Vladímir Ashkenazy defiende a Mahler

Vladímir Ashkenazy actuó ayer con la Orquesta Filarmónica Checa en el Festival Internacional de Santander. Intérpretó la Séptima sinfonía mahleriana, una obra considerada por muchos menor entre sus 10 piezas sinfónicas pero, que para Ashkenazy, 'es muy bella y muy poderosa'. Al fin y al cabo, dice el artista que se exilió de la antigua URSS en 1963 para convertirse en ciudadano del mundo, 'es imposible que los genios hagan cosas triviales'.

Hay otra razón para que Ashkenazy y los músicos de la Filarmónica Checa hayan elegido esta obra para su repertorio: Mahler la estrenó en Praga. Y representa una buena pieza para la gira de despedida, ya que Ashkenazy deja este año la titularidad de la formación checa y lo hace con miedo. 'Temo que las autoridades no la apoyen. Tras el cataclismo de la caída del comunismo y la entrada al mundo libre, estas orquestas no se han sabido adaptar bien a los nuevos tiempos ni al mercado. Yo he tratado de enseñarles cómo funcionan las cosas por Occidente pero les es difícil cambiar de mentalidad', afirma.

Él no sabe dónde irá. Por lo pronto dará algunos recitales, dirigirá más y grabará dos discos: 'Uno al piano, con Rachmaninov y Schostakovich, y otro con la Orquesta de San Petersburgo para conmemorar en 2003 el año Prokofiev con obras poco conocidas de este compositor', dice. Lo último, el hecho de grabar, lo considera un privilegio. 'Así es, porque la industria discográfica ha tocado fondo y está en una situación patética, viviendo la peor crisis de su historia', afirma.

Ashkenazy ya ha actuado varias veces en Santander. Alguna al aire libre, cuando la sede del Festival Internacional estaba en la plaza Porticada. Él nunca ha sido enemigo de ese tipo de auditorios: 'En absoluto. Me gusta actuar al aire libre. Llegamos de Atenas, donde lo hemos hecho en la Acrópolis. Si uno tiene talento se puede adaptar a cualquier lugar', asegura. 'Además, en la música lo más importante es el mensaje'.