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Columna
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La botella y el tapón

Cuando la señora del presidente Aznar pasea por los confines de La Moncloa, lo hace constelada de los más fulgurantes cuentos infantiles. En sus paseos, la custodian sus meninos de la fábula y la política: Hans Christian Andersen, Perrault, los hermanos Grimm y Alberto Ruiz Gallardón. A veces, explora parajes poco frecuentados y entonces disfruta con su facundia que siempre termina en moraleja: hasta Caperucita Roja está afiliada al PP. En uno de sus recientes paseos, llegó al cap i casal, y se echó de cabeza a inaugurar cosas. La señora del presidente Aznar no tiene quien la pare. Y la oferta de un segundo puesto en la candidatura para el Ayuntamiento de la villa de Madrid la tiene turbada. Tan turbada que pasó del presidente José Luis Olivas, después de arrebatarle la palabra. Pero ni José Luis Olivas ni Ana Pastor, ministra de Sanidad, tuvieron nada que hacer, frente a esa fuerza desatada y despreciativa, que aspira a ganar en algún concurso televisivo el título de primera dama del Reino de las Españas.

Pero, para Ana, la Botella, ni la ministra de Sanidad ni el presidente, le ofrecieron más entidad ni consideración que algunos personajes fabulosos, como, verbi gratia, Blancanieves y Pulgarcito. Y eso que la señora del presidente Aznar, no se pronunciará acerca de la oferta de Ruiz Gallardón, hasta dentro de unos días. De manera que una militante del PP, sin ningún cargo electo, se ha pasado por los forros a una ministra y, lo que aún resulta más flagrante y penoso, a la primera autoridad de la Comunidad Valenciana. Vistas estas cosas, a cierta distancia, al cronista se le figuran, irresponsables, impertinentes y abusivas.

Pues, mire usted, según y cómo, le replica alguien de cercanías. Me explico: el gesto de Ana Botella sólo viene a confirmar el alto grado democrático de nuestro partido. Ya ve, una militante cualquiera puede desplazar de sus funciones a titulares del gobierno central y presidentes autonómicos, sin que suceda nada, ¿se da cuenta? Y todos calladitos. Ni Pastor ni Olivas han rechistado, ¿por qué?, pues porque saben lo que es la disciplina y conocen bien el paño. Ya le digo, qué temple el de nuestra gente.

Tras la impecable exposición, el cronista empieza a creer que Angel Acebes hablaba muy en serio cuando afirmó, el otro día, en Valencia, que estaba dispuesto a cooperar con la Policía Local. Ahora, ya no le cogería de sorpresa verlo uniformado y de ronda nocturna. Acebes, guardia. Mientras, Ana Botella, en tanto se piensa lo del salto a la política y para hacer músculo, anda por ahí no exactamente usurpando, sino más bien sustituyendo interinamente a quienes están donde están, después de haber pasado por las urnas. ¿Qué ocurriría si le tomara la vara de la alcaldía a Rita Barberá o desalojara de la presidencia de las Cortes a Marcela Miró?, ¿No rechistarían tampoco, según el portavoz de cercanías? Para Ana Botella todo es Jauja. Desde su altura de mujer de Letras, de celebridad que se codea con Hans Chistian Andersen, los Grimm, el Patito Feo, la Cenicienta, Ruiz Gallardón, el Sastrecillo valiente, lo de las urnas es otro cuento. Se dice que antes de irse, miró de reojo a Olivas y que ahora ya circula, por ahí, una nueva leyenda popular, La botella y el tapón. Y no es ni candidata.

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