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Crónica:TEATRO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Dietario de agosto (II)

Marcos Ordóñez

Necesidad. Para muchos (historia antigua), el crítico es lo más parecido a un asesino a sueldo. Como dice Miss Abbey Brewster en Arsénico y encaje antiguo, 'alguien tiene que encargarse de hacer esas cosas'. Un asesino a sueldo, un trabajo como otro cualquiera. Al tipo le entregan una pistola cargada como podían entregarle un Black & Decker o un albarán. Una pistola cargada, la foto de la víctima (o víctimas), algunos datos. Llega al lugar indicado con las solapas levantadas, dispara, desaparece. Al poco tiempo, un sobre con sus honorarios. Y luego otro cartucho, otra foto, otro dossier, otra solitaria habitación de hotel. No: demasiadas películas. A veces el crítico no es más que el famoso espejo a lo largo del camino. Todo lo contrario del asesino a sueldo: el testigo, el notario al que se requiere para levantar acta. Aunque lo que menos le apetece a un crítico es convertirse en médico forense y hacerle una autopsia al cadáver para tratar de establecer los motivos de la muerte. Y menos todavía cuando los cadáveres comienzan a acumularse en fila india, obstinadamente, a la puerta del depósito. '¿Otro más? Ah, no, perdone. Tengo cosas más interesantes que hacer, y le juro que buscaré cosas más interesantes que contar: ni a los lectores ni a mí nos interesan las actas de defunción. Está usted muerto y punto: lo mejor que podemos hacer es enterrarle cristianamente bajo una capa de olvido y pasar página'. Hay que reconocer, de entrada, que el hospital ha mejorado mucho. En dotaciones. En 'personal cualificado'. Todos hemos aprendido un poco más nuestro oficio, y los cirujanos extranjeros ya no nos deslumbran tanto como antes. Aquí tenemos médicos 'a nivel europeo'. La situación: todos hemos crecido, de acuerdo. El público también ha crecido, en todos los sentidos, y ya sabe distinguir entre los gatos y las liebres. Pero sigue faltando algo; 'me' sigue faltando algo. Un 'sentimiento de urgencia'. Tener cosas que contar y ganas de contarlas.

A veces, el crítico no es más que el espejo a lo largo del camino. Todo lo contrario del asesino a sueldo: el testigo, el notario al que se requiere para levantar acta

Buena parte de los montajes que llegan al depósito ostentan la causa de su muerte en la cara: falta de necesidad. Y todos provocan la misma pregunta esencial: ¿por qué habéis escogido esta obra? ¿Teníais verdaderas ganas, verdadera necesidad de hacerla, o sois como esos escritores obligados a 'poner' un libro en el mercado cada dos años para demostrar y demostrarse que son escritores, que siguen siendo escritores?

'Oh, es que fue un encargo. Oh, es que algo hay que hacer'. Algo hay que hacer, desde luego, y el teatro es como un tiburón: si se para se muere. Pero yo creo que habría que hacer teatro como se hace cine. Como se va al rodaje. Convirtiendo el ojo del público en la lente de la cámara: lo que la cámara no atrapa no existe. Como si cada función fuera el único plano posible y no se pudiera repetir la toma.

Todavía hay actores que van al teatro como quien va a la oficina. Actores que siguen estando tan mal como la noche del estreno, y la noche siguiente al estreno. Y que saben que están mal, y sin embargo siguen repitiendo noche tras noche los mismos errores, sin permitirse cambiar y mejorar su trabajo 'porque así está montado'. Todos hemos visto eso. Ni siquiera por aburrimiento se atreven a cambiar. Es horrible. Es inhumano. ¿Y creéis que el público no se da cuenta de eso? No le echéis la culpa al público ni a los críticos: si el público no va a veros, si los críticos nos vamos a la mitad es porque no había necesidad de veros: desamor con desamor se paga, siempre. 'Hacer un clásico', por ejemplo, no tiene sentido si no sentís la necesidad de contarnos lo que ese clásico os ha dicho, como si acabara de escribirse: lo contrario es una exhumación conmemorativa o un Gran Muerto para las noches de verano, o un 'vehículo' para un nombre más o menos popular. Entretanto, la vida, la compleja y contradictoria vida, se escapa por la primera ventana que encuentra. Y llegan las palabras habituales del responso: 'Un trabajo digno', 'un adecuado nivel medio'. Average, que es la palabra con la que los críticos americanos definen esos espectáculos que les provocan, como en el chiste , 'ni frío ni calor: cero grados'.

Programas (de mano). Leo en un programa de mano que el espectáculo 'disecciona las relaciones entre el arte y la vida, entre el erotismo y la muerte, entre la razón y la sensibilidad'. Más abajo: 'Es un espectáculo en el que se refleja nuestra circunstancia'. Son las típicas bobadas-comodín, que podrían aplicarse a cualquier montaje.

Habría que acabar con los textos de los programas de mano. Una foto, una ficha técnica, los horarios, los precios, y basta. Ir al teatro sin saber nada, o muy poco. Sin saber si es una comedia o una tragedia, si es 'moderna' o clásica. La tarea del crítico consistiría en levantar la mano para detectar la trufa, y en tratar de convencer al lector de por qué considera que es una trufa y no una cagada de cabra. No 'explicar'. No explicar demasiado.

Hay una escena formidable en Hilos del tiempo, las memorias de Peter Brook. Brook y su banda están en África, en un pueblo perdido, y unos cómicos del lugar deciden montar Edipo. Y el público, los miembros de la tribu de ese pueblo perdido, no han visto Edipo en su vida, no tienen ni puñetera idea de quién pueda ser el tal Edipo. Al principio se ríen con las preguntas de la Esfinge y luego, poco a poco, se dan cuenta de que aquello va a 'acabar en tragedia', va a instalarles en la tragedia. Brook, por supuesto, estaba fascinado. 'Era como estar con los griegos que vieron Edipo por primera vez'. Incluso mejor, porque los griegos ya 'sabían'.

'¿Dónde vas esta noche?'. 'Al anfiteatro, que echan la nueva tragedia de Sófocles'.

Voces. Eso es el teatro: voces que siguen hablándonos por encima del tiempo, por encima de todo; voces que resuenan muy adentro. Son nuestras mayores esperanzas o nuestros peores temores, todo lo que duerme en nosotros, cubierto por el ruido de cada día, hasta que llega el arte para desvelarlo. ¿Saben a qué obedecen los grandes silencios del público en el teatro, esos silencios casi eucarísticos? A que estamos escuchando a los actores y escuchamos, al mismo tiempo, esas voces en el interior de nosotros. Voces distantes, todavía vivas.

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