La estrategia silenciosa de Figo
El luso confía en el efecto Ronaldo para volver al Camp Nou sin que se note
Luis Figo teje con paciencia de arácnido una estrategia silenciosa para regresar al Camp Nou sin levantar polvareda. Porque hay pocas cosas que desagraden más a Figo que pisar su antiguo campo de brega. No le gusta volver a Barcelona con el traje del enemigo por la sencilla razón de que todavía se siente unido a esa ciudad, a sus viejos amigos, y a ese club, más que un club, para el que él, más que un jugador, fue el médium. Quiere regresar sin que se note y para ello cuenta con pantallas de distracción. La presencia de Ronaldo, otro tránsfuga culé, dividirá la atención pública. El paso del tiempo juega a su favor; y su sigilo, potenciado por la austeridad institucional del Madrid, también.
"Me siento en la piel de un asesino", dijo en octubre de 2000, antes de visitar Barcelona con su nueva camiseta blanca. El próximo sábado regresará al mismo escenario, a jugar el clásico de la Liga, dos años después de una noche que recuerda como una pesadilla. La noche en que reapareció en el Camp Nou con el diez blanco a la espalda fue vituperado, marcado por Puyol sin tregua, objeto del lanzamiento de objetos -botellas, teléfonos móviles, mecheros...- y marginado por razones de seguridad por su propio técnico que le impidió lanzar los córners. Se presume que el sábado, al menos, lanzará los tiros de esquina. Pero él no ha querido mencionar el tema.
Tras su fichaje por el Madrid, en el verano de 2000, la prensa catalana le retrató como a un ser vil y desaprensivo. Todas las encuestas confirmaron que su marcha del Barça provocó una fractura sin precedentes en la historia emocional del fútbol español. Una conmoción de alcance sociológico que se trasladó al propio Figo, afectado como nadie por la confusión que siembran en el fútbol las leyes del mercado. Hasta el día de hoy no se le ha borrado el estigma. "Traidor", "Judas", "mercenario", "pesetero", son algunos de los insultos que le dedicaron sus viejos acólitos. Aún los lleva grabados. Por eso prefiere no hacer ruido esta vez. Por eso en la última visita del Madrid al Cam Nou, el pasado abril, procuró borrarse de la lista de convocados, lesionado como estaba de su tobillo derecho, ante el temor de que el escarnio fuera mayor. Los médicos lo ampararon acreditando una rotura parcial de ligamentos. Una lesión que lo mermó durante el Mundial, en junio, y que condicionó sus vacaciones. Las pasó en el Algarve, donde tiene una casa, corriendo en la playa y comiendo pescado a la plancha y verduras hervidas para perder peso y afinar el punto atlético.
El 21 de octubre del año 2000, en el Gol Norte del Camp Nou, justo sobre la parcela que ocupaban los Boixos, una señora con edad de abuela, abonada, junto a su marido y a otra vecina de localidad, se lamentaba por el hombre perdido. "¡Lo llevábamos aquí!", decía, con sevillana teatralidad y marcado acento catalán. "¡Aquí...!", repetía la señora golpeándose el pecho a la altura del corazón. Con la otra mano señalaba el campo. Y ahí, a 30 metros de la portería, el hombre que había ocupado ese lugar tan profundo trotaba con la mirada perdida. Cuidadosamente despeinado a la gomina, el portugués hacía ejercicios de calentamiento con sus nuevos compañeros. El Camp Nou estallaba con la vibración de miles de gritos desgarrados.
El madridismo no ha logrado calar en Figo como lo hizo el barcelonismo -sin ir más lejos, el domingo pasado el Bernabéu le pitó por perder un par de balones-. Allí, su palabra pesaba más que la del alcalde. En Madrid, es un operario de lujo. Ha confesado que ya está demasiado mayor para tomarse a pecho el amor por las camisetas. Ha cumplido 30 años y de los debates escabrosos se escabulle siempre sentenciando: "Yo soy un profesional". Esa es su condición, y la lleva con pena.
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