Estulticia múltiple
La tradición mantiene que el toro bravo es capaz de hacer perder los papeles a los más templados, que luego son incapaces de reconstruir los pasos que han dado para huir de la fiera. Algo de este primitivo virus debió traer la corrida del Marqués, que estaba compuesta por toros serios, de los que inspiran miedo, que es cualidad que debieran tener las reses que a diario salen por la puerta de toriles y que, en cambio, sólo se da en contadas ocasiones.
El último en perder los papeles fue el señor presidente que, una vez picado el sexto, largó un pañuelazo verde que nadie entendió, habida cuenta de los inválidos que el buen público almeriense se había tragado a lo largo de la feria y, además, porque no había motivo aparente.
Domecq / Liria, Ferrera, Castaño
Toros de la Ganadería Marqués de Domecq, el 6º sobrero, bien presentados y de buen juego. Pepín Liria: tres pinchazos y estocada contraria tendida (ovación); media tendida (aplausos). Antonio Ferrera: bajonazo y cinco descabellos (ovación); pinchazo, cinco descabellos, pinchazo -aviso- metisaca, estocada atravesada y cuatro descabellos (ovación). Javier Castaño: estocada contraria y cuatro descabellos (ovación); pinchazo y estocada trasera (oreja). Plaza de Almería, 31 de agosto. 7ª de abono. Más de media entrada.
Pepín Liria tampoco anduvo muy lucido, consiguiendo que el incipiente punteo de su primer enemigo se convirtiera en un peligroso molinillo que tiraba cornadas al cuello, todo ello porque en ningún momento pudo dominarlo. El cuarto tuvo problemas con las patas delanteras, en las que sufría contracciones alternativas. Algo habría bebido.
Ferrera puso un gran par al quiebro por los adentros y su primera faena, sin llegar a levantar el vuelo, fue a menos. El tercio de banderillas del quinto fue espectacular y, después del segundo par, el lidiador fue perseguido y arrollado, rematando la suerte con otro buen par al quiebro. Con la muleta faltó toreo y sobró aceleración y gesticulaciones. A la hora de matar, lo mechó.
El tercer toro causó pavor entre las hordas taurinas. Javier Castaño no se acercó para nada, provisto del brazo más largo y de las precauciones más extremas, no fuera a haber una desgracia. Tras no hacer faena, se adornó, vaya morro. En el sexto logró los únicos muletazos que dentro de la gravedad de la tarde loca, tuvieron sentido. Finalizó con un carrusel pueblerino.
Babelia
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