Un pueblo en la ruta de Sigüenza
Palazuelos, diminuto enclave medieval al norte de Guadalajara
Si alguien tiene la ocurrencia de leer las Serranillas, o las Canciones escritas a mediados del siglo XV por el marqués de Santillana, sentirá, palpará y olerá este paisaje primordial y no tan simple. Modestos serrijones, vegas, sotos, colores de tapiz y perfume de jara y de tomillo envolviendo a un pueblo medieval, Palazuelos, amurallado y distante, a un par de leguas de la no menos distante y abismada Sigüenza. Las coplas picaronas del marqués resultan pálidas ante la seducción que transpira la verdad primaria de este entorno.
Cierto que hubo pastores de piedra, y pastores romanos que hablarían en latín, y otros herederos que rendirían sus cuentas en árabe torpón a los señores de Atienza. Cuando el rey cristiano Alfonso el Sabio conquistó esta plaza a los moros, se la regaló a su amante. Pasó de unas manos a otras hasta ir a parar a la familia de los Mendoza, los amos prácticamente de toda la comarca. Y fue don Íñigo López de Mendoza, el célebre marqués de Santillana literato y rijoso (que el mismo empeño ponía en acoplar al castellano la métrica italiana que en seducir a una moza), quien hizo levantar en Palazuelos un castillo y cinchar la villa de murallas. Villa fue, con concejo y jueces (alcaldes) propios, rollo y picota, hasta la supresión de los señoríos en el siglo XIX; fue municipio independiente hasta quedar, en 1960, anexada a Sigüenza.
Hace 10 años, el marqués se hubiera podido mover por su villa con los ojos cerrados. En los últimos años, todo ha empezado a bullir, en principio para bien. Se han arreglado un poco las murallas y las cuatro puertas; se está restaurando el castillo (lo hace una familia, con criterios muy atrevidos); se ha adecentado la iglesia, que tiene un poco de románico y un retablo del seguntino Juan de Sancho, barroco. Y también, desgraciadamente, se han dejado caer muchas casas, y se han puesto en pie otras un algo chirriantes. Aún quedan viviendas de las de siempre, con base de sillarejo y piso alto de entramado de vigas y adobes, más la humilde coquetería de unos esgrafiados de cal y unos geranios.
La mayoría de esas casas permanecen vacías. De continuo, no viven en el pueblo más de un par de docenas de vecinos. Los dueños sólo están algún fin de semana, o la temporada de estío, confundidos con la marea de excursionistas de corta distancia. Ese reflujo tímido es lo que puede reanimar a estas aldeas. En la vecina Carabias, donde tienen una iglesia románica con espléndido pórtico, han abierto un hotel rural que es una apuesta ejemplar, a tono con la más exigente sensibilidad. Y en Pozancos, donde tienen también un templo románico, hay una bonita casa rural y un alfar de unos jóvenes locos (lo eran hace 30 años, cuando se instalaron allí) que surte de piezas de barro a los excursionistas de la zona. Bastantes reclamos, como se ve: a veces lo pequeño da mucho de sí.
GUÍA PRÁCTICA
- Hotel Valdeoma (600 46 43 09). Carabias. La doble, 72 euros.
- Hostal rural Del Monte (949 39 00 38). Pozancos. 55 euros.
- Restaurante Calle Mayor (949 39 17 48). Mayor, 21. Sigüenza. 24.
- Restaurante Medieval (949 39 32 33). Sigüenza. Unos 15 euros.
- Parador Castillo de Sigüenza (949 39 01 00). Comer, unos 24.
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