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LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
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¡Más madera! ¡Es la 'rentrée'!

'Je lis comme un automate. Je pense à cette fille qui avait toujours un livre à la main et qui, pour s'en excuser, disait: 'je lis pour m'abrutir', escribe Léon Werth en su diario el 1 de junio de 1942. Pocos días después, el 20, insiste: 'J'ignorais la manie de la lecture. Je lis maintenant, par fatigue, par paresse, pour donner à mon esprit une contennance. Pire: je lis comme on se ronge les ongles'.

¿Quién es o, mejor, quién fue Léon Werth? Ensayista, novelista, crítico de arte, gran reportero, analista político, cronista de los tribunales..., en pocas palabras: uno de los periodistas más inteligentes y brillantes de la Francia de la primera mitad del siglo XX. Pero no busquéis su nombre en los diccionarios y enciclopedias al uso (Larousse, Robert, Universalis...). No sale. Si alguno de mis colegas treintañeros o cuarentones y cincuentones de Le Monde, de Libé o del Nouvel Obs. tiene alguna noticia de Werth, seguro que ésta no va más allá de su amistad con Saint-Exupéry: Le Petit Prince está dedicado a él.

En los cincuenta, la 'rentrée' suponía la llegada a casa de mis padres de las novedades editoriales de París

Entre finales de julio de 1940 y el 26 de agosto de 1944, Werth escribe su diario, diario de un periodista, de un intelectual judío, que vive la guerra escondido en el Jura, en la Francia profunda, tomando nota de cuanto ocurre en aquel pueblo, de las noticias y los rumores que llegan a él y de los comentarios que éstos suscitan. Extraordinario documento de más de 700 páginas que Grasset edita en 1946 bajo el título Déposition. Pese a ser acogido por Lucien Febvre con un entusiasta artículo en Les Annales, el libro de Werth pasa por el París de Sartre y de la señora De Beauvoir sin pena ni gloria. El Saint-Germain-des-Prés de la inmediata posguerra no está, al parecer, para ese tipo de literatura (en 1992, Viviane Hamy reeditará Déposition y otras obras de Werth, sin demasiada fortuna). 'Je lis comme un automate... Je lis comme on se ronge les ongles'. Cuando Werth escribe esto en su diario tiene 62 años -más o menos mi edad- y aún le quedan 13 de vida (murió en 1955). Werth lee a Saint-Simon. Lee para matar el tiempo, como solemos decir: 'La solitude a fair que j'en suis au tome XXV de Saint-Simon. Le duc m'a pris par la main. Il m'a emmené à la cour. Il serait discourtois de le quitter brusquement'.

Werth se ha puesto a leer a Saint-Simon atrapado por la guerra. De no ser por ella... 'Passé l'âge de vingt ans il n'y a plus de révélation par les livres', escribe Werth. Algo parecido pensaba Pla sobre las novelas, aunque el de Palafrugell nos concedía un margen de 20 años más de posible 'revelación'. Werth era más radical: 'Depuis ma jeunesse, je n'ai guère lu d'ouvrages d'affabulation ou de poésie. Je me fabriquais à moi-même ma poésie. Les poètes me semblaient indiscrets'.

'Je lis comme on se ronge les ongles'. Cada vez que doy con esa frase de Werth me pongo de mal humor o, mejor, me entra mala conciencia porque soy un lector compulsivo. Desde que tengo uso de razón, me habré tragado un libro al día: entre 200 y 300 páginas. Muchas veces el doble. Y leo despacio, subrayando y tomando notas. Y he leído, leo de todo: puedo compaginar a Berceo con un libro de cocina bretona del XIX y a Sax Rohmer (mi admirable Fu-Manchú) con Paul Celan o I miracoli che hanno fatto santo Padre Pio, de Enrico Malatesta (Piemme, 1998). Este verano, he compaginado la relectura de Hannah Arendt (Los orígenes del totalitarismo y Eichmannn en Jerusalem) con Dumas (Le Vicomte de Bragelonne). En total, unas 4.000 páginas. Más cuatro novelas de Juan Marsé, algunos libros sobre el Pallars Sobirà y un montón de periódicos y revistas. Y ahora llega la rentrée.

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La rentrée es palabra francesa y en la Barcelona de los cincuenta, cuando muere Werth, era algo más que una palabra. Al menos en casa de mis padres. La rentrée suponía la llegada a casa de las novedades editoriales de París. Cómo llegaban no lo sé. Como bien dijo Gimferrer en una entrevista, la Barcelona de los cincuenta -los sesenta, para él- era, culturalmente hablando, como la capital de una subprefectura francesa. Para algunos, una minoría. La rentrée suponía leer, en francés, a la Sagan, a Roger Peyreffite, a Pierre de Mandiargues (tres autores de escándalo), el último libro de Sartre (señor Manzano: mi padre tenía un montón de libros de Sartre encuadernados en su biblioteca), la última obra de Ionesco, o de Adamov (a falta de poderlas ver en los escenarios)...

Hoy, apenas se lee a Sagan (está muy jodida, dicen); a Peyreffite no lo lee nadie, Sartre sigue en el Purgatorio, Ionesco es un reaccionario 'inmortal'... Pero Pierre de Mandiargues no sólo tiene traducida su novela La Margue (Prix Goncourt) al castellano y al catalán, sino que tiene una plaza en Barcelona. Como Jean Genet (otro escandaloso).

Hoy, la rentrée es en Barcelona más rentrée que en los años cincuenta (y eso que el francés ha dejado de ser la lengua de cultura). Hoy, el escándalo llega a Barcelona in person. El Instituto Francés anuncia para el 3 de octubre la presencia de Michel Houellebecq, el autor de Plateforme, novela blasfema (con el Coran), cuyo autor comparecía recientemente ante los tribunales de París. Novela traducida al castellano y al catalán, que Houellebecq vendrá a presentar. Ya estuvo el año pasado, o el otro, pero esta vez parece que nos leerá sus poemas (muy inferiores a sus novelas), acompañado al piano por Dominique Mounié, mientras la artista Nifasta 'exécutera une performance originale, inspirée par le corps féminin...'. ¿Danza del vientre?

Que Houellebecq nos incluya en su recorrido promocional quiere decir que Barcelona 'está en el mapa'. Gracias a Jorge Herralde y a Gaudí. Y al alcalde Clos (confío en que nuestro alcalde invite a Houellebecq y a la artista Nifasta al Fòrum Universal de les Cultures). Ya me leí Plateforme, de un tirón. Gran novela, ya lo conté en esta página. Ahora me dispongo a zamparme Tigre en papier, la novela de Olivier Rolin. Tal vez gane el Goncourt. También le publicará Herralde. Olivier es un excelente escritor. Solemos coincidir en el Gordon's Pacha, un bar de la plaza de Paul Claudel de París que sólo conocemos él y yo. ¡Más madera! ¡Es la rentrée! De haber conocido a Léon Werth, cosa que me hubiese encantado, estoy seguro que me habría tomado por un imbécil. Tanto leer, tanto leer (y después de Rolin me aguarda Francisco Casavella), tal vez acabe idiota. Sería conveniente que saliese a la calle y me implicase más en la realidad. ¿Qué tal si me voy a tomar un chocolate con churros con Carod Rovira o me acerco al Lliure a escucharle recitar La tempestad a Pasqual Maragall?

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