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LA CRÓNICA
Columna
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Superofertas sin plan de ventas

No vamos a cuestionar la capacidad estratégica y experiencia electoral del PP valenciano, reiteradamente acreditadas. Sabido es, además, que en el núcleo decisorio de sus campañas figuran algunos personajes altamente cualificados por su conocimiento del país, la peculiaridad del vecindario y el arte de dosificar los mensajes para embaucarlo o embarcarlo con sus promesas y propuestas. Pero nos da la impresión de que los tales peritos no se han puesto todavía a trabajar para ahormar lo que será el mensaje del candidato Francisco Camps, ni tampoco, como parece, para rediseñar su imagen un tanto desmayada por el aparente y abrumador peso de la virtud.

Vacantes, pues, los gestores principales de la campaña, tenemos la impresión de que el candidato ha improvisado su propio guión y ha comenzado a airear ofertas, en realidad superofertas, que con toda seguridad han de suscitar una buena acogida entre los destinatarios, esos inmensos cardúmenes de votantes que son los jóvenes y la tercera edad. A los primeros se les habla de salarios de inserción laboral, lo que debe sonar a música celestial en oídos de licenciados veinteañeros sin expectativa de destino, y a estos se les asegura camas para los enfermos crónicos, chequeos médicos y atención odontológica. Un terreno este, el de los servicios sociales y sanitarios, donde toda semilla florece en forma de adhesión. Camps debe sentirse en la gloria postulando el bien.

El aludido equipo electoral verá cómo hilvana todas estas promesas en el marco de un programa que todavía se está tejiendo -o eso suponemos- y que el candidato viene deshojando por su cuenta. También es probable que Camps no pueda hacer otra cosa que airear compromisos si quiere tener una presencia y un perfil individualizado en el escenario político del país. Pero de su prédica deducimos dos conclusiones. Una, que por el momento no nos vende fantasías lúdico-temáticas y nuevas fronteras al modo de su predecesor, ciñéndose en cambio a las necesidades de quienes más las sienten. Un realismo exento de aparatosidad y de glamour, pero muy útil y plausible si llega a ramos de bendecir. Tampoco las arcas públicas están para financiar delirios.

Por otra parte, aplicarse a objetivos como los señalados quizá constituya una forma sutil de marcar distancias con el ex presidente Eduardo Zaplana, convertido en lazarillo o Angel de la Guarda del candidato que, si algo está necesitando, es manumitirse de tan abrumadora tutela para demostrar que es más que un chico dócil. Demostrárselo, sobre todo, a las gentes de su partido que lo han asumido con la fe del carbonero, pues resulta obvio que difícilmente hubiera sido elegido de haber concurrido otras alternativas en un proceso electoral partidario e incondicionado. Ahora, solo un discurso cuando menos sensato podrá enmendar su déficit originario de legitimidad, aspecto que, por cierto, apenas ha sido criticado, y mucho menos explotado, por la oposición.

Si conveniente se nos antoja que ponga tierra de por medio con su patrocinador -Zaplana-, no menos aconsejable e incluso imperativo es que clarifique su estatus de candidato cesando como delegado del Gobierno en la Comunidad y, consecuentemente, como responsable visible de la seguridad ciudadana. No solo se trata de una irregularidad -moral como poco- que profana las reglas del juego electoral al usufructuar partidariamente la relevancia del cargo, sino que además tampoco habría de interesarle personalmente ocupar un día más esa poltrona siendo así que, sin estar en su mano enmendar la situación, es el referente del auge criminal en el que está sumido el País Valenciano. Claro está que no sería justo endosarle este lamentable fenómeno, incubado mucho antes de llegada al Palacio del Temple, pero en el sueldo que percibe entra el descrédito consecuente, en lo que acaso no pensaron sus mentores.

En fin, que la carrera por el gobierno de la Generalitat no ha hecho más que comenzar, y habida cuenta que el desenlace está cantado -si las encuestas no mienten exagerando la ventaja del PP- únicamente nos podemos aplicar a estos aspectos adjetivos, ya que no es razonable esperar innovaciones notables de los partidos mayoritarios, tan semejantes. Tanto que, a falta de idearios diferentes, es muy probable que la campaña se personalice en sus líderes más de lo aconsejable. El riesgo queda apuntado.

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PACTO LINGÜÍSTICO

Da grima que a estas alturas de la democracia y después de tantas batallas todavía se haya de reclamar que los maestros estén capacitados para enseñar en valenciano. Es una reivindicación histórica que cuajó en un pacto -lingüístico- que, por desgracia, el Gobierno autonómico del PP se obstina en soslayar. En realidad, no lo hace por ninguna manía persecutoria: no le interesa el valenciano, sencillamente, porque tampoco le comporta ningún rendimiento electoral. A la postre, no es la lengua de muchos de sus líderes, ni de sus clientes. Además, sabe que neutralizando la docencia de la lengua acabará con el problema. En ello está.

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