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Columna
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Alma

La desaparición de Alfons Cucó plantea una revisión del panorama cívico de la Comunidad Valenciana. Por estas latitudes nuestras lo que no se perdona es saber leer y escribir. Alfons era catedrático de Historia, pero también escribió libros, entrevistas y además se atrevió a participar en la aventura arriesgada de Concret, reducto de la intelectualidad valenciana en la década de los sesenta del siglo XX.

La pérdida de Alfons Cucó, junto con la muerte de Ernest Lluch y Vicent Ventura, supone un severo impacto para los restos del PSV -que Alfons Cucó contribuyó a fundar-, para el nacionalismo valenciano y para la sociedad. Se encontraba entre ese conjunto de personas que, independientemente de sus ideas, han contribuido a recuperar el pasado y a forjar los fundamentos de una autonomía que él vio resurgir casi de la nada.

Entre los valencianos se da la torcida costumbre de clasificar a las personas relevantes por uno u otro concepto. Alfons era un hombre de izquierdas que tenía sus raíces en una familia acomodada procedente de la Ribera del Xúquer. Había estudiado en los jesuitas y en la Universitat de València, a la que ha seguido vinculado hasta su fallecimiento. Hoy no es lícito considerar que su memoria sea un legado de este o aquel partido político. Se equivocarán, una vez más, quienes pretendan capitalizar su imagen. No es de ese modo como se reconstruye y se consolida la trayectoria de un pueblo necesitado de regenerar sus señas de identidad, su alma.

El alma, el espíritu, la conciencia de los ciudadanos en su conjunto, son decisivos para definir las coordenadas de un territorio geopolítico. Es un síntoma de los tiempos actuales que las empresas, las formaciones políticas, las organizaciones y las instituciones, se distingan por su ausencia de alma o de espíritu. Pedro Salinas escribió unos versos esclarecedores. 'Ni luz ni tiniebla, ni ojos, ni mirada: visión, la visión del alma'. Y alma necesitan las empresas, los negocios, las transacciones y los empresarios. De otro modo, a fuerza de conseguir resultados a cualquier precio, se acaba tirando por la borda la impronta y la obra de nuestros más esforzados emprendedores e intelectuales.

Hemos de empezar a devolver el alma a los comportamientos cívicos. 'El honor del país ya no es un bien y una gloria indivisa. Está reservado, no ya a una casta o a un Estado dentro del Estado, sino a aquellos a quienes el azar ha situado en las tareas más brillantes'. Estas son las convicciones de Jean Giraudoux sobre la administración de un bien tan intangible como la razón de un pueblo. Las ciudades y los territorios tienen alma. En muchas ocasiones permanece oculta y gracias a la labor de determinados hombres emerge hacia a la superficie. Le Corbousier afirmaba que el espíritu de una ciudad se conforma con el curso de los años, y la muerte no llega sólo a los seres vivos sino también a sus obras. Por eso es tan importante preservar determinados edificios y signos que simbolizan el alma colectiva. En el quehacer económico e intelectual conviven quienes destruyen y los que contribuyen a reponer las cosas en su sitio. Lo que distingue a una sociedad de otra no es la globalidad ni el desprecio a la historia, sino la ambición de progreso, sobre la parte del trabajo y del esfuerzo que permanecen más allá de la negación del ser y de la necedad.

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