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Columna
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Hágalo usted mismo

José María Aznar ha hecho fácil el ejercicio de la política. ¿Recuerdan el problema con que se abrió el verano que ahora termina? El presidente nos demostró entonces a quienes pensábamos que la diplomacia era un delicado encaje de bolillos que ésta consiste básicamente en ponerlos sobre la mesa. Y con esa diáfana sencillez Aznar ha abordado todos los asuntos candentes de la política nacional.

Cuando la inmigración ilegal se convirtió en un problema, la prohibió aún más; cuando el desarrollo de la investigación científica chocó contra las supersticiones medievales de sus amigos, los frailecillos de Silos, prohibió la investigación; cuando los niños hicieron mucho ruido los fines de semana, prohibió el botellón; cuando constató que la enseñanza pública era un desastre, la prohibió y fomentó la privada; cuando la tasa del paro aumentó prohibió los parados, y para que miles de vascos dejaran de votar a un partido repugnante, prohibió los partidos repugnantes. Lo único que no ha prohibido mucho son los padres maltratadores y los maridos asesinos, que este verano han estado sembrados, aportando al género nuevas formas e instrumentos de agresión. Si algo hemos aprendido en estos años de gobierno del PP es que la actividad política es una tarea mucho menos complicada de lo que parece; una labor que no exige ninguna habilidad especial salvo la de prohibir. Así lo ha demostrado fehacientemente una comilitona del presidente: Teófila Martínez.

No llevo la cuenta, pero creo que son tres los problemas que esta mujer ha resuelto en los últimos meses con la elegante sencillez de su líder. El primero se llamaba Enrique Bellido y además de problema era presidente del PP cordobés hasta que ella misma lo prohibió en extrañas circunstancias. Lo peor de que tu propio partido te prohíba es que el rebote que te pillas te conduce lamentablemente al melodrama: '¿Qué deseas ahora -le preguntaba Bellido a Martínez en una despechada carta abierta-, que me lapiden al estilo de la nigerina Lawal, con las piedras de la demagogia y el autoritarismo político?'. Muy fuerte.

El segundo problema se llamaba Juan Megino, un urólogo cuya hazaña más increíble no fue ganar para el PP la alcaldía de Almería, sino perderla después ante un desahuciado candidato del PSOE. El hombre es un lastre, pero se ha chupado cuatro años en la oposición y tenía derecho a desquitarse. No. Teófila Martínez lo ha prohibido.

El tercero se titulaba 'Cádiz, la capital española con mayor tasa de desempleo', y trataba de una alcaldesa y de un concejal que se declaraban incapaces de estimular la creación de empleo en la ciudad. Los protagonistas en vez de echarle imaginación, buscar incentivos, aprovechar su amistad con el ministro de Trabajo, cumplir con su obligación o marcharse a la calle por incompetentes decidían culpar a los parados e invitarlos a que fueran ellos los que se largaran de Cádiz para que los índices de paro disminuyeran y los indicadores del turismo se corrigieran al alza gracias a sus viajes en busca de empleo.

¿Quién dijo que la política era un arte? En manos de Teófila Martínez es una chapuza.

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