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Un Quijote posmoderno

O tal vez sea mejor decir un Quijote pasado por agua al tratar Terry Gilliam de hacer otra versión de las venturas y desventuras de aquel caballero de la triste figura -que fue como lo llamó su creador, Miguel de Cervantes-. Pero, ¿quién es, por favor, Terry Gilliam? Gilliam era el cartoonist de Monty Python's Flying Circus, que no era un grupo de acróbatas del aire, sino un magazine de la televisión parcialmente animado que primero tuvo éxito en Inglaterra y luego dondequiera, incluyendo los Estados Unidos. Gilliam pasó por esta academia demente del humor primero como dibujante (animador más bien); luego, como director de algunas segundas partes de las que, por primera vez, algunas fueron buenas. Después dio el salto (sin red) al cine como director. Sus películas fueron, entre otras, Jabberwocky, basada levemente en personajes de Lewis Carroll y algunos sketches que llamó 'animación surrealista', sea esto lo que sea. Sus películas más o menos logradas fueron Fear and Loathing in Las Vegas, con texto de Hunter S. Thompson, que llamó 'un viaje salvaje al corazón del sueño americano', y otras tituladas Bandidos del espacio, Las aventuras del Baron Munchausen, la notable Fisher King y, ¡por fin!, su obra maestra, Brazil, que no tiene que ver con el Brasil más o menos real, sino que es una tonada que es un himno que es un tema musical de una dicen que comedia que puede rivalizar con una versión demencial de 1984 -sí: el texto maestro de George Orwell-.

Es una película, porque es un largometraje, lleno de elementos del humor del absurdo y a la vez que juega con el tema del sistema totalitario. Fue Gilliam quien dijo de una monografía dedicada a sus cortos y largos: '... por su insistencia en mi avasallante complejo de Edipo, que todavía niego a pesar de que mi mujer se parece cada vez más a mi madre'. Para añadir: 'Me disgusta que me citen porque me encuentro diciendo mentiras casi constantemente cuando hablo de mi trabajo'. El trabajo de Gilliam no es solamente mentir, sino ser un director de cine aventurero (él y su película actual) y hombre dado a encontrar contratiempos y coleccionarlos como si fueran guijarros en la playa o sellos de correos.

Ahora tiene al Quijote como se dice entre manos, pero su versión ni siquiera llegó a hacerse.

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El Quijote no ha tenido suerte en el cine. Se han hecho más de diez versiones del libro, pero ninguna es idónea. La que más se acerca es el Quijote alemán y es la más prestigiosa. Se hizo en 1933 con guión de Paul Morand y Alexandre Arnoux, dirigida por el eminente G. W. Pabst -y es, lo contrario de la excelsa novela, de un gran aburrimiento-. Otras versiones se hicieron casi en el nacimiento de una noción del libro como película. Son: una versión francesa de 1903 y otra en 1908; en Italia se hizo en 1910; otra vez en Francia en 1911; en Estados Unidos, en Hollywood antes de ser Hollywood, en 1915; en Inglaterra en 1923; en Dinamarca en 1926; en España en 1947; de nuevo en Inglaterra en 1972, y otra más inglesa (con coreografía de Marius Petipa, que hace del Caballero Andante un caballero bailante) en 1975. Dos más en España, una con Cantinflas de Sancho (sin mucha) Panza y un Quijote para ver en el sofá para Televisión Española, con guión de Camilo Cela y uno de los mejores Quijotes y el verdaderamente extraordinario de Fernando Fernán-Gómez. Otra con el más famoso de los actores rusos, Nikolai Cherkassov. La versión con Cantinflas debió llamarse Sancho Panza con Quijote al lado, pero que a veces es un Sancho mexicano. (Lo que no es tan descabellado como suena si se sabe que el propio Miguel de Cervantes pidió permiso para emigrar 'a las Indias', que tal vez quería decir Nueva España en la América hispana). Hay un Don Quijote dirigido por Orson Welles, que no llegó a terminarse, y ésta de ahora de Terry Gilliam, que ni siquiera llegó a empezarse y que es el penoso relato de un aborto titulado Perdido en La Mancha. Se trata de un documento más que el documental de cómo esta versión última es de veras una suerte de Quijote antes y después del diluvio español.

Existen discos de DVD (tautología a la vista) que tienen como señal y etiqueta una frase: 'Valioso material añadido', que no es una traducción de value added tax, sino un gancho para el posible espectador. Ese 'valor añadido' consiste casi siempre en tomas de la filmación, entrevistas con actores y actrices, una conferencia sesuda y sabia de un crítico a la moda y una amplia documentación sobre el director -y si es posible, una 'entrevista a fondo' con este técnico convertido en autor-. Lost in La Mancha no tiene una conversación con Miguel de Cervantes (el verdadero autor de todos los Quijotes), sino es una serie de frases inconexas (sin conexión visible) con el director y tomas del comienzo (en realidad, la primera secuencia a filmar -que nunca se llegó a completar-). La obsesión de Terry Gilliam (hacer su versión del Quijote) se convirtió en el argumento de este documental sobre el fracaso y fin de una filmación. La belleza del escenario desaparece después de una tormenta y una riada que no sólo se lleva los elementos de la filmación y casi arruina la cámara y el equipo de sonido, sino que acaba con el paisaje mismo y aquel cañón ideal para el color se convierte en una roca pelada mientras la inundación transforma las laderas en un lodazal. No hay un después de la tormenta porque el término de la lluvia es el final del documental. El lema de esta película podría ser: 'Más se perdió en La Mancha'.

Todo comenzó mal con la enfermedad del actor francés que interpretaba, en inglés, el papel de Quijote, aunque con su cara adusta y su barba y bigote en punta, se parecía más a una fotografía de Joseph Conrad en su vejez. Jean Rochefort estudió seis meses inglés y otro tanto tiempo memorizando sus diálogos. Gilliam estaba encantado con la imagen y la interpretación que ofrecía el actor francés. También tenía de ideal el que montara bien a caballo y no necesitara un voice coach -es decir, alguien que le corrigiera su pronunciación-. Los problemas en realidad comenzaron con las molestias que le producía la silla de montar al actor. Después llegaron otros males, como una hernia de la que se tenía que operar Rochefort y su ida a París, en principio por sólo unos días, que luego se convertirían en meses. Johnny Depp, un gran profesional, estaba listo para convertirse en un Sancho que venía del espacio exterior y se procedió a las primeras tomas. Entonces llegaron las lluvias. Al principio había esperanzas de que fuera intensa pero breve, cuando llegó la riada y acabó con toda la filmación. Los productores, nerviosos como siempre, pasaron de espectadores a actores para recobrar el seguro. Pero fatalmente no podía contener un acápite que salvara la producción porque era, aducía, la firma de seguros, 'un acto de Dios', fuera de toda culpa humana.

Gilliam pasó de ser un ilustrador de las posibles escenas de la película y un optimismo que lo hacía sonreír mientras su equipo reía a sus chistes, a ponerse serio

y por último atacado por un desespero tan visible como la lluvia -que arruinó no sólo la filmación, sino toda película posible-.

¿Qué cosa tiene el Quijote que todos lo quieren llevar al cine para fracasar? No es su largo ni su dificultad para reproducir la novela en imágenes.

Lo que el viento se llevó, por ejemplo, presentaba muchas más dificultades de encontrar no sólo a Rhet, el héroe díscolo, sino a Scarlett, la heroína romántica y malcriada y caprichosa. La fatal atracción del Quijote recuerda al verso con moraleja: 'A un panal de rica miel / cien mil moscas acudieron / y por golosas murieron / presas de patas en él'.

La golosina es la pareja dispareja, Quijote y Sancho, porque Dulcinea es optativa: a veces es principal; otras, una principiante. Pero para resolver la complejidad de la novela, que es siempre literaria, el cine trata siempre de cortar, de recortar esta evidente obra maestra. Aún más que eso: es la primera novela moderna y en la realidad de la ficción es una traducción y su autor es otro que quien forma el libro. Estas ecuaciones son imposibles de resolver por el cine. Y aun la serie de televisión tiene resuelto el problema del largo, pero la intrínseca característica literaria se le escapa a sus autores, que corren siempre detrás del verdadero creador y deben presentar a Don Quijote como un personaje real que sufre alucinaciones cómicas. Viendo Brazil y al Baron Munchausen Terry Gilliam estaba -y está- equipado como nadie para hacer un Quijote ideal. Pero, como en sus películas que no estaban precedidas por un texto respetado y respetable, cometió el error de traerlo a otra realidad en una versión posmoderna con todo su aparato de referencias y, ¿cómo se dice?, referentes. No tengo ninguna duda de que la película sería, como Brazil, a la vez cómica y terrible y llena de episodios de pesadilla -y éste sería el problema más que la irrupción violenta de la metafísica de la naturaleza en la física feliz del autor (*)-. Para la intromisión de los desastres de la paz, haría falta lo que no parece ser Terry Gilliam: un Goya ilustrador de lo terriblemente cómico, como se ve en uno de sus aguafuertes, que parece ilustrar la pesadilla de Sancho: ser manteado por siempre jamás.

Guillermo Cabrera Infante es escritor cubano. * La única posibilidad de una versión fiel la agotó Borges con su cuento Pierre Menard, autor del Quijote. El fatigoso nuevo creador de esta obra maestra se reduce al absurdo de sustituir las palabras del relato ¡con las propias palabras del relato! © G. Cabrera Infante 2002.

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