El campeón sin corona
Colin Montgomerie, 'número uno' europeo entre 1993 y 1999, sufre la frustración de no figurar aún, a sus 39 años, en el Grand Slam
El veredicto explicativo de Curtis Strange, el capitán de Estados Unidos al término de la reciente Copa Ryder, no pudo ser más sincero: 'Europa nos ha ganado porque ha dispuesto de un líder de verdad, de alguien que galvanizase al equipo y lo llevara en volandas'. Se refería al escocés Colin Montgomerie (Glasgow, 1963), el campeón sin corona, todo irascibilidad cuando la pelota no le vuela a su gusto y cualquier pajarillo osa piar a su paso y todo jovialidad cuando le rueda recta.
Sin duda alguna, Montgomerie es otra figura del golf, un digno heredero de Severiano Ballesteros, el inglés Nick Faldo y el alemán Bernhard Langer. Carga, sin embargo, con una tremenda frustración: a sus 39 años, todavía no puede presumir en sus abarrotadas vitrinas de ningún trofeo del Grand Slam mientras que otros jugadores, inferiores, sí los muestran. Es algo que le reconcome por dentro y que, a veces, avinagra su carácter de forma exagerada. Por eso el baño de multitudes que se dio en la última cita de The Belfry le sirvió de bálsamo. Necesitaba ese fervoroso respaldo popular para sentirse inequívocamente el mejor, para restañar las heridas de su autoestima.
Y es que Montgomerie está harto de imponerse e imponerse en torneos... menores. Desde 1993 hasta 1999 inclusive, durante siete temporadas, concluyó como el número uno del circuito europeo por ganancias. Pero su orgullo no se siente satisfecho. Le exige más. Precisa la gloria que sólo otorgan las competiciones grandes, las que permiten que uno entre en la historia del deporte. Y en ello anda empeñado, dosificándose más para tratar de llegar a ellas en las condiciones idóneas.
Este año, eso sí, se ha estrellado: 14º en el Masters de Augusta, 73º en el Open de Estados Unidos, 82º en el Open Británico y 105º en el Campeonato de la PGA norteamericana. No importa, perseverará. En el segundo torneo y el cuarto ya sabe lo que es quedar el segundo, al borde de la victoria soñada. Algún día, se supone, la fortuna le dará el empujoncito decisivo. Su reacción, entonces, será digna de verse.
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