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Reportaje:REPORTAJE

La prueba de fuego para el Estado del bienestar

Las elecciones suecas del próximo domingo se han convertido, junto con lo que ocurra en Alemania una semana más tarde, en una prueba de fuego para el futuro de la socialdemocracia en Europa. En el caso del país nórdico además se va a medir la vitalidad o la esclerosis del Estado del bienestar sueco, que ha creado una de las sociedades más igualitarias, democráticas y desarrolladas del mundo.

El modelo, obra del Partido Socialdemócrata, que ha regido el país durante casi 70 años a excepción de unos breves periodos de Gobiernos de derechas, sobrevivió a la II Guerra Mundial, a la guerra fría, a la crisis del petróleo y a la caída del muro. Incluso dotó a Suecia de cierta superioridad moral sobre el resto de las naciones por su neutralidad, su prosperidad y sus éxitos sociales, siempre destacado en los índices de desarrollo humano de la ONU, sea en educación y empleo o en inversión en I+D y ecología. Un país sin mendigos ni ostentación de lujo, que eliminó el tratamiento de usted en la Constitución de 1975.

Dos datos inesperados: el espectacular crecimiento del Partido Liberal (y no del Partido Moderado) y el descenso de los Verdes, que podrían quedarse fuera
Jonas Tallberg, del Instituto de Asuntos Internacionales: 'Juntos, los partidos de izquierda lograrán la mayoría; pero juntos no podrán formar gobierno'

Pero las cosas están cambiando y la fórmula mágica sueca presenta síntomas de agotamiento. Más evidentes aún en un mundo cada vez más globalizado donde ni el flujo de capitales ni el tráfico de personas conocen fronteras.

Suecia ha crecido en los últimos 30 años por debajo de la media de la UE y EE UU -2,1% frente a 2,6% y 3,1%, respectivamente-, y su productividad por trabajador cayó en el último año hasta el punto de sólo superar a Grecia y Portugal dentro de la UE. Esta falta de competitividad, argumentan los partidos del bloque burgués (moderados, centristas, democristianos y liberales), se debe al tamaño del sector público, que absorbe el 60% del producto interior bruto (PIB), a los altísimos impuestos -más del 51% del salario- y a la rigidez del mercado laboral (el 90% de los trabajadores están sindicados).

En manos extranjeras

Algunas empresas emblemáticas del poderío industrial sueco han pasado a manos extranjeras, como Volvo, adquirida por Ford, o Saab, por General Motors o han instalado sus sedes en países donde sus ejecutivos no ven mermados sus sueldos por los impuestos.

Como dicen Gunnar Hokmark, diputado del Partido Moderado, y su colega Mats Odell, democristiano, ha llegado el momento de 'preocuparse de la sociedad del bienestar, no del Estado del bienestar', de reformar las relaciones laborales para 'dejar de ahuyentar a los inversores extranjeros' y de bajar los impuestos para que 'la gente tenga incentivos para trabajar'. El absentismo laboral alcanza ya el 10% y sigue creciendo.

Como señala Odell, Suecia tiene que dejar de ser 'una de las últimas economías planificadas del mundo'. Para ello, la solución que proponen los partidos de la derecha en estas elecciones se resume en bajar los impuestos y completar la integración europea de Suecia, que se inició en 1995, con la próxima adopción del euro e incluso la entrada en la OTAN.

Los socialdemócratas, liderados desde 1996 por Göran Persson, apostaron fuerte por Europa en el referéndum de adhesión de 1994, un plebiscito que dividió a la sociedad sueca en casi dos mitades iguales, y aprobaron en marzo de 2001 sumarse al euro. Persson ha anunciado además para el año que viene un referéndum nacional sobre la moneda única que podría llevarse a cabo en primavera o en otoño. Un tema este donde los suecos no dejan de mirar por el espejo retrovisor a lo que decida el Reino Unido.

En cuanto a la Alianza Atlántica, el Gobierno sigue manteniendo la política oficial de 'no alineamiento' y coopera con las misiones de paz y humanitarias de la UE. Pero a nadie se le escapa en Estocolmo la paradoja de que Suecia esté actualmente más lejos de la OTAN que la propia Rusia.

Confiados en la popularidad y el carisma de Persson y en que buena parte de la sociedad sueca no quiere ni oír hablar de nada que vaya en detrimento del Estado del bienestar, los socialdemócratas han planteado una campaña electoral de perfil bajo, sin centrarla en el euro, prometiendo mejoras en educación y sanidad y en llegar a una tasa de empleo del 80% desde el 77% actual. Pero esta falta de impulso reformista ha empezado a jugarles una mala pasada en las encuestas. Del 40% en intención de voto del que disfrutaban en primavera, los socialdemócratas han caído a una semana de las elecciones al 36,4%.

Las pérdidas no han ido a parar al Partido Moderado, el más importante del bloque burgués, que se mantiene estable en torno al 22%. Por el contrario, los sondeos arrojan dos datos inesperados: el espectacular crecimiento del Partido Liberal, que duplicaría su porcentaje de votos, y el descenso de los Verdes, que podrían quedarse fuera del Parlamento, si no superan el 4% de los sufragios.

La suerte de los partidos pequeños es capital para las futuras alternativas de Gobierno, dada la tradicional división de la escena política sueca en el bloque burgués y el bloque obrero. Máxime para los socialdemócratas, cuando ni sus aliados del Partido de la Izquierda (ex comunistas) ni los Verdes comparten sus puntos de vista sobre Europa. En junio, Jonas Tallberg, investigador del Instituto Sueco de Asuntos Internacionales, vaticinó: 'Juntos, los partidos de izquierda lograrán la mayoría, pero juntos no podrán formar Gobierno'. El resultado se sabrá el próximo domingo cuando acabe un thriller electoral con un claro protagonista: el modelo de bienestar sueco.

El reto de la inmigración

COMO UN SÍNTOMA MÁS del fin del espléndido aislamiento sueco y casi sin avisar, el debate europeo sobre la inmigración ha entrado de lleno en la campaña electoral. Lars Lejonborg, líder del Partido Liberal, ha rescatado del olvido a su pequeño partido, que estuvo a punto de quedarse fuera del Parlamento en 1998, para situarlo en el centro del escenario con una intención de voto, según los sondeos, de más del 10%. Su fórmula: hacer bandera de la necesidad de endurecer la política de inmigración. Su campaña, alimentada por hechos como la detención en Estocolmo la semana pasada de un pirata aéreo de origen tunecino y por los vientos xenófobos desatados en las pasadas elecciones en Holanda y Francia, ha cogido desprevenidos a los socialdemócratas. Los ataques a los inmigrantes recreados en las novelas negras de Henning Mankell eran cosa del pasado, de los primeros años noventa, cuando el xenófobo y populista partido Nueva Democracia entró en el Parlamento. Aquello pasó y Suecia parecía vacunada. Ahora, el Gobierno sueco, fiel a su larga tradición de asilo -el país acogió a más de 100.000 refugiados de las guerras de los Balcanes- y consciente de la necesidad de mantener las puertas abiertas a los inmigrantes para sostener la economía cuando los jubilados suponen ya el 30% de la población, se encuentra con un marco político nuevo, donde son sus propios socios europeos -sobre todo, Dinamarca- los que exportan extranjeros a la generosa Suecia. La solución no parece fácil. Actualmente, una de cada nueve personas de una población de nueve millones es inmigrante, y más de 100.000 de ellas están en el paro.

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