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¿Podemos dejar fuera de 'esto' a Estados Unidos?

Timothy Garton Ash

¿Trata de Irak la crisis sobre Irak? Fijémonos en las reacciones de los últimos 15 días, y la respuesta está clara; no, trata de Estados Unidos. Para gran parte de la izquierda europea, la guerra con Irak debe de ser algo malo porque el Estados Unidos de Bush está a favor de ella. Para una gran parte de la derecha británica, debe de ser algo bueno porque Estados Unidos está a favor de ella. Tony Blair, el flexihombre de la derecha y de la izquierda, intenta una vez más abrirse de piernas, aunque a estas alturas tiene que tener la entrepierna incómodamente tirante. Su amigo Gerhard Shröder aspira a ganar unas apretadas elecciones en Alemania resistiéndose a EE UU en el nombre de la 'paz'. La política francesa es, como de costumbre, un posicionamiento criptogaullista hacia Washington. Rusia y China están en contra de una guerra, principalmente a causa de EE UU. Dime cuál es tu Estados Unidos y te diré quién eres.

Se podría decir que esto es inevitable. Cuando el país más poderoso en la historia del mundo tiene planes misioneros de interés nacional -ya presentes en la creación de la Administración de Bush, pero magnificada por los atentados del 11 de septiembre en una sensación de estar 'en guerra'-, cualquier compromiso con el exterior estará relacionado con ellos; y también lo estará la reacción que provoque. Pero esto es asimismo una verdadera amenaza contra el pensamiento claro. La obsesión con Estados Unidos, no sólo con la política actual de Washington, sino con el Estados Unidos de nuestras mentes, puede nublar nuestro juicio. De modo que primero debemos darnos un buen trago del espíritu de George Orwell para limpiar nuestros conductos mentales. Luego intentar decir lenta y claramente, si se es de izquierdas, 'podría ser lo correcto, aunque EE UU lo apoye', o, si se es de derechas, 'podría no ser lo correcto, aunque EE UU lo apoye'.

Ahora creo que fue correcto usar la amenaza de la fuerza para obligar a Sadam Husein a aceptar el regreso de los inspectores de armamento de la ONU. Es un tirano peligroso. Ha estado burlándose de las resoluciones de Naciones Unidas durante más de diez años, desde que terminó la guerra del Golfo. Está intentando construir armas de destrucción masiva. Cuatro años sin inspecciones es demasiado tiempo y dudo mucho que hubiera permitido el regreso de los inspectores sin las amenazas de EE UU.

Estas inspecciones de Naciones Unidas deberían ser invasoras y rigurosas, sin dominios -o sótanos de palacios sadamitas- prohibidos, y garantías de seguridad aplicables para los que dan información a los inspectores, tal vez el derecho a la emigración posterior. Las inspecciones deberían terminar en el desarme nuclear, químico y biológico. ¿Es eso pedir mucho a un país soberano? Lo es. Pero necesitamos un mundo en el que la soberanía esté limitada por algunas normas básicas internacionales, en el que un Sadam, un Milosevic, un Pinochet o un Idi Amin sepan: puedo llegar hasta aquí, pero no ir más lejos, o mi país será bombardeado y acabaré en la Corte de La Haya.

El problema para nosotros, los internacionalistas liberales del centro, es éste: estas valientes y buenas ideas del mundo de la posguerra fría se han visto fatalmente embrolladas, especialmente en el mundo posterior al 11-S, con ideas en, de y sobre Estados Unidos. Como las ideas de la derecha estadounidense de autodefensa agresiva y persecución del interés nacional unilateral e incluso profesadamente neoimperialista, formuladas en el nombre de Dios, lo cual da un significado enteramente nuevo a la frase 'cristianismo con músculo'. Un sentido estadounidense mucho más amplio de lo que significa estar en guerra. Pero también, todavía más, los puntos de vista críticos, hostiles, a veces obsesivos e incluso paranoicos sobre Estados Unidos en el resto del mundo.

Este enmarañamiento fatal amenaza con arruinar una gran iniciativa. Tomemos como ejemplo la Corte Penal Internacional. Ésta nunca será creíble a menos que Estados Unidos se una a ella y someta a los soldados estadounidenses a su jurisdicción. O la 'intervención humanitaria'. Estuvo absolutamente justificado que interviniéramos militarmente en Bosnia -excesivamente tarde- y en Kosovo, y fue una tragedia que no interviniéramos para detener el genocidio en Ruanda. Naturalmente, los motivos políticos para intervenir estaban mezclados en todos los casos. Siempre lo están. Cuando los políticos hacen lo correcto, a menudo es por razones equivocadas. Pero había un fundamento claro que empezaba a desarrollarse. Éste afirmaba que cuando un país se rebaja hasta algo que se aproxima al genocidio, mediante el asesinato o la limpieza étnica de gran número de sus ciudadanos, entonces otros países tienen el derecho y la obligación de detener su acción. Donde sea posible, con la autoridad de una resolución de la ONU. Pero teniendo en cuenta la situación que tienen Rusia y China en su propio patio trasero, y sus actitudes hacia Estados Unidos, no siempre se consigue esa resolución, como sucedió con Kosovo. La campaña de Kosovo ha sido agudamente descrita como 'ilegal pero legítima'.

El umbral para este tipo de intervención humanitaria es muy alto: algo que se aproxime al genocidio. Hoy en día, este fundamento se ve degradado porque nos vemos arrastrados a justificar una posible acción de estadounidenses y británicos en Irak. Tony Blair evocó no hace mucho los espantosos ataques con gas contra Halabja, la matanza y huida de cientos de miles de kurdos. Los albanokosovares, por así decirlo, del norte de Irak. Sí, eso era algo bastante parecido al genocidio, pero aquello era 1988, y no hicimos nada. Cuando los kurdos iraquíes se alzaron, animados por nosotros, después de la guerra del Golfo, y las tropas de Sadam volvieron una vez más en masa para aplastarles, la vergüenza nos obligó a imponer una zona de prohibición de vuelos que ahora protege a un Kurdistán semiautónomo. Sadam dirige un régimen muy desagradable, en efecto. Pero, teniendo en cuenta la zona de prohibición de vuelos, sus crímenes no se aproximan al umbral para llevar a cabo una intervención humanitaria por la fuerza. Intentar justificar la acción de esta manera compromete toda la idea de la intervención humanitaria.

Y luego están las inspecciones de armamentos. Una vez más, ésta es una idea verdaderamente buena para el mundo. Consideren este pensamiento y denle vueltas: probablemente verán una guerra nuclear en su vida. A medida que las armas nucleares proliferan, y se vuelven más fáciles de fabricar y de transportar, aumentan las probabilidades de que algún terrorista o dictador las use. Es difícil evitarlo. Probablemente sucederá. Pero una forma de reducir las probabilidades es tener una norma internacional de inspecciones invasoras y rigurosas. La Fundación Carnegie en Washington ha propuesto que tales 'inspecciones coactivas' estén apoyadas por una fuerza militar multinacional de la ONU entrenada especialmente para ese propósito. Naturalmente, nunca se le dará rienda suelta en los emplazamientos de armas en Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia o China, pero es menos probable que estos Estados estables utilicen sus armas nucleares. Los Estados inestables siempre se agitan y se retuercen, como hará el de Sadam. Pero la posibilidad de que este tipo de inspecciones obtengan una aceptación internacional más amplia se está desvaneciendo, puesto que generalmente se consideran el instrumento de una política estadounidense agresiva. ¿Consideradas así con razón o sin ella? En cierto sentido, la respuesta no tiene importancia. La percepción es la realidad.

Así que ése es nuestro dilema. Es bueno y necesario hacer el ejercicio mental orwelliano (en el sentido positivo) de preguntarnos: '¿Qué pensaría yo de esto si Estados Unidos no estuviera implicado?'. Pero Estados Unidos está implicado, prácticamente en todas partes. En el mundo real, no podemos limitarnos a decir, 'dejemos a Estados Unidos fuera de esto'. De modo que, si la asociación con el Estados Unidos de Bush está empañando este proyecto liberal internacionalista, ¿qué hacemos? ¿Procurar moderar la posición de Estados Unidos y apelar al otro Estados Unidos que, sin duda, sigue ahí? ¿Intentar componer una voz europea más fuerte? Sí, las dos cosas. Y, así, acabaremos como Tony Blair: abriéndonos de piernas. Muy incómodo.

Timothy Garton Ash es periodista y escritor británico.

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