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Larga travesía a un poder esquivo

El PP tiene pendiente la asignatura de ganar en Andalucía, pese al crecimiento electoral de los últimos años

Luis Barbero

20 años después de las primeras elecciones andaluzas, el Partido Popular sigue sin tocar el poder autonómico. Se han celebrado seis comicios y la derecha andaluza todavía no ha conseguido aprobar una de las pocas asignaturas que tiene pendiente en el mapa electoral español. Han sido dos décadas de una larga travesía hasta llegar a configurarse como una alternativa de gobierno en la que ha habido altibajos y en la que hasta cuatro candidatos diferentes han intentado arrebatar al PSOE la hegemonía política.

En este tiempo, el PP ha ido recortando, poco a poco, distancias con los socialistas, que hasta 1994 disfrutaron de mayorías parlamentarias abrumadoras. En las primeras elecciones andaluzas, celebradas en 1982, el PSOE triplicó el número de sufragios obtenidos por los conservadores, todavía bajo la marca Alianza Popular, y que estaban liderados por Antonio Hernández-Mancha.

Esta gigantesca distancia obedeció, entre otras cuestiones, a que los socialistas supieron capitalizar el complicado proceso que permitió a Andalucía a acceder a la categoría de autonomía de primera, junto a Cataluña y el País Vasco. El centro-derecha andaluz, fragmentado entonces entre AP y UCD, tardó años en levantar la cabeza por su actitud durante este periodo y representar un papel importante en la política regional.

En los segundos comicios autonómicos, en 1986, AP aprovechó la extinción de UCD para crecer electoralmente, pero la mayoría socialista siguió siendo incontestable: el candidato del PSOE, José Rodríguez de la Borbolla, duplicó los votos obtenidos por Hernández-Mancha (más de un 1,5 millones de votos frente a 745.000).

Los siguientes comicios andaluces, en 1990, se celebraron el mismo año que la derecha española hizo su refundación, precisamente en Sevilla. José María Aznar tomó las riendas del partido creado por Manuel Fraga, que pasó a denominarse PP, y empezó a rodearse de un equipo más joven para introducir aire fresco. En Andalucía, el candidato conservador, Gabino Puche, no logró mantener la tendencia de recorte de distancias con el PSOE, que estrenaban a Manuel Chaves como aspirante. De hecho, Puche obtuvo menos votos que Hernández-Mancha en las elecciones anteriores.

Ante este estancamiento, Aznar dio un golpe de timón y, en 1993, envió a Javier Arenas a Andalucía para impulsar un nuevo proyecto. En apenas unos meses, Arenas puso el PP patas arriba, eliminó los sectores más recalcitrantes al cambio y se formó un equipo joven y con una imagen más centrista (Manuel Pimentel, Amalia Gómez, Juan Ojeda o Manuel Atencia). Su primera prueba de fuego, en 1994, la pasó con nota: el PP duplicó sus votos (pasó de 600.000 a 1,2 millones); se situó a 160.000 sufragios de Chaves y consiguió ponerle el aliento en el cogote al PSOE en el Parlamento (sólo cuatro diputados de diferencia). A rebufo de la erosión del PSOE tras tantos años de poder y de la renovación aplicada en su partido, Arenas parecía cerca de lograr la alternativa en Andalucía. En 1995, esta idea se confirmó: el PP ganó las elecciones municipales en las ocho capitales.

Sin embargo, esta aspiración se disipó pronto. La pinza que formaron PP e IU en el Parlamento andaluz, que obligó a Chaves a prorrogar dos presupuestos autonómicos, terminó por volverse en contra de sus promotores. Chaves adelantó las elecciones a 1996, en las que se comprobó que los andaluces no habían comprendido la pinza: pese a que el apoyo electoral a Arenas creció, Chaves aglutinó buena parte del voto de la izquierda y de nuevo abrió brecha con el PP.

Tras esta frustrante derrota, la segunda, Arenas fue designado ministro de Trabajo y secretario general del PP y dejó la organización regional en manos de Teófila Martínez, alcaldesa de Cádiz con una sobrada mayoría. En 2000, pese a que los sondeos situaban a Chaves al borde de la mayoría absoluta, Martínez logró los mejores resultados del PP en la historia autonómica, impulsada, en parte, por la arrolladora victoria de Aznar en las elecciones generales.

En el Congreso que empieza hoy en Granada, el PP sentará las bases de su séptima tentativa para alcanzar el poder en una comunidad hasta ahora esquiva.

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Sobre la firma

Luis Barbero
Es subdirector de Actualidad de EL PAÍS, donde ha desarrollado toda su carrera profesional. Ha sido delegado en Andalucía, corresponsal en Miami, redactor jefe de Edición y ha tenido puestos de responsabilidad en distintas secciones del periódico.

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