_
_
_
_
LA COLUMNA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fortalecimiento de España

DE MODO QUE AHORA ya lo tenemos claro: del Plan Hidrológico Nacional a la Ley de Calidad de la Educación, pasando por la Ley de Partidos y por la presunta rebaja de impuestos, todo lo que ha hecho el Partido Popular ha sido por el fortalecimiento de España. Lo acaba de decir quien fuera ministro del Interior y aspirante a lehendakari, Jaime Mayor Oreja, y lo ha repetido, con su habitual prosopopeya, el presidente del Gobierno. Se trata, claro está, de fortalecerla democráticamente, pero en cuestiones de Estado el verbo vale más que el adverbio, fortalecer vale más que democráticamente, que viene a ser ante la rotundidad del verbo como una cláusula de estilo.

El problema del recurso a figuras retóricas es que una vez puestas a rodar adquieren vida propia. Si el PP proclama como sustancia de su política la meta de una España fuerte, insistirá de inmediato en que sólo él está en condiciones de alcanzarla, debatiéndose cómo percibe a todos los demás en un océano de ambigüedad. Sólo el PP es fuerte, porque sólo él posee la exclusiva de 'la fuerza de convicciones', una situación que suscita lógicamente la envidia y las malas pasiones del adversario, que, sumido en la confusión, sin convicciones firmes, obsesionado por el vigor de su contrincante, buscará aliarse con quien sea para ir contra él. Socialistas con nacionalistas, 'todos contra el PP', concluye Mayor: el fuerte se basta a sí mismo y solaza su ánimo contemplando las torpes maniobras de sus enemigos.

Llegado a este punto, la retórica del fortalecimiento de España alcanza su clímax en una visión del campo político en el que sólo un partido, el PP, es depositario de la fuerza, las convicciones, el atrevimiento, los proyectos, la confianza de la sociedad, mientras todos los demás chapotean en la debilidad, la ambigüedad, la cobardía, la ausencia de proyectos que sólo puede suscitar desconfianza social. Saltar entonces a la conclusión lógica de este esquema mental es cuestión de segundos: la suerte de España, de su unidad, de su fortaleza, depende del PP; si se dejara en manos de cualquier otro, España acabaría rompiéndose, debilitada: ecos de tiempos lejanos resuenan en este lamento por la España rota, moneda de cambio de políticos bastardos, dispuestos a venderla con tal de encaramarse al poder.

Podría reprocharse al presunto candidato del PP lo burdo de este esquema, lo elemental de sus imágenes, el círculo vicioso en el que encierra el argumento, pues si en una democracia la fortaleza de un Estado o de una nación depende de lo fuerte que se sienta un partido, será porque ese Estado es débil, y la nación, tal vez inexistente. Podría reprochársele sobre todo que con tal discurso liquide aquella tan encomiada política de Estado que había plasmado en el pacto por las libertades y contra el terrorismo. Pero dejando de lado estos aspectos de la cuestión -entramos en tiempo preelectoral y ya se sabe que en tales circunstancias se busca más la confrontación que el acuerdo-, lo realmente preocupante es que alguien como Mayor piense que este tropo del fortalecimiento de España, o de la España fuerte, pueda tener hoy algún atractivo electoral y crea que la gente está deseando escuchar rotundas composiciones sobre la fortaleza de España puesta en peligro por una impía alianza entre socialistas y nacionalistas.

¿Se equivoca? Está por ver. Pero mientras se dilucida cuánta gente está dispuesta a comprar esta mercancía averiada, no estará de más tener en cuenta que el flanco por el que Mayor, y Aznar pisándole los talones, ha decidido atacar al PSOE es el de una ambigüedad en el trato con los nacionalistas que llevaría directamente a la quiebra de la unidad de España. No bastará oponer a esa propaganda, que escucharemos ad náuseam en los próximos meses, cartas de amor de Maragall a Zapatero, deletéreas propuestas de nuevo federalismo, hermosas disquisiciones sobre la España plural, ni imágenes que han dejado de funcionar como la en tiempo tan enternecedora de los pueblos de España solidarios. Ahora hay un Estado harto complejo en su estructura y más aún en su funcionamiento. Si se trata de reformarlo para que quienes ya han manifestado su deseo de salir de él, aunque sus amigos sigan matando, se encuentren cómodos durante una temporada, habrá que decir claramente cómo se reforma y en qué; todo lo demás sonará a música celestial frente a la contundencia, hueca pero sonora, del fortalecimiento de España.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_