Cateta a babor
LLEVO DÍAS INTENTANDO localizar a mi suegra y no la encuentro. Lo cual me desespera. Y eso que el Banco les regaló un teléfono móvil, pero se lo llevó mi suegro en el bañador a los baños de barro de Lopagán y el móvil, a consecuencia de eso, no rula. En algunos Estados de América si te abres una cuenta en un Banco te regalan una pistola. Lo encuentro un poco violento. La cosa es que en la actualidad es imposible encontrar a una pareja de suegros españoles porque siempre andan metidos en un autobús del Inserso. Conclusión: no me queda más remedio que comunicarme con ellos a través de estos artículos. Dirán ustedes que utilizo mis artículos para asuntos personales, y que así cualquiera. Ah, se siente. A lo que iba, que estoy intentando localizar a mi suegra por un asunto meramente decorativo. Es que he percibido, después de entrar en todas las tiendas pijo-decorativas de Nueva York, una cosa que les va a sorprender, pero que quiero avisar para que no les pille a ustedes desprevenidos: vuelve el tapete. Todos esos tapetes de los que mi generación se ha cachondeado, esos tapetes que nos hicieron las madres con todo el amor y que nosotros escondíamos y sólo sacábamos cuando ellas venían, esos tapetes para el reposacabezas del sofá, y el cojín de croché para el coche. Algunos hasta llevábamos ese cartel de 'Me están haciendo el cojín' en el dos caballos. Quién me ha visto y quién me ve: ahora me encuentro buscando desesperadamente a mi suegra. Mi suegra es una suegra en peligro de extinción, de esas suegras que saben hacer tapetes. Mi suegra debería estar protegida por la Comunidad Europea. Cuando vuelva a mi mansión madrileña quiero que haya tapetes a tutiplén. Y otra cosa que está de moda rabiosa: un perrito para el coche de esos que mueven la cabeza. Mola. Me lo he comprado en la fastuosa tienda ABC, que es donde Harrison (Ford) se ha abastecido de muebles para el nidito que se ha puesto con Calixta. Precisamente el día que me compré el perrito para el Suzuki me fui a tomar algo con dicho perrito (y con mi santo) a una cafetería de Union Square, y ¿quién estaba sentada a nuestro mismísimo lado? Susan Sarandon, de cuerpo presente. Estuve toda la comida: me levanto y se lo digo o no me levanto. Y di que me levanté y le dije en su misma cara que la admiro y que ole-conole-yolé esa valentía que tiene para decir lo que piensa. Y entonces va Susan y me tiende la mano y me dice que le encantaría trabajar algún día con Almodóvar. Desde aquí te lo digo, Pedro: las estrellas te adoran, qué más te dan los Ondas y los Goyas, tú pasa. Qué casualidad que esa misma noche en la tele pública le hacían una entrevista en profundidad a Susan y ella contó el jaleo que se montó cuando en una entrega de los Oscar aprovechó para solidarizarse con unos enfermos de sida haitianos que tenían retenidos en Guatánamo, y decía Susan lo curioso que era que todos aquellos que llevaban el lacito rojo luego no la quisieran ni saludar. Susan es mucha Susan. Yo he decidido, en mi nueva etapa de tapete redivivo, ser cateta y saludar a todo famoso que me encuentre. Asimismo saludé por la calle a uno de los policías de la serie Ley y orden, serie a la que está enganchado mi santo, que se ve tres capítulos seguidos y luego otros tres de Seinfeld. Es que mi santo, cuando no le ven los niños, se pega unas panzadas de televisión que rompe el sofá. Pero lo hace a sus espaldas para luego poder gritarles que están alienados, y esas cosas pedagógicas.
Y de cateta me fui también al estreno de la última película de Julianne Moore, Lejos del paraíso, y le dije a Dennis Quaid que le admiraba. Lástima que mi nivel de inglés no me dio para decirle algo que me duele desde hace tiempo: que Meg Ryan le pusiera la cornamenta con el hortera de Russell Crowe, que será muy buen actor, pero en persona es un hortera cervecero; en cambio, mi Dennis, qué hombre, qué estructura ósea. Y Julianne Moore, qué pedazo de actriz con esa cara tan rara de pelirroja que tiene. Y qué película tan romántica y tan bonita, por Dios. Y tan inaudita: es sobre gente adulta a la que le pasan cosas de gente adulta. Fracasará.
Le puse un correo a Bicoca para comunicarle lo del tapete, porque me gusta sorprenderla con alguna noticia de vanguardia. Y va la tía y me dice que ella ya estaba al tanto, que a ella la están haciendo los tapetes dos costureras de la calle de Padilla. Me jodió, la verdad. Aunque yo digo una cosa, la gracia del tapete es que te lo haga tu suegra, pero los ricos no tienen corazón, los ricos sólo tienen subordinados. Por cierto, que mi santo me dijo por la noche en la cama: 'Me estoy leyendo un libro...'. Miedo me da. El libro se llama Historia natural de los ricos y habla de los ricos como una especie animal aparte. Dice que los padres ricos de Dallas les pagan a sus hijas los implantes mamarios cuando acaban su graduación. Lo encuentro incestuoso. Y cuenta cosas como que Onassis hizo tapizar los taburetes del bar de su barco con escroto de ballena. Qué fuerte. Yo le dije a mi santo: 'No me hables de escrotos, cariño, que luego sueño'. Y, claro, con ese tema de conversación, estás en la cama y la cosa se lía. Y el perrito que estaba en el cabecero se animó y movía la cabeza como diciendo: 'Así se hace, muchachos, así se hace'.
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