¿Familia? ¿Qué familia?
Hace unos días nos llegó la significativa noticia de que el PP quiere situar la ayuda a la familia como la prioridad de la política social de su partido en Cataluña. La noticia señalaba asimismo que, sin entrar en detalles, el modelo de famlia por el que se apuesta es el 'tradicional'. Celebro la buena nueva, a pesar de que me temo que llega un poco tarde. No les será fácil a los populares encontrar a las familias tradicionales, si entendemos por las mismas a las de toda la vida, fruto de una primera y permanente unión, con descendencia común, y en la que los cónyuges siguen una distribución de tareas bien pautada y consecuente con la división de género. Sin llegar a las cifras de otros países, crece el número y la significación social de las 'nuevas familias' con una gran multiplicidad de formas de convivencia. El modelo tradicional de familia estaba basado en la idea de una comunidad de trabajo y de recursos económicos cuya base esencial era la desigualdad de la mujer y su sujeción al marido, tanto en los aspectos sexuales como en los de carácter económico. Tanto la mujer como los niños disponían de pocos derechos, y en caso de malos tratos o problemas de convivencia, se partía de la hipótesis de que esa era una esfera estrictamente privada, en la que poco o nada podían hacer las instituciones públicas. Las situaciones de homosexualidad se entendían como desviaciones antinaturales, como recordaba hace algún tiempo nuestra 'primera dama'.
En la actualidad, con los matices que queramos, las cosas han cambiado de manera muy significativa. Sexualidad y reproducción se han diferenciado, y los avances en la genética y en la reproducción asistida nos ofrecen cada día nuevas experiencias de cómo ser padre o madre, o ambas cosas a la vez. La familia ha perdido su significación de unidad económica de destino en lo universal, en la medida en que la mujer ha ido adquiriendo mayor autonomía desde su acceso a la formación y al mercado de trabajo. La gente, por tanto, se acerca cada vez más al matrimonio o a la convivencia estable desde bases más románticas, más afectivas, y menos materiales. Lo que explica, en parte, la mayor inestabilidad de la institución. Por otra parte, es cada vez más frecuente encontrarse con relaciones afectivas estables entre personas del mismo sexo, aunque estemos aún lejos del reconocimiento oficial.
Precisamente este cúmulo de cambios y los que se han ido produciendo alrededor de las familias ha significado una total revolución en las formas de hacer y pensar con relación a los niños, a la gente mayor o a la independización de los jóvenes. Cada vez más hablamos de individuos, de personas concretas y no de familias. Las políticas, las ayudas, las normas, se dirigen a las personas, y muy pocas veces nos referimos a medidas destinadas a la familia en abstracto. Pero, a pesar de ello, los políticos han redescubierto a la 'familia', y desde Tony Blair hasta los populares, pasando por Pujol o Maragall, todos hablan de los valores familiares y de las ayudas a la familia como algo importante. Pero, al mismo tiempo, no dejan de martillearnos con la 'flexibilidad' y la 'desregulación' del trabajo como vías de desarrollo económico. Todos deberíamos ser empresarios, osados emprendedores y al mismo tiempo padres o madres de familia, que educáramos cívicamente a los hijos y preserváramos los valores tradicionales. Los ritmos laborales no cesan de incrementarse, los horarios se alargan, el trabajo se precariza, los niños prolongan sus horarios con todo tipo de actividades, los desplazamientos son constantes y complicados y la familia, mientras, trata de mantener junto lo que cada vez se va separando más. La vida familiar se hace a distancia, desde diferentes emplazamientos, usando todo tipo de artilugios de comunicación y delegando tareas en otras personas. El PP tendría mucho éxito si subvencionara la labor de 'coordinador familiar', que es esa labor titánica y a contrarreloj que acostumbra a realizar la mujer, y que consiste en controlar a distancia una gran multiplicidad de tareas, desplazamientos, deberes escolares, microondas, procesos de congelación y descongelación, y compras antes de las nueve del último producto que ayer se acabó. Propongo que las magníficas escuelas de negocios de que dispone Barcelona aprovechen esa extraordinaria
experiencia de micromanagement del hogar. Mi tiempo, tu tiempo, nuestro tiempo, es el debate de cada día en muchos hogares. ¿Quién se ocupa de qué?, ¿por cuánto tiempo?, ¿quién queda libre esta tarde?, ¿es más importante lo tuyo que lo mío?
¿A qué familia quiere ayudar el PP de Cataluña? Una simple consulta a expertos en el asunto, como mis colegas de la Universidad Autónoma de Barcelona Cristina Brullet, Lluís Flaquer y Sónia Parella, les demostraría que no pueden ir por el mundo cual Diógenes buscando a la familia tradicional, a no ser que su labor sea la defensa de especies en extinción. La familia es hoy una opción electiva, una asociación de individuos a la que cada uno llega con sus planes individuales, con sus propios intereses y experiencias y cuya estabilidad está sometida a muchos riesgos y presiones. Se necesitan muchos más esfuerzos que antes para mantener unos lazos que respeten las biografías de cada cual y que al mismo tiempo den valor a la unión. Por ello, es urgente invertir muchos recursos públicos en educación infantil y en cuidado a los mayores, ya que se nos acaba el chollo familia-mujer cuidalotodo. Aun así, es evidente que ante lo mal que nos trata el mundo exterior, al menos la familia, sea cual sea el modelo, proporciona dosis variables de seguridad y cariño, y por tanto seguiremos empeñándonos en vivir en familia. Pero no será esa familia comparable a la que vamos dejando atrás a marchas forzadas. No afirmo que no existan aún familias de corte tradicional, pero hemos de convenir que su hegemonía ha pasado a mejor vida. Recomiendo a los populares que vean con cariño la estimable película que interpreta Sergi López, La curva de la felicidad, para comprobar como, a pesar de todo, vivir juntos sigue ofreciendo contrapartidas, pero ese vivir juntos cada vez tiene menos que ver con lo que ellos parecen tratar de proteger.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.
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