Una obra maldita
Hay varias cosas importantes en esta obra. La primera, que está interpretada por una compañía de aficionados, con vocación de ser "del común", como dice su nombre, con un número elevado de actrices y actores cuya calidad es a veces superior, a veces igual a los del teatro profesional. La segunda, que parece declarada obra maldita: dicen sus creadores que las dificultades empezaron cuando todas las autoridades les suspendieron ayudas, beneficios o subvenciones porque hay una crítica (oportunamente situada al final de la obra) del Opus Dei, singularmente burlona. Sería ésta la razón para que el Ateneo de Madrid les negara su teatro, o será verdad la explicación de esa docta casa (como se decía antes) que amenazas arquitectónicas obligaran a adelantar una obra ya prevista. Y a ése se debe esta carrera de la compañía: tres días en la sala Mirador, unos cuantos en Getafe, otros en el Instituto Francés.
Terror y miseria en el primer franquismo
De José Sanchís Sinisterra. Intérpretes: Teresa Navarro, Ana Torres, Sandra Moure, Andrés Narganes y otros veintitrés actores de la compañía de Teatro del Común, Madrid. Director: José Sanchís Sinisterra. Sala Mirador, con prolongaciones en el teatro García Lorca y en el Instituto Francés.
Y sin embargo, la obra no es tampoco de una dureza singular, ni tampoco de una fuerza que arrastre. Es una corroboración, si hiciera falta, de que el espíritu de Franco flota sobre las aguas y aunque no sea sólo por la obra, lo puede ser por las dificultades impuestas, hechas también de esta manera sinuosa, callada, buscando pretextos y negando evidencias, que es el neofranquismo.
La obra es brechtiana declarada: no sólo por la paráfrasis del título con el que Brecht se refería al III Reich, sino por algunos homenajes y algún lenguaje, sobre todo el final, el que se refiere al Opus. O por la aparición de una "madre coraje" al principio, arrastrando su baúl. Sanchis-Sinisterra conoció tarde esos principios -nació en 1940; el franquismo, en 1936- y los que sobrevivimos del lado bueno de aquella situación real nos parece tibia. Más que el terror, el autor recoge sólo el miedo, que no es lo mismo. Si a los supervivientes o descendientes del lado malo de la guerra y la posguerra les parece dura y tienen fuerza para pararla, no puede parecerme más que natural: es lo de siempre.
Está montada sobre escenas de dos personas, con algún monólogo y algún momento coral: un asesinato cometido por los chicos del Frente de Juventudes sobre un mendigo mudo. Estos cambios continuos de situaciones perjudican la rapidez y la acumulación de los efectos. No hay que dejar de tener en cuenta que este refugio encontrado a última hora ha obligado a cambiar el montaje, con evidente perjuicio para la obra y redundando en la incomodidad de los espectadores, obligados a esperar el principio de la obra y sacados de la sala después, a un patio helado y húmedo, mientras la compañía trata de ajustarse. Esperemos que las representaciones que van a continuar en otros lugares estén mejor.
El público era amigo. En parte, por relaciones con los creadores; en parte, por el atractivo del título y la esperanza de que una denuncia pudiera salir adelante. Por lo tanto, ovacionaron más allá de lo que la calidad teatral hacía esperar; y quizá sea mejor que aplaudan una denuncia que una perfección escénica.
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