Santo que vuela, a la cazuela
No pasamos una posguerra celebrando la memoria del ausente José Antonio Primo para entrar en periodo de preguerra reverenciando a un astuto santurrón de sacristía como Josemari de Balaguer
Un texto
Con lo bien que escribe la mujer del cuñado de Ciprià Ciscar y lo mal que lo hace Zaplana. En el boletín con el que también se promociona por trimestres la subsecretaria de Cultura, el ya ministro firma un texto según el cual nuestro pueblo 'viene contemplando' y 'viene experimentado' el auge del arte y de las estéticas 'más actuales', en una larga lista de 'actividades a desarrollar' de la que ese boleto es 'un escaparate' (¡ahí acertaste, jabato!) para los que sienten 'inquietud' (¡y tanta, muchacho!) 'por el arte y la cultura'. Tampoco está mal el texto que firma la subse, sobre todo al final, con ese sobado cliché del 'amplio abanico de posibilidades' que se 'entreabre', ni más ni menos, a una 'efervescencia creadora' a tono con 'la grandeza de nuestra realidad artística'. Y para muestra, el botón de una exposición del Museo de la Ciudad en homenaje al otro Josemaria, el beato cazurro de Balaguer.
Un pretexto
Si ya daba grima ver al pollo de Cartagena al frente de la Generalitat, ya me explicarán la fatiga anímica de esa representación delegada en el señor Olivas. Desdichado país, que debía ser valenciano y se ha quedado en comunidad anónima. El mandamás ocasional descalifica al líder de la oposición por sus reuniones con los vecinos del norte, sin reparar siquiera en que ese ortopédico anticatalanismo de opereta sólo descalifica a quien lo ejerce. No es serio, ni siquiera es político, desdeñar el curro en el desarrollo del corredor mediterráneo, donde nos jugamos lo que queda de nuestro futuro, en nombre del manejo institucional que esta pobre gente trama en cada vociferación por fin de temporada a cuenta de un enemigo inexistente. Nadie con criterio vincula la seriedad con el cutre petardeo de estos feriantes de la política.
Un subtexto
En cine está muy claro. El subtexto es la situación sobre la que hablan los personajes, o sobre la que creen hablar, o que disfrazan con su palabrería. Algo ocurre que no se corresponde del todo con la función explicativa de la palabra. Está menos claro en conductas ajenas a la creación estética, pero siempre presente, a menudo de manera omnívora, en las relaciones interpersonales y -desde que se ha reducido a gestión de intereses económicos- en la política, en su discurso. Cuando un cantamañanas a la zaplanesca afirma que se dispone a colocarnos a la cabeza de Europa, no hay duda de que aspira a hacer una de las mayores fortunas europeas. Y si alguien asegura que estamos a la vanguardia del mundo mundial en lo que toca a las artes, hay que dar como seguro que se apropia de una colección de obras que considera valiosas. Siempre perdidos en la prosa, esa desconocida, a la que recurren sin saberla.
El placer del texto
Lo extraordinario del libro como soporte, y mira que detesto esa expresión de comerciante, es que por lo que cuesta un café con curasán entras en el laberinto de precipicio de dudas y de intimidades irresueltas que Kafka escribía a una desconcertada Milena, en los versos luminosos de la experiencia del tiempo de Paco Brines, en la interminable y desgarrada devastación de la guerra civil a la que Juan Benet se aproximó con su heráldica espiral de gran estilo, en un espejo del mar donde el tenebroso Conrad atribuye a la naturaleza de vientos, navíos y océanos una conducta extrañamente humana y, por tanto, trágica. Con ser mucho esos regalos -conversación de tantas voces que exceden en todo a nuestra experiencia-, se queda en nada al lado del gesto personal que te lleva a acariciar el lomo del libro, leve gesto agradecido, antes de dejarlo en la mesilla y entrar en el sueño abrigado por el fulgor nervioso de esa deuda interminable.
Y el displacer
El modelo de la prensa escrita -hasta hace poco tiempo esta precisión habría sido innecesaria, todo lo que se lee en la Red ha sido previamente escrito- es la literatura, y de ahí que las páginas de Opinión de cualquier periódico de respeto sean las más próximas a las alegrías literarias de género realista. Esto mismo, sin ir más lejos. Los telediarios adoptaron la fórmula propia del periódico de papel (todavía insisten en trocear su información, o lo que sea que entiendan por eso, por páginas, en una reminiscencia más tediosa que imaginativa en relación con su medio), y esta es la hora en que la información televisiva, pese al tremendo punto de inflexión del 11-S, se basa en el juego de bustos parlantes consecutivos que remedan la firma con foto del redactor de periódico. La palabra escrita se desvaloriza en favor de un habla subordinada a una imagen que es ruido o furia y que nada significa sin su glosa cada vez más desmayada.
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