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Columna
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Bardem y Granada

Este que veis aquí, de cabeza noble y mirar sereno, fue un tipo cabal, campechano y dueño de una voluntad férrea. Le dolía su país en lo más hondo del alma y, contra viento y marea, logró plasmar en películas inmarcesibles -burlando alegremente al censor franquista- la viva imagen de una España venida brutalmente a menos. Creo que sólo ahora, con la triste desaparición del cineasta, será posible que nos demos plenamente cuenta de lo que le debemos.

Tuve la suerte de conocer a Juan Antonio Bardem y de colaborar íntimamente con él en la preparación de la serie sobre la muerte de Lorca para TVE. Y, tal vez sobre todo, de pasar horas inolvidables a su lado en Granada durante el rodaje de la misma.

A Bardem le encantaba recordar cómo había pensado en Nickolas Grace para encarnar al poeta asesinado. Había probado primero con numerosos españoles que, además de poseer cierto parecido físico con Lorca, tenían que ser buenos actores desconocidos. Resultó imposible. Un día recordó de repente la serie inglesa Retorno a Brideshead, en la cual Grace desempeña el papel de un homosexual aquejado de un encantador tartamudeo, y pensó ¡ni clavado! Además, ¿no había acertado al elegir a Betsy Blair para Calle Mayor? ¿Por qué no acudir otra vez a un actor extranjero? Volar a Londres y convencer a Grace fue todo uno. Y Grace dio tanto la medida que desde entonces su Lorca no ha sido superado.

Trabajar con Bardem no era siempre fácil. Como director sabía exactamente lo que quería y si no lo conseguía era capaz de impresionantes ataques de rabia. Un día, mientras preparaba una secuencia en la facultad de Derecho de Granada -Gobierno Civil cuando la guerra- una espectadora hizo un comentario demasiado audible. Bardem le lanzó una arenga furiosa de cinco minutos que aún me resuena dentro de la cabeza. Era una faceta del cineasta que yo desconocía.

Tampoco estaba al tanto del visceral rechazo que le producía la Benemérita. En mi libro yo había dejado claro que no participó ningún guardia civil en el asesinato de Lorca, y creía que Bardem respetaría tal evidencia. Pero no lo hizo e introdujo a varios en el pelotón. Cuando protesté se justificó con el argumento de que había sido pura casualidad la ausencia de los civiles aquella madrugada, y que por ello había que corregir la historia. No me hizo mucha gracia.

El cineasta le siguió fiel a Granada. El éxito de Muerte de un poeta fue una de sus mayores satisfacciones, y acudió año tras año a los cursos de cine organizados por la Universidad en Almuñécar y Motril, deleitando a todos con su cordialidad en el aula, su buen talante nocturno y sus conocimientos gastronómicos.

La democracia no fue justa con el comunista Bardem, que, después de sus grandes creaciones bajo la dictadura -que incluso habían contribuido al descrédito internacional de la misma-, tuvo, con algunas excepciones como la que hemos recordado, que conformarse con hacer 'cine alimenticio' (Fernández-Santos). De que todo ello le amargó queda constancia en sus memorias, Y todavía sigue (Ediciones B), escritas justo a tiempo antes del declive final. Una pena. Pero allí queda la obra.

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