los 14 años transcurridos desde aquellos sucesos, polarizados en torno a la dimisión del alcalde Pérez Casado, quizá no sean suficientes para dar rienda suelta a la descripción desapasionada de los hechos -y de sus entretelas- relatados por sus protagonistas. Todos ellos están vivos y la mayoría es todavía públicamente beligerante, lo que sin duda ha de coartar la atribución de culpas y deslealtades. De ahí el silencio o discreción que ha blindado aquellos episodios que involucraron a tantos dirigentes socialistas y sesgaron la preeminencia de este partido en Valencia. Mejor así que pretender tirar de la manta y hacerlo con pluma de medio filo, abusando de las alusiones crípticas para solaz exclusivo de los implicados y testigos próximos de esos trances confusos y feroces que esperan su cronista distante, sosegado e implacable.

En el artículo que glosamos, el ex alcalde escribe que hemos de liberar la ciudad de sus servidumbres "comenzando por despojarla del olvido". Esto es, o así entiendo, que hemos de restaurar la memoria de lo que ha sido y sucedido. Y añado, incluso, que es preferible el relato fehaciente, la confesión de parte con pelos y señales, que la lucubración novelística inane. Nada más celebrado que unas improbables memorias de Joan Lerma, Rafael Blasco, Alejandro Escribano y otros agonistas de esa prodigiosa década de los 80, sin soslayar al articulista que nos ocupa, para alumbrar más de una historia prodigiosa que sigue sumida en la sombra y veteada de sospechas. Pero tal empresa necesita, como decimos, serenidad, perspectiva y arrojo. Pérez Casado nos ha sobrecogido por un momento cuando, evocando el acerbo libro de Pérez de Ayala (A.M.D.G.), iba a poner a buen recaudo a sus adversarios y cofrades. Solo ha sido un guiño, puede que premonitorio de la andanada que gesta, pero que nada añade a lo sabido.

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