El oasis del río Piedra
El tupido vergel del Monasterio de Piedra atrapa al visitante
El río Piedra, seco en su cabecera, forma unos kilómetros más abajo, cerca de Calatayud, uno de los parajes más singulares de Aragón: el Monasterio de Piedra. El viajero avanza por un paraje seco y cuarteado como la piel de un lagarto. Al llegar a las cercanías de Nuévalos, el río Piedra se enclaustra en un angosto cañón de toba caliza a la vez que recibe grandes aportes de agua subterránea. Árboles y arbustos juegan a crear contraluces con cascadas, lagos y resaltes de agua. Un paraje singular que hacia el año 1200 atrajo la atención de unos monjes del monasterio catalán de Poblet a los que el rey aragonés Pedro II el Católico les encargó la fundación de un nuevo convento. Ellos fueron los precursores de lo que más tarde se conocería como el Monasterio de Piedra, una gran abadía de la orden del Císter dedicada al rezo y la contemplación de la naturaleza que creció en poder durante casi seis siglos, hasta que en 1835 la Desamortización de Mendizábal obligó a la comunidad a abandonar el recinto.
Hoy, tras muchas reformas, el viejo monasterio se ha reconvertido en un moderno hotel con 60 habitaciones, y el gigantesco jardín que lo rodea, en la tercera atracción turística más visitada de Aragón, tras el Pilar de Zaragoza y el parque nacional de Ordesa
Sendas, túneles y puentes permiten un recorrido circular por este denso bosque de ribera, que tiene su punto más fotogénico en la Cola de Caballo, una cascada de 50 metros de altura donde todos los arroyos e hilillos de agua del río Piedra se reúnen, donde la toba caliza y la vegetación que cierra el estrecho valle contribuyen a aumentar el misterio. Un lugar que tienta al viajero a quedarse, pero hay que seguir.
Recinto amurallado
Por la nacional 334, entre Teruel y Zaragoza, se descubre una ciudad terrosa y adormilada a la izquierda del camino, si uno va en dirección a Zaragoza -a la derecha, si se dirige a Teruel-, hundida en el fondo de una vaguada como un mar compacto de teja moruna. Es Daroca, capital del valle del río Jiloca y uno de los recintos amurallados mejor conservados de Aragón.
La primera sensación del viajero cuando entra en Daroca por la Puerta Alta o la Puerta Baja, dos de los accesos históricos aún en uso, es la de haber llegado 300 años tarde. El poderío de unas murallas escoltadas por 12 torreones, el esplendor de sus iglesias o la añeja hidalguía de algunas casas nobles no se corresponden con el electrocardiograma casi plano de la economía actual de la ciudad. Daroca creció a buen ritmo hasta el siglo pasado como eje de comunicaciones entre Levante, Aragón y la meseta. La vieja carretera de Madrid-Zaragoza pasaba antes por Daroca, pero hacia 1930 cambió de recorrido, se fue por Calatayud.
Aires moriscos
Para remediar ese olvido, y porque su patrimonio histórico llenaría libros enteros, el Ayuntamiento ha creado dos rutas monumentales guiadas. La primera de ellas deambula entre antiguas calles de aires moriscos, con salida en la plaza Mayor y la iglesia de los Corporales. También se visitan algunos de los mejores y más antiguos ejemplos del mudéjar aragonés, como la iglesia de San Juan o la rojiza torre de Santo Domingo. Pero más apasionante aún es la ruta de las murallas, dos horas de sube y baja a pie por la cerca de piedra y adobe que con sus cuatro kilómetros de longitud rodea íntegramente la ciudad. Como la ciudad descansa en el fondo de una riera, las murallas tuvieron que adaptarse a los cerros circundantes, en la cima de cada uno de los cuales se instaló un torreón con nombre e historia propios (del Cuervo, de la Sisa, del Águila). La más alta es la torre de San Cristóbal, desde donde con mucha imaginación puede intuirse a vista de pájaro la siguiente escala de la ruta: la laguna de Gallocanta.
La laguna de Gallocanta
Repartida entre el sur de la provincia de Zaragoza y el norte de la de Teruel, Gallocanta es una de las mayores manchas de agua salada del interior de la península Ibérica, un gigantesco aeropuerto intermedio para miles de aves migradoras en su camino entre Europa y África. Ánades, grullas, avutardas, fochas, correlimos y hasta 200 especies de aves se dan cita y pueden ser observadas desde alguno de los siete observatorios de sus riberas. Siempre, eso sí, que se vaya armado de paciencia, con una guía de campo y unos buenos prismáticos.
Gallocanta vive del aporte de agua de lluvia y de algún pequeño arroyo que desagua en ella, de ahí la enorme fluctuación de su nivel hídrico. En un año, la mancha de agua puede alcanzar una extensión de 1.400 campos de fútbol, con una profundidad máxima de dos metros y medio. En otro sin lluvias, la laguna puede estar completamente seca. Los habitantes de su entorno aguardan con impaciencia las lluvias otoñales para cuando tenga lugar el gran acontecimiento anual de Gallocanta: la llegada de las grullas procedentes del norte de Europa.
Cada temporada, hacia noviembre, miles de grullas invaden los cielos de Gallocanta en un espectáculo único, donde el claqueo de hasta 30.000 animales juntos ensordece los campos, y la nube que forman al atardecer, cuando regresan de comer en busca del cobijo nocturno de la laguna, ensombrece el ocaso.
Todo esto lo cuentan, mediante gráficos y audiovisuales, en el centro de interpretación de la laguna, una antigua casa de labradores reacondicionada en la carretera entre Bello y Tornos, en la ribera sur. También hay un museo de aves en la aldea de Gallocanta, con ejemplares disecados de casi todas las especies que en alguna época del año se dejan caer por este paraíso natural.
Gracias al turismo relacionado con la observación de aves, la laguna vuelve así a ser la fuente de sustento de las poblaciones vecinas, como lo fue hace más de 5.000 años, cuando diversas tribus iberas se establecieron en sus márgenes. De aquellos asentamientos quedan muchos vestigios, pero el más cuidado es el del poblado de El Berrueco.
Si Gallocanta está seca, siempre cabe la posibilidad de ver avifauna en la vecina laguna de la Zaida, más pequeña, pero unida al mismo sistema hídrico, o en la de Guialguerrero, cinco kilómetros al norte de la de Zaida, de agua dulce y de un buen nivel, en la que se refugian fochas, ánades, correlimos...
GUÍA PRÁCTICA
Daroca está a 86 kilómetros al sur de Zaragoza por las nacionales 330 y 334. La laguna de Gallocanta está a 21 kilómetros de Daroca por la A-211.
- Posada del Almudí (976 80 06 06). Daroca. Casona restaurada de los siglos XV y XVII. La doble con desayuno, 55 euros. - Albergue ornitológico Allucant (976 80 31 37). Gallocanta. La doble con baño, 33 euros; sin baño, 24 euros. - Hotel Monasterio de Piedra (976 84 90 11). En el Monasterio de Piedra, desde 73 euros (incluye entradas al parque natural y al monasterio).
- Los mejores restaurantes son los de los hoteles propuestos, como Posada del Almudí. Menú, 8,41 euros. Monasterio de Piedra. Menú, 20 euros o precio medio, 17. - El Ruejo (976 80 09 62). Calle Mayor, 88. Daroca. Menú, 6,75 euros. - Restaurante Barbacoa (976 84 90 11). A la entrada del parque. Menú de self-service, 9 euros.
- Museo de la Pastelería (976 80 07 82). Manuel Segura. Daroca. Abierto sólo sábados y domingos. De 17.30 a 19.00. Entrada, 1,20 euros. - Centro de Interpretación de la Naturaleza (978 72 50 04). Gallocanta. - Museo de Aves de Gallocanta (976 80 30 26). Abre previa cita. Ayuntamiento.
- Nuevas historias del Monasterio de Piedra. Francisco Javier Aguirre y José de Uña. Zaragoza, 2000. 6,6 euros. - Aragón, guía total. Anaya, 1999. 19 euros. - Aragón, guía del trotamundos (serie Verde). Gaesa. 12,6 euros.
- Oficina de Turismo de Daroca (976 80 01 29). - Monasterio de Piedra (976 84 90 11; www.monasteriopiedra.com).
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