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LA VENTANA DE MILLÁS

Momento

Son unos grandes almacenes; es un escritor firmando ejemplares; somos un grupo de personas con una novela suya en la mano; todos atentos al escritor; todos menos yo, que, embelesado, dejo mis ojos vagar por los recovecos de la mujer que tengo delante de mí.

Estamos tan apretados que hago auténticos esfuerzos para no enterrar mi cara en esa selva negra que es su cabello. En un momento dado, el hombre que la acompaña la suelta y se abre paso para hablar con alguien; ella, atenta a las palabras del escritor, mueve la mano en el aire buscando la de él; yo, audaz, avanzo unos centímetros y pongo mi mano trémula a su alcance. Ella la coge, la palpa, la aprieta, acaricia mi palma con su dedo corazón; la atrae hacia sí y la abrasa con sus labios escarlata, después la entierra bajo el jersey y la apoya en su vientre de templada morbidez.

Yo extiendo los dedos y rozo a un tiempo la base de sus pechos y el abismo de su ombligo. Ella retrocede, encajándose en mí como una O en una C, cambia el peso de su cuerpo una y otra vez, y al hacerlo, sus caderas se escoran a babor y estribor, con el consiguiente peligro de corrimiento de carga; ahora está tan pegada a mí que mis costillas la abrazan, y mi pelvis agoniza bajo sus glúteos; el sándalo de su nuca intoxica mi conciencia y mis ojos se humedecen de pura felicidad.

Se abre un pasillo, ella me suelta y le da la novela al escritor; al cabo se gira, me mira con sus ojos caoba durante un año luz, reflexiona, despega sus labios; yo me quedo atornillado al suelo, aguanto el tipo mientras ella me escanea; da un paso hacia mí; yo aprieto tanto mi libro que lo exprimo y las letras se derraman por el suelo; de pronto, su acompañante la agarra de la mano y tira de ella mientras alude a lo tarde de la hora; ella se deja arrastrar por él sin dejar de mirarme; desaparecen. Pasó el momento.

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