¿Quién es el número 1?
Hipótesis: Ronaldo no huye del Inter, sino de Rivaldo
Roma no paga traidores, pero tampoco Milán parece estar por la labor. Ello ha permitido amenizar la interminable travesía del desierto que separa el final del Mundial del inicio de la Liga con el culebrón Ronaldo. Es un astro, pero es lógico que los directores generales se tienten la ropa antes de fichar a alguien que se pasa dos temporadas y media lesionado, pero cobrando, y cuando se recupera dice que quiere irse a otro equipo. Suena mal, incluso en un medio tan dado a la deslealtad.
Tan mal suena que cabe formular una hipótesis alternativa a la de la simple ingratitud. Ronaldo no es que quisiera irse del Inter, ni huir de Cúper, sino de Milán: de la ciudad donde ahora va a jugar también Rivaldo. Ronaldo sabe en su fuero interno que su compatriota es el verdadero número uno, y que sin sus pases y amagues, como el maravilloso que precedió al último tanto de la final, no habría sido máximo goleador del Mundial. Huye porque teme que la comparación le afecte a la rodilla.
Mantener la incertidumbre sobre su posible fichaje puede haber resultado beneficioso para el Madrid: para que Morientes, a quien ya le trajeron a Anelka para lo mismo, y Portillo se espabilen. Morientes es algo ciclotímico, pero lleva cien goles en la Liga, 18 de ellos en la pasada campaña. Y si falla, está Portillo, que marcó 47 a lo largo del último año, y sólo tiene 20. Además, ambos los suelen anotar a pares, lo que gusta mucho a la afición.
Lo que peor se entiende del culebrón es por qué el Barcelona ha dejado irse a un jugador como Rivaldo. La única explicación es que Van Gaal, el entrenador que ha llevado el clementismo hasta sus últimas consecuencias, no quiere que los partidos los resuelva la estrella del equipo, porque para estrella ya está él. Dicen que ha regresado más civilizado y humilde, gracias al efecto terapeútico de los muñegotes del Plus, pero lo primero que hizo fue despedir a Sergi y Abelardo, una puñalada en el corazón de la afición culé.
Sin embargo, la prueba de que también la grada está contaminada es su disposición a olvidar el agravio si el holandés le da títulos. Y se los dará, porque en el fútbol, como en la vida, ocurre con frecuencia que los más despiadados consiguen sus propósitos. Pero no hay derecho. Sergi, sobre todo, y también Abelardo se habían ganado el de retirarse en el Camp Nou, como se lo ha ganado Hierro a jubilarse en Chamartín o Donato a hacerlo en Riazor.
Pero hay razones de los entrenadores que el corazón del aficionado no entiende, y ya ni siquiera queda el consuelo de que, al final, Dios castiga a los malos y premia a los buenos. Según un estudio del que daba cuenta el Abc del 13 de agosto, el número de españoles que cree en el cielo dobla largamente al de los que siguen creyendo en la existencia del infierno. Ni eso nos queda.
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