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Columna
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Cyborgs

El profesor Kevin Warwick, de la Universidad de Reading, Gran Bretaña, especialista en cibernética, se hizo instalar en marzo de 2002 un chip de silicio de 100 electrodos en el sistema nervioso de su brazo izquierdo para conocer qué sensaciones eléctricas comunicaba su cuerpo al ordenador. Tras reponerse de una operación de casi dos horas y comprobar la inocuidad del funcionamiento, pidió que su esposa, madre de dos niños y checa, fuera también implantada. Uno y otro quedaron conectados a un ordenador y sus sensaciones de hambre, cansancio o lujuria se proyectaban primero en la pantalla y, enseguida, sin importar la distancia, sobre el organismo del cónyuge. Más aún: el ordenador, como es habitual, lo almacenaba todo. El ordenador almacena los impulsos emotivos y, en cualquier momento, es capaz de enviar esas señales a otro sujeto. La máquina actúa, además, con influencia incomparable porque, en realidad, opera directamente sobre el interior y con un código irresistible. La máquina resulta ser así como un superyó, provisto, encima, de una condición insólita: no muere. Sobrevive hasta cuando morimos y continúa albergando nuestra personalidad o la de cualquier cónyuge. Es posible incluso pensar en que se forme su propia personalidad compuesta por retales de varias personalidades conectadas o por variaciones diseñadas mediante programas digitales. Cabe imaginar, pues, un 'alguien' distinto que siente y que nos hará sentir. ¿Un cyborg?

El doctor Warwick publicó su último libro en agosto y lo tituló I, Cyborg. Pero ¿quién era el cyborg? ¿El ordenador? ¿La conexión? ¿La señora Warwick? Las peripecias de Minority Report no son fantásticas. Si el ordenador posee facultad para captar señales electroquímicas del sistema nervioso, podrá avisar a la policía sobre los pensamientos del inminente asesino. La intimidad, antes preservada como patrimonio esencial, se revela una nimiedad al alcance de la informática. Ahora bien: sin intimidad no somos nada y, siendo nada, no podremos morir. Quedaremos tan a salvo en los próximos días de Difuntos como ahora permanece palpitante e incorruptible ante la tumba, el floreciente universo del ordenador.

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