_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las castañeras

El escritor de costumbres sale de casa a primera hora de la mañana, saluda al portero, que barre la escalera, y a los niños que aguardan el transporte escolar y se acerca al bordillo para tomar el pulso al día. Con ojos entornados afronta las nubes y el amplio trozo de firmamento azul. Las aletas de su nariz indagan la menor huella de viento o humedad. Completado su conocimiento de la circunstancia, el escritor de costumbres se aparta de la vecindad de los automóviles, balancea suavemente su bastón mientras camina jovial por el centro de la acera, y al cruzarse con la primera dama desconocida, pero seductora, alza esa mano derecha suya de caligrafía retorcida y pensamiento simple y proyecta al cielo de Madrid su sombrero.

Ahí queda su gesto, y no lo repetirá. Porque un escritor de costumbres, es decir, el encargado de anotar el discurrir superficial de la vida, se convierte en el primer esclavo de su método. Y hoy este escritor, como tantos otros días, debe someterse a una disciplina de ritos para responder a su leyenda. No procede, por tanto, perseguir a la seductora forzando una cita. ¿Qué diría su lector ante este comportamiento audaz? ¡El primer observante de las costumbres ciudadanas desobedece las propias! Menudo regalo para sus rivales. Confortado por esta reacción de su temperamento, el escritor costumbrista se encamina al café mientras rememora, con un punto de melancolía, el perfil de la mujer desaparecida.

¡Magna avenida de Génova, Sagasta y Carranza, honor a las rondas! El escritor costumbrista se rinde al empaque de los antiguos bulevares y recita el verso de Dámaso Alonso -"Carranza es una levita"- antes de empujar la puerta giratoria del café. Desde ese instante, y al igual que la ventolera primaveral arrebata los sombreros, su fantasía olvida quimeras y entra en razón. Adiós damas primorosas, adiós Madrid señorito, adiós sorna del profesor Dámaso, hay que cincelar el artículo de costumbres. Y en ese café cuyo nombre rinde culto a la actividad mercantil, ese café destartalado y macilento de la glorieta de Bilbao, el escritor costumbrista se dirige a ejercer su tarea a la mesa que viene ocupando desde el Antiguo Régimen.

Cuando el camarero aparece con el café con leche y el vaso de agua, el escritor saca del bolsillo de la chaqueta las cuartillas, desenrosca la pluma, la tumba suavemente sobre el papel en blanco y, a la manera del sortilegio de Aladino, frota sus manos afiladas para concitar la aparición de las musas. El escritor de costumbres se inspira en la realidad circundante. Por ello, mientras activa la circulación de sus extremidades, mira a su alrededor. Lo temprano de la hora mantiene las sillas encima de las mesas en la zona donde un camarero echa serrín. Alguien, en la barra del café, comenta el tiempo de otoño y la caída de la hoja. El escritor de costumbres, sensible al latido ciudadano, aguza la oreja. Ahí hay tema para su artículo. La pluma, acostada sobre las cuartillas, reclama el estímulo inteligente.

El escritor curiosea por el ventanal y junto al quiosco de prensa ve apostarse la caseta que en verano se desmonta. Esa caseta indica la consolidación del otoño con tanta precisión como los datos meteorológicos consultados hace un momento por el escritor de costumbres. Es la dueña del negocio una mujer, sentada en una banqueta. Frente a ella, un tambor de fuego. Este aparato tiene dos pisos: en el más bajo arde la leña o el carbón; en el superior, separado de éste por una rejilla de panal, se asan las castañas. La vendedora viste un abrigo grueso y mitones, acaso un gorrito. Con un fuelle atiza el fuego, con la badila remueve las castañas para que no se quemen. De vez en cuando pregona su oferta en voz baja, como si rezase.

Es mediodía cuando el escritor termina los deberes: diez cuartillas de letra apretada que convertirá en plomo la linotipia y el cajista ajustará a dos columnas de periódico.

A través del ventanal del café contempla el quiosco, y cuando pensaba regalarse con una comida por las cercanías, un malestar le sobrecoge: la caseta de la castañera a la que dedicó su artículo ha desaparecido. Mientras escribía la tuvo presente, ¿dónde está ahora? El escritor sale del café a comprobarlo. Pero ya su bastón no reconoce el terreno que pisa, porque no es su vista, sino su memoria, la que describe las costumbres.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_