Toros infumables
La corrida de Atanasio Fernández constituyó un lote de toros infumables. Salían, como es norma de la casa, fríos y abantones, olisqueando el albero, barbeando las tablas y enfilando sus enormes corpachones siempre en dirección a los chiqueros, como si esperaran que el chulo de toriles les abriera la salida hacia una dehesa que nunca debieron abandonar. Sólo se salvó el sobrero, que aunque también era de mansa condición, galopó en la muleta y tuvo una buena embestida por el pitón izquierdo, además de mostrarse siempre pronto y atento a cada cite.
Padilla, que se despedía de la feria, tuvo una tarde contradictoria. Se enfadó con el presidente porque consideraba que a su segundo oponente le valía con el tremendo puyazo que había ordenado recetar. Pidió el cambio con cara circunspecta. Más circunspecta la puso el presidente, que no cedió. Y entonces, el diestro jerezano mandó ejecutar un segundo puyazo carnicero y vil. El tipo del castoreño se cebó a placer y el toro, encerrado entre la acorazada y las tablas, acabó medio muerto, estado que no abandonó hasta que se consumó el atropello. Con el primero, el matador no se colocó una vez en el sitio. Se empeñó en una monótona lidia encimista que el borrego de Atanasio consintió como si la cosa no fuera con él.
Fernández / Padilla, Fandi, Valverde
Toros de Atanasio Fernández, bien presentados, mansos, descastados y con muy pocas fuerzas. Sobrero de Pérez Tabernero, manso y boyante. Juan José Padilla: silencio y pitos. El Fandi: oreja y silencio. Javier Valverde: oreja y saludos tras aviso. Plaza de La Ribera, Logroño, 22 de septiembre. 2ª de feria. Casi tres cuartos.
El Fandi anduvo muy fácil toda la tarde. La primera faena fue un ejercicio técnico casi perfecto. Desde que salió el morlacó se decidió -con enorme conocimiento de la lidia- a limarle todas sus querencias para aprovechar las medias arrancadas que atesoraba. Como el toro no quería más que chiqueros, el granadino le puso la pañosa siempre en la cara. Y así, muy tapadito, lo acabó por convencer. Hubo una trincherilla monumental, y aunque el burel se escupía de cada muletazo, alguna serie resultó redonda, llena de gusto y mando. Al final y antes de la coda en forma de arrimón en tablas, dibujó una serie con las piernas flexionadas rebosante de plasticidad. El quinto se le paró demasiado pronto y él tuvo arrestos para consentirle mucho más de lo que se mercía.
Javier Valverde se encontró con el mejor lote del festejo. A la primera faena le faltó cierto reposo. El toro, que estaba encastadito, pedía distancia y mano firme. Hubo algún derechazo suelto de cierta enjundia, pero la sensación final fue de aturdimiento. El sexto mostró su franquía por el pitón izquierdo. Sin embargo, el diestro salmantino se colocó la muleta en la mano derecha y se empeñó en tandas cortas y encimistas con demasiados enganchones. Al final, cuando la faena estaba hecha, se echó el engañó a la izquierda, puso sitio entre el toro y su anatomía, y logró los lances más agraciados. Demasiado tarde. El manso ya había cantado la gallina.
Babelia
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