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LA CRÓNICA
Columna
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'Papryi Montserratenses'

Estuve el otro día en Montserrat visitando a algunos de los sabios amigos que allí moran. Conversé por la mañana sobre política, iglesia y libros con el antiguo abad Cassià M. Just y después comí con los monjes, en silencio, espaguetis, pollo y yogur, mientras un lector daba cuenta de un libro evolucionista del prehistoriador Eudald Carbonell. Mediante esta lectura, la comunidad montserratina demostraba, sin pretenderlo, con toda normalidad, que sigue siendo fiel al diálogo que el concilio Vaticano II impulsó entre ciencia y religión. Treinta años atrás, una lectura de este tipo habría parecido normal en un convento, pero ahora maravilla. La Iglesia se ha ensimismado. Se enfrenta al desorden presente a la manera de los cangrejos: agarrándose con obstinación al clavo ardiendo de los Legionarios de Cristo (que la presidenta Ana Botella aúpa) y del Opus, que acaba de triunfar por todo lo alto con la reluciente canonización de Escrivá de Balaguer.

El mundo católico actual está dominado por dos inquietantes grupos: obstinados e indiferentes

Pasé la tarde con el padre Pius-Ramon Tragan, que ha regresado al monasterio después de un largo periplo de docencia e investigación en Estrasburgo y Roma. Lo conocí en Roma. Era el rector del Pontificio Ateneo San Anselmo, la universidad internacional de los benedictinos. Tragan es un sabio políglota capaz de hablar con la misma naturalidad sobre la influencia del helenismo en Judea que sobre el optimismo católico visible en Todo sobre mi madre en contraste con el pesimismo protestante que revela American beauty. En Montserrat hay unos cuantos como él: Evangelista Vilanova, Andreu Marquès, Hilari Raguer y Lluís Duch, entre otros. Estudian, literalmente, por amor al arte. Indiferentes al reconocimiento social o académico. Especialista en exégesis del Nuevo Testamento, Tragan ha publicado libros y artículos con muchas notas a pie de página. Desde que regresó a Montserrat, aparentemente jubilado, imparte cada año un trimestre en la Universidad de Milán que le ha obligado a sintetizar y divulgar sus minuciosos conocimientos. El primer fruto de este trabajo es un libro sensacional, La preistoria dei vangeli (La prehistoria de los evangelios), que sitúa al lector en los años primeros del cristianismo: desde la muerte del histórico Jesús hasta la publicación de los textos fundacionales del cristianismo. Emerge de este libro, cuya traducción sería un éxito entre los amantes de la historia, la orfandad de los primeros grupúsculos cristianos, su nula relevancia social a lo largo del primer siglo, la variedad cultural de estas comunidades, sus discrepancias ideológicas. El libro muestra cómo estas diversas tradiciones orales y las múltiples influencias culturales desembocan en los evangelios, con sus contradicciones internas y el carácter no histórico de muchos de sus pasajes.

En su última conferencia, Tragan explicaba que el mundo católico actual está dominado por dos inquietantes grupos: los obstinados y los indiferentes. La descripción me pareció ampliable a la política y a las ideologías laicas. En efecto: ante la falta de horizontes y la pérdida de referentes, los obstinados o puritanos, sean de derecha o de izquierda, se encastillan en las verdades de toda la vida. No quieren pensar más, niegan las dudas, buscan las viejas seguridades para enfrentarse a estos tiempos inciertos. Regresan al integrismo. Enfrente de ellos se sitúa la masa de los que se dejan arrastrar por la corriente trivial y consumista. Huyendo de los problemas y de las ideologías, esta gran mayoría, más que descreída, es indolente: se tumba en el sofá de la indiferencia. Hablamos de todo esto mientras Pius-Ramon Tragan me muestra los llamados gremis del monasterio, es decir, la zona en la que los monjes trabajan en sus proyectos intelectuales. Pasadizos bastante lúgubres, despachos apretados. Convendrían reformas. Pero Tragan no habla de reformas, sino de proyectos. Quieren revalorizar para el estudio el Museo de Montserrat. De momento, el museo es un admirable contenedor cultural al uso, en el que destacan una espléndida colección de pintura catalana, el maravilloso caravaggio y el fabuloso tesoro que el padre Bonaventura Ubach (gramático, biblista y coleccionista) se trajo de Egipto, Mesopotamia y Palestina a principios del siglo XX (tal como narró en esta misma página el apasionado cronista Jacinto Antón). Los fondos no mostrados de esta colección son enormes, inagotables. Ubach imaginó (y embarcó) una fabulosa antología del arte, la historia, la fauna, la flora y la geografía de la llamada Tierra Santa. El museo que Ubach ideó era completamente borgiano: una reconstrucción minuciosa de Tierra Santa lejos de Tierra Santa.

La fabulosa colección de Ubach es relativamente conocida. En cambio, la extraordinaria colección de papiros que el doctor Ramon Roca i Puig legó no hace muchos años al monasterio apenas ha sido comentada. Se tata de la mayor colección española de papiros, procedentes en su mayor parte del monasterio copto de San Pacomio (siglo IV). Sus estrellas son un fragmento de la Ilíada del siglo I antes de Cristo, un fragmento del Evangelio de Mateo del año 150 (hermano del fragmento que posee la Universidad de Oxford), las Catilinarias de Cicerón y la llamada Anáfora de Barcelona, un antiquísimo texto litúrgico que costó 250.000 pesetas del año 1955. La Universidad de Princeton pagaba a precio de oro esta colección que el doctor Roca, helenista y sacerdote barcelonés, prefirió legar a Montserrat. Está en marcha una comisión, con profesores de Barcelona, Madrid, Amsterdam, París y Florencia, para catalogar y publicar los 1.200 papiros a fin de que puedan ser estudiados por los especialistas de todo el mundo. En este tiempo de incertidumbre, opina Tragan, 'Montserrat debe, en la mejor tradición benedictina, seguir intentando que las entradas económicas de los peregrinos y los turistas se conviertan en saber cultural'. En tiempos de perplejidad, hay que seguir estudiando.

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